"¿Por qué se lee a Cervantes? ¿Por qué se representa a Shakespeare hoy? Porque en los campos culturales el pasado es una forma siempre presente", dice Chartier
Roger Chartier se encontró con una sorpresa en el lobby del hotel de Retiro donde se aloja: dos ejemplares de su nuevo libro, publicado por Katz. La mano del autor y el espíritu del impresor (¿no sería más esperable leer "el espíritu del autor y la mano del impresor"?) alude a varias de las preocupaciones centrales de su obra, como investigar los cambios en la industria del libro desde el siglo XVI hasta el presente, contextualizar las novedades tecnológicas y situar las tradiciones estéticas de la cultura escrita.
Hay libros que mueren con su propio tiempo y otros que tienen la capacidad de esta interpretación y de estar siempre vigentes, aunque provengan de un pasado muy remoto
Pocos intelectuales contemporáneos pueden discurrir con tanta elocuencia sobre Shakespeare y Baltasar Gracián, Richard Hoggart y Pierre Bourdieu, Jorge Luis Borges y José Eduardo Agualusa para acompañar con ejemplos concretos sus conceptos sobre historia intelectual, el sentido de las interpretaciones, el mundo de la edición e, incluso, lo "intraducible" como un arcano de la cultura.
Este historiador nacido en Lyon, en 1945, profesor en el Collège de France, la École des Hautes Études en Sciences Sociales y la Universidad de Pensilvania en Filadelfia, y autor de importantes libros como La historia o la lectura del tiempo y Cardenio entre Cervantes y Shakespeare, llegó a Buenos Aires invitado por la Universidad Nacional de San Martín y la Biblioteca Nacional. Hoy a las 16, en el marco de la exposición 1616. Shakespeare/Cervantes, Chartier brindará una conferencia gratuita: "Shakespeare y Cervantes, encuentros textuales, encuentros soñados" y el lunes a las 19, también en el Auditorio Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional, "Geografía cervantina. Obras, libros, mapas". En ambas actividades, la entrada es libre y gratuita.
—Como usted sabe, esta entrevista será leída por los integrantes de una red social creada recientemente en la Argentina, llamada Grandes Libros. ¿A qué considera usted un gran libro?
—Como soy historiador, considero un gran libro un libro en formato infolio, es decir que son grandes libros, de gran tamaño. Es importante esta broma porque, finalmente, ¿qué es un libro? Un libro es un discurso, pensamos que el libro de Gabriel García Márquez o el de Umberto Eco es una obra incluso en las pantallas de una tableta, pero en nuestra tradición un libro es un objeto material que se diferencia de otros objetos de la cultura escrita, como una revista, un diario, una carta, un archivo, un documento, un formulario. Siempre existió esta relación indestructible entre el libro como objeto y el libro como obra. En el Siglo de Oro español se usaba para el libro la metáfora del alma y el cuerpo: el cuerpo era la forma material, la encuadernación; el alma, un alma en una adecuada disposición, era el discurso. En el tiempo de la Ilustración, el libro como objeto pertenece a la persona que lo ha comprado, y el libro como discurso pertenece a la persona que lo ha escrito.
Esa distinción se hizo para fundamentar el concepto de propiedad intelectual, porque esta propiedad sobre el discurso era más fuerte que la propiedad sobre el objeto, que decía que no se podía copiar. Era un derecho supremo la propiedad intelectual del autor. Entonces estamos ante la respuesta: si se piensa en la materialidad del libro, un gran libro es un libro en formato infolio, y eso era así porque en los siglos XVI y XVII se publicaban grandes obras, la Biblia, el Antiguo Testamento, los clásicos de la Antigüedad, las obras canónicas de un repertorio poético o dramático. Shakespeare adquirió esta dimensión cuando en 1623 se publicaron, quince años después de su muerte, treinta y seis obras teatrales en ese formato. De esa edición han sobrevivido más de 230 ejemplares.
—¿Y en la actualidad?
—Un gran libro sería el texto, los discursos, los discursos como libros o los libros como discursos, que han atravesado los tiempos y los espacios. Y que tienen esta capacidad de ser reinterpretados, de ser releídos, de ser contemporáneos de cada presente, en los cuales se leen y se representan. Cervantes, Shakespeare. La idea delicada de que dentro de este texto hay potencialidades, virtualidades que permiten esta reinterpretación independientemente del momento, del lugar de la producción del texto. ¿Por qué se lee a Cervantes? ¿Por qué se representa a Shakespeare hoy? Porque en los campos culturales el pasado es una forma siempre presente. Pero no todo el pasado. Hay libros que mueren con su propio tiempo y otros que tienen la capacidad de esta interpretación y de estar siempre vigentes, aunque provengan de un pasado muy remoto. Es porque hay una dialéctica entre las potencialidades de la obra, que no son necesariamente actuadas y movilizadas en cada momento histórico pero sí existen de una manera latente en la obra, y los deseos, las expectativas y necesidades de varios públicos en varios momentos en varios lugares. Ésa es la razón por la cual es más difícil hoy en día definir cuáles son los grandes libros del presente. Podemos detectar en los libros de hoy cómo en una obra convive pluralidad de potencialidades y pensar que en el porvenir se van a encontrar estas potencialidades, contextos, usos, interpretaciones.
—¿Cómo se decide en la actualidad cuáles son los libros que merecen ser leídos?
