John Coetzee viajó por primera vez a Buenos Aires en 2011, invitado por el festival de literatura Filba Internacional. Fue la figura estelar de un evento de grandes figuras: ese año estuvieron, entre otros, Cees Nooteboom, Minae Mizumura y Kjell Askildsen. Fiel a su convicción de que un autor no debe expresarse sino a través de su obra, Coetzee no dio entrevistas ni participó en mesas redondas. Aceptó venir tras un agotador intercambio de correos electrónicos que duró varios meses —lo sé porque en aquel entonces yo formaba parte de la organización del festival—, hasta que estuvo seguro de que su participación iba a limitarse a la lectura de un texto inédito y que no se lo iba a convocar sorpresivamente a ningún panel de debate, como le había pasado ese mismo año en la India.
La lectura de Coetzee fue la actividad de cierre del festival. Fue un domingo —llovía o estaba por largarse— y el auditorio del Museo Malba estaba lleno; apenas dos butacas libres en la primera fila. Lo presentó Matilde Sánchez, que destacó que la de Coetzee era "una prosa desnuda, en sus huesos", y que ese estilo austero perseguía la decisión política de conservar "la presión subjetiva de lo urgente (…) sin las concesiones seductoras de la evasión, el humor o el sarcasmo". Luego, durante 40 minutos, en un inglés pausado y cristalino, con un tono austero —desnudo—, Coetzee leyó "A house in Spain", un cuento que todavía era un work in progress.
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Cinco años después, y con muchísimas más visitas a la ciudad —Coetzee es nuestro equivalente literario a Joey Ramone—, "Una casa en España" aparece incluido en el reciente Tres cuentos, publicado por El hilo de Ariadna. Coetzee, que con esta editorial ya ha publicado varios libros de ensayos, no volvía a la ficción desde La infancia de Jesús (Mondadori; 2013).
Tres cuentos —el título se suma a una larga tradición de Tres cuentos: desde Flaubert hasta Rejtman pasando por Truman Capote— incluye, además, "Nietverloren" (del 2002) y "Él y su hombre" (del 2003). Lo curioso es que "Una casa en España" está fechado en el 2000. (¿Error de Coetzee o falla en mi memoria?).
Marcelo Cohen, que hizo la traducción, señala en la nota introductoria que estos cuentos aparentemente heterogéneos tienen, sin embargo, un punto en común: "Los tres narran experiencias de la vida fuera de lugar; más todavía: tratan de cómo la privación de lugar identificable puede llevar, no a establecerse en un domicilio sino a improvisarse una posición: un punto y una postura desde donde mirar".
Una literatura de la pregunta
Pude entrevistar a Coetzee —después de insistir mucho y pedir muchos favores— en dos oportunidades. Cuando presentó su "Biblioteca personal" con novelas de Ford Madox Ford, Patrick White, Hawthorne, etc., y cuando publicó el ensayo Las manos de los maestros (también por El hilo de Ariadna), que traía textos críticos sobre Eliot, Arthur Miller, Doris Lessing, Philip Roth y más.
Las dos veces, pese a que él estaba en Buenos Aires, me pidió que le enviara las preguntas por correo electrónico; las dos veces sus respuestas fueron más sucintas que mis preguntas. Supongo que la incomodidad de Coetzee por dar respuesta se debe, básicamente, a que desde la literatura plantea preguntas. Tanto en las novelas como en los ensayos, Coetzee esquiva las frases demasiado explícitas; por el contrario, rodea a las ideas, las asedia con un juego de acercamiento y distancia, pero no las define.
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Una de las características más interesantes de la literatura de Coetzee es que sus protagonistas, de los que habla siempre en tercera persona, parecen ser él mismo. Como una subversión a la literatura del yo: una literatura del él. Procedimiento que acentúa especialmente en sus tres novelas autobiográficas: Infancia, Juventud y Verano.
Los Tres cuentos, entonces, tampoco escapan a esta percepción y las preguntas que deja van tanto hacia el lector como hacia él mismo.
"Las vidas de los animales." Coetzee. pic.twitter.com/YOAoTclgWo
— Chinaski (@CarlosKlemp) October 28, 2016
"Una casa en España" habla del amor casi matrimonial por una vieja casona en un pueblo catalán. El texto es una larga disquisición sobre la idea de que el escritor es siempre un extranjero. Cabe recordar que Coetzee, sudafricano, vive hace décadas en Australia.
En "Nietverloren" —que en afrikáans significa "Lo no perdido"—, a partir de una anécdota en clave turística, discute sobre el efecto kitsch con el que se le intenta "vender" las viejas tradiciones a los visitantes.
La pérdida de la tierra, la pérdida de la historia y la pérdida del riesgo. En "Él y su hombre", Coetzee se pone en la piel de un crepuscular Robinson Crusoe —un personaje paradigmático a quien visitó en la novela Foe. Robinson, ya de regreso en Inglaterra, quiere regresar a la isla, pero se limita a vivir las aventuras que "su hombre" le relata por carta. Con este cuento, que Coetzee escribió como discurso de aceptación del Nobel, parece decir que es consciente de que desde ese momento ya nunca dejará de pertenecer al establishment.
Por qué leer a Coetzee
Hay escritores con los que uno siente que se vuelve inteligente al leerlos. Coetzee es uno de ellos.
"Coetzee es exigente", decía Matilde Sánchez. "No halaga al lector con guiños de complicidad sino que requiere la máxima atención a una prosa instrumental, a una pedagogía ascética que inculca el pudor de la carne y la autoridad."
"La lengua de Coetzee", dice ahora Cohen, "es un ojo indefectible para la fatalidad, la realimentación de la desdicha, la dañina ridiculez del deseo de dominio (de sí mismo, de la naturaleza, de los otros), la falta de escrúpulos, la inventiva de algunos humanos para la conquista, la terca buena voluntad de algunos otros, el literal escepticismo de los desvelados, pero también para la verdadera atención y la compasión".
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