Nos enamoramos de ellos, aunque también podemos odiarlos, temerles o sentir enorme compasión por sus padecimientos. Pueden ser afortunados ganadores de la vida, tímidos incapaces de enfrentar la realidad, pícaros de manual o sujetos tormentosos e insufribles. A veces nos gustan porque queremos parecernos a ellos; otras, simplemente porque son el modelo contrario a nuestra personalidad y son un deseo inalcanzable. Se trata de personajes masculinos de la literatura que por algún motivo quedaron fijados en nuestra memoria, aquellos con los que convivimos durante la lectura de su historia pero que no se agotaron ahí sino que terminaron convertidos en símbolo, emblema o sencillamente en la postal de un momento determinado de nuestras vidas.
La red social Grandes Libros les pidió a grandes lectores que eligieran un protagonista masculino de ficción y nos contaran también el porqué de esa elección.
Florencia Etcheves (Periodista y escritora): Mi personaje masculino favorito es Tom Sawyer. Es más que un encantador chico de ficción, creo que Mark Twain fue más allá: Tom Sawyer es el nosotros del pasado. El libro Las aventuras de Tom Sawyer es para mí un repaso soñado por los primeros tramos del camino que aún sigo recorriendo. Y, como a esos primeros amores, suelo buscar a Tom entre otras páginas. Lo encontré un poco en Theo Decker, el niño de El Jilguero, de Donna Tartt, y también en Woody, el potente joven de El libro de los Baltimore, de Joel Dicker. Rebelde, aventurero, transgresor de todo límite, buscador incesante y atropellado de la libertad, leal y absurdo, ¿no es acaso la adolescencia una mezcla de todo eso?
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Guillermo Jaim Etcheverry (médico, académico, ex rector de la UBA):
Al cabo de muchos años de lectura son tantos los personajes que se me aparecen al intentar recordar los que más me han impresionado –en el sentido de dejarme una impresión, una marca indeleble– que me resulta difícil mencionar alguno. Pero incitado a hacerlo, citaré a Oskar Matzerath, el protagonista de El tambor de hojalata, de Günther Grass. El recuerdo de las andanzas de Oscarcito, quien se negó a crecer y rompe los cristales con su grito, y de su compañera, la enana Roswitha Raguna, en el escenario de la Europa en guerra, me acompaña desde hace mucho, demasiado, tiempo. (Perdón Funes, Josef K, Facundo, no crean que los olvidé).
María Fernanda Heredia (autora de literatura infantil y juvenil ecuatoriana): A los 24 años me fui a vivir sola. Una maleta pequeña y un colchón eran todo mi patrimonio. Era un mes de abril y había feria del libro en Quito, entré y con el dinero que iba a hacer la compra de supermercado me llevé una bellísima edición de El Señor de los Anillos. Frodo es, desde entonces, uno de mis héroes más amados. Me rindo ante ese hobbit de apariencia frágil, a su timidez, a su manera de llevar una misión importante con coraje y sin aspavientos. No lo puedo negar, me gustan los héroes silenciosos, es la gente común o aparentemente vulnerable, la que usualmente me da más razones para creer en los héroes.
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Flavia Pittella (docente, periodista y escritora): De chica me encantaba subirme a los árboles. Eran naves espaciales, aviones, formas de habitar el mundo sin pisar el suelo y, sobre todo, miradores para poder observar y sobrevolar la realidad sin ser demasiado vista. Un día me encontré con mi héroe, Cosimo Piovasco, barón de Rondó, protagonista de El barón rampante, y ahí comprendí que no estaba sola, que Italo Calvino -con su enorme cabeza- entendía el mundo de los árboles y también a los que preferimos observar y sólo intervenir frente a lo extraordinario que se nos presenta, ya que se puede vivir una vida rica y bien jugosa, desde las periferias, los afueras, los lugares poco pensados como espacios de felicidad. Y sigo ahí. Casi siempre subida a un árbol; viendo la vida pasar: la rebelión contra cualquier centralidad.
Cecilia Laratro (conductora de radio y TV): Era tan difícil la consigna que opté por un clásico. La primera vez fue en el cine, la peli se llama "Julio Cesar", es de 1953 y Marlon Brando hacía de Marco Antonio. Quedé sin respiración cuando lo escuché entonces. Por supuesto que luego lo leí en la colección de Shakespeare que tenía mi madre, con libros con tapa de cuero y papel de biblia confirmé que el texto es una obra maestra. Más tarde vi la obra en la Sala Planeta (que ya no existe) y el monólogo lo hizo Víctor Laplace. La retórica es insuperable; el texto que Shakespeare construye para Marco Antonio es un discurso magnífico.
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Nació la red social Grandes Libros
Daniel Molina (crítico y periodista): Julian Sorel, de Rojo y Negro. Es el resentido, el hijo olvidado, el trepador, el que odiado por todos y el que logra posicionarse socialmente por su increíble capacidad y esfuerzo, pero lo tira todo por la borda porque ama y porque es justo. Es maravilloso.
Jorge Taiana (presidente del Parlasur, ex canciller argentino): Mi personaje preferido es Samuel Tesler, el filósofo de Villa Crespo del que nos habla Leopoldo Marechal en sus novelas Adán BuenosAyres y Megafón o la Guerra. Un hombre histriónico, escandaloso y muy porteño. Acompaña a Adan Buenosayres y es también su interlocutor. Está inspirado en el poeta Jacobo Fijman, un personaje extravagante de la literatura argentina, enemigo de las convenciones sociales y un poco cínico. Tesler es en muchos pasajes la propia voz de Marechal; desapegado del criollismo y de lo argentino es, en realidad, el contrapunto cómico de Adán.
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Gabriela Margall (escritora): Pacato y snob, así queremos a Mr. Darcy. Cuando uno lee Orgullo y Prejuicio no puede dejar de preguntarse en quién pensaba Jane Austen cuando escribía su novela. Podemos entender que no hubiera un Fitzwilliam Darcy en su vida, pero ¿hubo una materia prima para un sujeto tan orgulloso, molesto y chirriante como Mr. Darcy que fuera capaz de renacer de sus cenizas? Porque Darcy es todo eso y más: "si se hubiese comportado de una manera más caballerosa" le grita Elizabeth Bennet en su propia cara y ese es el peor insulto de todos. Nuestro héroe no se comporta como un caballero y por eso es imperdonable. Pero nuestro héroe es noble y sabe que es un caballero. Y renace de sus cenizas, después de la hoguera que su amada Elizabeth encendió para hacerle entender que se había comportado como un estúpido. Y por eso así lo queremos: pacato, snob, orgulloso, chirriante y renacido a causa del amor y por el amor mismo.
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