El acoso escolar muchas veces no tiene una causa (aparente) más que la motivación misma de la crueldad, de la violencia. Existe un origen, pero no se conoce su génesis (aunque se lo sospecha), y el victimario, en los casos más comunes y como todo violento, posee rasgos definidos y característicos («canchero/a»; «popular»; «ganador/a»; «lindo/a»; con padres autoexigentes y, muchísimas veces, ausentes; aunque, hoy en día también existe la variante movida por la envidia, y el ataque se puede dar al revés…).
El bullying, si bien hasta hace unos años no ostentaba este nombre, no es un fenómeno nuevo. «En la opinión pública se interpreta muchas veces al bullying como el nombre que se le pone a una práctica escolar muy antigua», explica Mariano Narodowski, experto en Educación, quien en su reciente obra Un mundo sin adultos (Debate, 2016), da cuenta de que ya en la literatura clásica –Oliver Twist, de Charles Dickens– y hasta en obras más recientes –About a boy, de Nick Hornby–, el acoso entre pares no es una novedad. Sin embargo, aclara, no es hasta el siglo XX que comienza a ser objeto de investigación.
Los suicidios como consecuencia de esta práctica y de este accionar injustificado y presente en series como The Simpsons, entre otras, cuyo humor ácido pareciera avalar y suavizar los pecados que la posmodernidad no sabe cómo frenar, fueron el puntapié para que medios y científicos posaran una mirada escrutadora sobre esta situación.
Sin embargo, no sólo las ciencias sociales se interesaron por el asunto, y muchos escritores, como menciona Narodowski, desempolvaron sus plumas para utilizarlo como tema principal o como un fuerte contexto de sus historias. Y es llamativo que no haya límites de edad a la hora de poder, a conciencia o no de los autores, lanzar un mensaje cifrado tras un cuento, novela, poema u obra teatral.
No todos los casos de bullying tanto en la vida real como en la literatura son iguales ni poseen el mismo grado de violencia. El punto en común es que se da entre pares, solapado muchas veces, alejado de los ojos de los adultos. Otros rasgos característicos son la existencia de una diferencia y la no aceptación de ella por parte de una persona o un grupo, con las consecuentes burlas y hostigamiento.
La literatura tiene la virtud de desequilibrar, de movilizar, de conmover y, como expresa Sandra Siemens, autora de uno de los libros emblemáticos acerca de este tema (El hombre de los pies-murciélago, Norma), «no es inocua. La literatura siempre nos transforma. Nunca somos los mismos después de leer un libro».
El hombre de los pies-murciélago es «la» novela sobre bullying. Escrita magistralmente, es de una crueldad pasmosa, corta la respiración, siembra preguntas, enfurece, pero el final (abierto) siembra una luz de esperanza. Como sucede con la buena literatura, da la posibilidad de una transformación.
De temas y mensajes
El escritor para niños David Wapner tiene la convicción de que en la buena literatura se pueden encontrar todos los temas que se deseen, «sin necesidad de que hayan sido puestos adrede. Con respecto a los libros actuales que toman el tema del bullying y el acoso, no los he leído, y tampoco me atrae leerlos, no creo en las ficciones o en la poesía como medios para transmitir ideas morales, no me interesan ese tipo de libros que se escriben para un fin extraliterario, por más plausible que éste sea. No me gusta la especulación con temas que pueden potenciar la venta de un libro, no me interesan los temas como motor de la ficción y la poesía. Creo, sí, en la educación, y en libros escritos específicamente para educar y en técnicas, como el psicodrama grupal de Pavlovsky, para el tema que nos ocupa».
Y esta postura es compartida por otros escritores y editores, como es el caso de Verónica Sukaczer: «Descreo de los libros escritos "para". La literatura (sea para chicos, grandes o extraterrestres) no está para eso, no está para acompañar la currícula escolar ni para la moraleja. Por eso, todo escrito en el que se aborden temas actuales con la intención de transmitir un mensaje, desde el vamos me producen urticaria. En la buena literatura, el autor elige un tema pura y exclusivamente porque ésa es la historia que quiere escribir. Desde el corazón, desde las tripas, desde la cabeza. Y entonces surgen libros increíbles, como El hombre de los pies-murciélago, de Sandra Siemens, y uno entiende un poco mejor el mundo y entiende qué es eso del bullying».
Laura Leibiker, editora de Norma, acompaña las posturas de Wapner y Sukaczer y las reafirma: «Cuando tomo un texto y pienso en publicarlo, lo primero que evalúo es su valor literario, no su temática. Y para mí tiene valor si genera una emoción (angustia, tristeza, gracia, curiosidad, temor, etc.) en el lector». Asimismo, María Fernanda Maquieira, responsable editorial de loqueleo tiene una postura muy similar: «En verdad, nosotros no pensamos los libros en términos de sus temas, sino si son de calidad a nivel literario. Luego, entran todos los temas y géneros que consideramos apropiados e interesantes para los chicos. Tratamos de huir de las modas y las enseñanzas, de la moralina y la didáctica con que muchas veces se conciben algunas historias. Me generan cierta desconfianza los libros "sobre bullying", como cualquier otra etiqueta. Prefiero una buena historia, bellamente escrita, que luego nos lleve a pensar en sus temas y sentidos colaterales».
