Mirar no alcanza: es necesario ver y a veces, contemplar. La pregunta que llega puntual y redonda, esa que deja perplejo o rumiando al entrevistado, ocurre con la frecuencia de un milagro: nunca, salvo que uno se tenga demasiada fe. El adjetivo justo aparece tarde, después de tanto, de tantas cosas. Antes hay que hacer una investigación periodística. Es un trabajo que se emprende, como se emprenden los caminos. Hay atajos, hay senderos sinuosos, otros divertidos (¿dónde estarán?) o brutales y sin salida. Carlitos Way. Vida de Carlos Nair Menem, es mi primer libro. No se trata de una biografía autorizada sobre el hijo del ex presidente, sino de un perfil. Se dice que un perfil es la mirada de otro —el periodista— sobre alguien o algo —su objeto de estudio— contado de la manera más honesta posible. Honesta, no objetiva.
Pero en el año 2011, cuando decidí que contaría la historia de Carlos Nair Menem, apenas intuía la diferencia entre mirar y contemplar, no tenía muy claro qué preguntar y, confieso, estaba desesperada por encontrar un adjetivo —¡sólo uno!— que definiera la vida de ese chico. Sin darme cuenta de que en mi mochila llevaba más dudas que herramientas, ajusté las correas y salí a emprender el camino, uno cada vez menos transitado, el de la investigación periodística. No hay recetas o, mejor dicho, cada cual tiene la suya, pero en algo coinciden quienes lo hicieron: la cuestión es arrancar.
Lea más: Cómo escribí Si te vieras con mis ojos
Los datos sobre algo o alguien están por todos lados. En Google, en la tevé, en las redes sociales. Pero hay un paso que considero obligado: el archivo de papel. Antes de ponerme en contacto con el protagonista de mi libro, fui al archivo del diario Clarín —donde trabajo— y pedí el sobre de Carlos Nair Menem. Todo —o casi todo— lo que se ha publicado de una persona en medios gráficos está guardado allí, en sobres tamaño A3. Decía que los datos sobre algo o alguien están por todos lados y ese día di con el primero: los recortes de Carlos Nair, que ya había sido reconocido legalmente por su padre, seguían guardados bajo el apellido materno, Meza.
En el archivo leí cada artículo, tomé notas, saqué flechas, me hice preguntas, comparé fotos, advertí que había tramos de su vida que eran puntos ciegos. A esa altura Carlos Nair era, digamos, famoso, tenía un apodo —Anaconda—, había protagonizado varios accidentes y su predilección por las armas también era conocida. Sin embargo, su historia trascendía lo noticioso: Martha Meza, su madre, se había suicidado a poco de cumplir su primer mandato como diputada de la Nación; Nair había nacido en un pueblo de Formosa y no sólo había sido el hijo negado, también tuvo que exiliarse amenazado de muerte; le había iniciado un juicio de filiación a Carlos Saúl Menem…
El segundo paso fue ponerme en contacto con Carlos Nair. No fue sencillo. Era 2012, él estaba instalado en Mendoza, poniendo en marcha un negocio, rodeado de gente nueva y haciendo un tratamiento de rehabilitación de algo que no estaba muy claro. La idea era hablar con él sin intermediarios. Otra vez: los datos están por todos lados. Un día vi pasar un tuit. Carlos Nair y un colega se saludaban vía Tuiter. Ubiqué al periodista a través de alguien en común y me pasó un contacto de Nair. Lo llamé, le dije —de una— que quería hacer un libro con su historia: del otro lado de la línea escuché una risa burlona. Hablamos sobre mi propuesta durante seis meses hasta que aceptó que viaje Godoy Cruz, donde vivía. Me encontré con un hombre esquivo al que le costaba desarmar su historia personal. Él ya había construido su leyenda. Y un día no atendió más mis llamadas.
Lea más: Alejandro Parisi, el placer de ser otro
La investigación para escribir Carlitos Way duró unos cuatro años, con intervalos. En ese lapso compré libros sobre Menem, sobre el menemismo, sobre Cecilia Bolocco: los leí, subrayé, crucé datos. Volví al archivo del diario, armé su árbol genealógico: pedí los sobres de Zulema Yoma, de Zulemita, de Junior Menem. El sobre de su madre, Martha Meza, nunca apareció. Conseguí expedientes judiciales: el del juicio de filiación, por ejemplo. Viajé a Formosa, visité su pueblo natal, Las Lomitas, y Pirané, donde entrevisté a sus hermanos de parte de madre. Pedí álbumes familiares: miré fotos con ojos de lupa. Volví, otra vez, al archivo del diario. Fui a la hemeroteca del Congreso a chequear datos. Quise saber cómo funciona un arma nueve milímetros y busqué a un experto. A una productora de un programa de tevé le pedí, a riesgo de quedar como una insoportable, aquella entrevista que no estaba en Youtube porque misteriosamente había sido levantada de todos los portales de noticias.
Ese trabajo de campo, que por momentos parecía infinito, fue la base sobre la que pude reconstruir la vida del hijo extramatrimonial de quien fue presidente de nuestro país durante dos mandatos consecutivos. Pero no sólo eso: a través de Carlos Nair Menem fue posible contar un momento de la historia de Argentina. Los tiempos de la investigación periodística suelen ir a contramano de las imposiciones editoriales y de la vorágine informativa que ofrece la web. Pero hay que tratar de hacerlo. Los datos, insisto, están por todos lados. Luego habrá tiempo (sí, hay) para aprender a mirar, encontrar la pregunta correcta o aquel adjetivo que sea suficiente.