—Desde siempre existe una tensión entre los profesionales que definen los repertorios canónicos. La crítica literaria, la universidad, los medios han desempeñando un papel. Y luego se han discutido las intervenciones de estas instancias canónicas en la producción de un fenómeno sociológico: lenguas dominantes y lenguas subalternas, hombres y mujeres, adultos y niños. Debemos pensar la dimensión sociológica de la construcción de ese repertorio, pero me parece importante discernir por qué Shakespeare o Cervantes han atravesado los tiempos y son hoy contemporáneos. Si se piensa en Don Quijote leído en el siglo XIX, la idea de un Quijote luchando por un mundo mejor, ésa fue la razón por la que muchas revistas anarquistas o socialistas han hecho una apropiación política que duró hasta la Guerra Civil Española. Antes no se la había imaginado pero era posible, el hombre que quiere la justicia, que quiere un mundo perdido pero al que ve en su fantasía y existe todavía. Francisco Rico, especialista en la obra de Cervantes y refugiado político durante el franquismo, recordaba cómo la novela de Cervantes era el libro que acompañó su compromiso político anarquista, por la idea de establecer un mundo mejor del héroe. Hoy se ve una tensión entre la crítica literaria, que puede ayudar a definir este repertorio de los grandes libros, y la incidencia de lo que hacen los lectores.
—¿Un gran libro modifica el modo de leer?
—Sí, siempre hay una pluralidad de las modalidades de lectura. No podemos encerrar la lectura del pasado en un único modelo, que sea la lectura escolar la lectura culta o letrada, la lectura de los "grandes libros". Hay una variedad infinita de prácticas de lectura, desde el Renacimiento hasta hoy. Y hay una lectura del pasado que hemos perdido, porque había lecturas en el pasado que eran múltiples. Hoy el mismo lector puede leer varios textos durante el correr del día. Lo que tal vez hoy es original es que la lectura presenta posibilidades y prohibiciones nuevas.
—¿Por ejemplo?
—Pienso particularmente en la idea de la percepción de las obras como obras. Cuando se lee frente a la pantalla, se leen siempre fragmentos. Si estamos leyendo libros impresos, podemos leer un capítulo, un párrafo, pero la gran diferencia es que tenemos un libro ante nosotros. La forma material del libro impreso impone la percepción de la totalidad de la obra, de la cual el fragmento leído es sólo una parte. De esta manera hay una percepción de la obra en su totalidad que está vinculada con la materialidad, una contextualización del fragmento en un momento de la narración. La lectura digital tiene el efecto de descontextualizar los fragmentos porque no hay una materialidad que da a ver la totalidad de la obra, y porque muchos de los lectores no tienen la necesidad de ubicar este fragmento dentro de la totalidad virtual. Es un poco como el modelo de los bancos de datos. Nadie debe ver todos los datos del banco de datos para utilizar sólo uno. De esta manera se podría decir que nadie siente la necesidad de percibir la totalidad de la obra para extraer un párrafo. Y si se piensa que se leen de esta manera obras del pasado que fueron compuestas con una lógica totalmente diferente, hay un eslabón perdido de la comprensión de la obra como tal. Podemos pensar si el porvenir de la cultura escrita será un porvenir en el cual las unidades textuales estarán separadas, disociadas. Entonces, la palabra fragmento perdería su sentido. La idea de unidad textuales autónomas, independientes, ya no son fragmentos. De ahí la tensión: esta lectura fragmentada puede abrir a un nuevo mundo textual, pero puede renunciar al sentido tradicional del mundo textual heredado.
—¿Eso afecta la industria editorial?
—Ese es otro problema muy complejo, porque por otro lado parece que el libro en papel resiste. En Europa el libro electrónico representa apenas entre el 3 y el 5% de lo publicado; en Inglaterra, el 12% y en Estados Unidos, el 20% pero con un retroceso del 10% en los dos últimos años. Entonces, el mercado del libro impreso parece no tener problemas. El problema es que si bien el libro resiste, las instituciones de la cultura impresa no resisten tan bien. Vemos lo que pasa con los diarios en la Argentina, en Estados Unidos, muchos diarios han abandonado la edición impresa o solamente publican un número de fin de semana. No resisten tan bien las librerías en Europa, hay una crisis profunda. Cierran por la competencia con Amazon, y las bibliotecas han tenido la tentación de sustituir a sus colecciones impresas por colecciones digitales. Entonces nos encontramos en una situación paradójica en la cual hay una fuerte resistencia del libro impreso, y una serie de crisis y dificultades para tres instituciones de la cultura impresa: la prensa, la biblioteca, las librerías. Esta realidad define un diagnóstico menos cierto respecto de la sobrevivencia para siempre del libro impreso. En segundo lugar, lo que nos falta son estudios sobre las generaciones, porque aquí pensamos en la resistencia del libro impreso de lectores que han llegado al mundo digital con costumbres, prácticas y herencias que eran de la cultura impresa. Y no es el caso evidentemente de los nativos digitales, que entran tal vez en el mundo de la cultura impresa a partir de una práctica cotidiana universal del mundo digital. Este mundo digital se ha difundido, no para todo el mundo sino para quienes tienen recursos; para ellos se ha transformado en una ecología digital en el sentido en que acompaña cada momento de la vida. Hoy en día estamos frente a una digitalización del mundo social, que no existía de la misma manera quince años atrás. Digitalización de las relaciones con las instituciones, digitalización de las relaciones de mercado, digitalización aún más fundamental de las relaciones entre los individuos y consecuentemente la transformación de los conceptos mismos que definen estas relaciones de los individuos. Amistad, identidad, privacidad, espacio público. Para los que nacen en este mundo, el libro impreso que todavía resiste en un 95% en el mundo del libro no es un objeto inmediato de la ecología textual iconográfica sonora en la cual nacen. Los historiadores fueron los peores profetas del futuro, pero evidentemente no podemos sostener la idea de que el libro nunca va a morir.