(Especial desde Guadalajara)
"A veces hay que ser duro". Cuando el que habla es Andrew Wylie, uno sabe que esa no es una frase de circunstancia. Apodado "El Chacal" por su manera de hacer negocios, Wylie es el agente literario más amado y temido del planeta. Representa, entre otros, a Alessandro Baricco, Emmanuel Carrère, Karl Ove Knausgard, Hanif Kureishi. También está a cargo de los derechos de las obras de Borges, Calvino, Philip K. Dick, Nabokov. Y la lista se continúa con personalidades por fuera de las letras, como Bill Gates, David Bowie, Robert Mapplethorpe, Andy Warhol.
Invitado a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, participó ayer en el Foro de Editores con la conferencia "El rol de un agente literario en nuestros días". La mayoría de los asistentes fue —fuimos— movidos por el morbo. Una persona como Wylie no comete la imprudencia de mostrar las cartas que guarda bajo la manga, pero tal vez se deja ganar por las luces.
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¿Cómo llegó a ser agente de Salman Rushdie? ¿Cómo fue el pasaje de la obra de Roberto Bolaño de Anagrama a Alfaguara? "A veces hay que ser duro", dijo. Y la única duda está en el "a veces".
"Los tiempos en los que un autor confiaba ciegamente en la editorial han quedado atrás", dijo. En 1995, Martin Amis quería que su editorial le diera 500.000 libras como anticipo por los derechos de la novela La información, pero como su agente, Pat Kavanagh —en ese entonces, mujer de Julian Barnes—, no podía conseguir aquella cifra, Amis rompió el contrato y se mudó a la agencia de Wylie. El Chacal no habló del escándalo del traspaso —algo que, por cierto, contó el propio Amis contó en Experiencia—, pero sí explicó cómo llegó a ese monto.
"Penguin y Jonathan Cape eran los dos posibles contendientes por La información", dijo Wylie. "Fui a ver a Jonathan Cape y le pregunté si podían pagar un anticipo por la novela. 'No', me dijo. '¿Y si te dijera que se la voy a vender a Penguin por 100.000 libras, podrías?' '¿Por 100.000 libras? ¡Sí!' 'Gracias', le contesté, 'pero tu oferta es rechazada'. Me fui a Penguin en taxi y les dije 'Acabamos de rechazar una oferta por La información' y ellos ofrecieron las 500.000 libras".
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Wylie tiene clientes y negocios en muchísimos países: Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Italia, Alemania, Malasia, Brasil, América latina, Cuba, Nigeria, Bangladesh, Bulgaria, España, Turquía, Palestina, Portugal, Rumania, Rusia, Japón. "Pero China era el punto débil", dijo. Hasta que un día, con la compra de derechos de la obra de Borges —100.000 dólares por cinco años—, llegó la oportunidad.
Chacal, pero también ajedrecista, Wylie parece estar siempre una jugada por delante. "Le dije a Kissinger que dos de sus tres libros de memorias no se estaban reimprimiendo porque el último había quedado en otra editorial. Todo esto se debía a una mala gestión y administración. Él accedió a que se volvieran a publicar y yo le pedí que escribiera un libro sobre sus relaciones con China. 'Claro, es un libro que puedo escribir fácilmente', dijo. 'Y yo lo voy a vender fácilmente', contesté. Ese año China era el país invitado de honor en la Feria de Frankfurt: hicimos que Kissinger hiciera una presentación y el libro se convirtió en un bestseller. Lo interesante es que, inmediatamente después, el mercado chino se abrió para todos nuestros clientes. Muchos de ellos tienen a China como su segundo mayor mercado".
Acostumbrado a obtener lo que quiere, Wylie no duda en viajar de Nueva York a Londres el mismo día para seducir a un escritor o contratar a un autor mediocre si es amigo de aquel a quien desea tener entre sus filas. Para ellos todo, para las editoriales… "En Italia, a Salman Rushdie le pagaban 10.000 dólares, pese a que vendía miles de volúmenes. Cuando me convertí en su agente trabajé con él al respecto. Viajamos con Los versos satánicos y pedimos diez veces más. Le dije al editor 'No quiero discutir el arreglo. Si quiere el libro venga a verme mañana. Cualquier intento de negociación indicará que no haremos el trato'. Temblando, me estrechó la mano".
Chacal, ajedrecista, hombre duro de las letras. A él, sin embargo, le gusta pensarse como jardinero. "Un escritor está solo en su habitación. Desde la ventana ve un jardín y allí, en la esquina, está su agente, plantando las flores que él ha deseado".