Frente a un panorama real bastante oscuro, en el que la ficción es reflejo de una cotidianeidad más común de lo que uno desearía, la literatura puede ser un oasis. Por lo pronto, en el caso de los libros para los más chicos, el humor o el desenlace con final feliz aportan un poco de aire al ahogo al que somete esta realidad. Casos como El caballo que no sabía relinchar (y «La perrita Guillermina», cuento que integra el mismo volumen), de la gran Griselda Gambaro (editado por loqueleo) o El sol escondido, de Carolina Tosi (edebé, 2015), son dos ejemplos de que, a veces, la comprensión y el respeto por la diferencia pueden triunfar. En el primer caso, los animales son los protagonistas de burlas y son ellos mismos los que dan una lección y una autorreflexión por parte del «victimario». En el segundo caso, desde la ternura y sin ser un manual de autoayuda, se apela a valorar lo desconocido como algo muy válido.
El remanso de la literatura
Es un trabajo arduo para los mediadores trabajar sobre el tema. Como expresa Javier Arévalo, escritor del Perú y reconocido promotor de la lectura en su país: «No he visto que un libro, o la literatura, salve a un muchacho del acoso. El bullying es violencia ejercida por otro que ha sido violentado por una familia y una sociedad enfermas y que a su vez ejerce violencia sobre otro indefenso como él. Sin embargo, la literatura puede inducir al acosado a comprender al acosador y también podría sugerirle algunas buenas ideas de sublime justicia o de dulce venganza».
María Fernanda Heredia, escritora ecuatoriana especializada en literatura para niños y jóvenes y autora de La lluvia sabe por qué (Norma) -que también trata el tema del acoso-, expresa, no sin desazón: «Cuando un día abres un periódico y lees que un niño de 13 años se suicidó porque no pudo soportar más el acoso y las humillaciones de las que era víctima en su colegio, sientes un dolor y una rabia infinitos. Piensas que quizá si alguien lo hubiera escuchado, si alguien hubiera encendido una alarma, si alguien lo hubiera ayudado, si alguien hubiera salido de su metro cuadrado de selfie feliz…»
«A veces la literatura intenta sacudir a ese alguien. No enseñar, no dejar mensajes, sí remover su alma», concluye Heredia. Y aquí radica una clave que con lucidez expresa, también, Carola Martínez, especialista en literatura infantil y juvenil, en su artículo para la revista Barataria de 2015: «Las causas del bullying sólo pueden ser resueltas desde lo social. Como adultos tenemos un margen de intervención, desde las aulas, desde las casas, en la propia literatura. Escribir sobre este tema y conversar sobre estos libros puede ayudar enormemente a muchos depositarios silenciosos de intimidaciones y maltratos. La actuación positiva de muchos mediadores pueden ser manos que se extienden para entrar en esos territorios invisibles de la violencia escolar».
Mónica Brozon, escritora mexicana, tiene la convicción de que «una de las funciones de la literatura es generar empatía. No es lo mismo ver en el periódico la noticia de una chica víctima del bullying que se suicidó porque no pudo soportarlo que conocer a fondo al personaje y su historia. Eso nos permite, de algún modo, vivir una vida y un conflicto ajenos a través de las páginas. Y nos acerca a una comprensión más profunda de su circunstancia».
Y Maquieira, editora de loqueleo, le reconoce a la literatura su poder transformador: «Leemos Matilda, de Roald Dahl, porque es un buen libro, más allá de que luego podamos pensar y conversar sobre el maltrato a los niños en la escuela. El libro es un puente hacia muchos descubrimientos». Una vez más, Laura Leibiker, de Norma, coincide con su colega: «Cuando el libro alude a una problemática tan significativa como el bullying o acoso escolar, o a cualquier otro tipo de discriminación y violencias, me interesa que les llegue a los lectores. Porque creo que la buena literatura produce reflexión y la reflexión produce cambios». Sin embargo, insiste en la idea de la literatura que tiene una historia y no en los falsos libros de cuentos que esconden manuales de autoayuda o guías de vida: «No incluyo en esta descripción a esos libros que intencionalmente pretenden tratar un tema y llevar al lector a una conclusión unívoca, sino a esos otros textos literarios que invitan a la identificación, a la revisión y a comprender por qué los personajes actúan como lo hacen».
El panorama es complejo y existen múltiples aristas para tratarlos, sin embargo, el arte, siempre sanador, constituye una herramienta valiosísima que puede ser utilizada en estos casos. Y más allá de la atención, insustituible por nada, que se les debe prestar a los chicos para tratar de evitar esta y otras problemáticas, la literatura, una vez más, puede ser refugio o puente que encauce el río…
Nota al pie y personal. Muy personal:
Recuerdo con esa nitidez que no esmerila la memoria el aula de segundo año. Casi podría asegurar que la clase de Educación Cívica era los martes y que mis archienemigas se llamaban Catalina, Alejandra y Paula. Olvidé sus crueldades, sus burlas…, tal vez el uniforme largo, ser respetuosa de las normas, no resaltar más ni menos, algún rasgo mojigato…, no hay más remembranza que cierto dolor que en ese momento era profundo y alguna que otra imagen que me empeño en rechazar…
Desde que tengo uso de memoria la literatura es parte activa de mi vida. No sé si podría decir que me salvó (porque no tuve que ser salvada de nada), pero sí fue un refugio. Y esto no es algo que me sucede solo a mí, sino que es parte de algo compartido tácitamente por quienes estamos atravesados por ella.
Esta idea, creo, da una luz de esperanza (y de alerta) ante los casos de violencia, de acoso escolar, para que mediadores, docentes con conciencia, animadores de lectura y talleristas puedan trabajar esta problemática.