A veces ocurre mientras los estamos leyendo, otras, cuando terminamos de hacerlo. No hay modo de explicar ni cómo ni por qué sucede, pero es así. Algunos libros pegan más que otros o, al menos, lo hacen de una manera diferente o inesperada. Son libros que no vamos a olvidar; historias que nos sacuden y van a quedar alojadas en la memoria para siempre, asociadas a cierto momento de nuestra vida al punto que ya será imposible disociar ese libro del tiempo y el espacio en que lo leímos. Qué estaba pasando con nosotros, quiénes nos acompañaban, dónde estábamos: todo eso vuelve cada vez que recordamos libros que, a su modo, nos dieron vuelta la vida. Son lecturas que nos rompieron la cabeza porque significaron un antes y un después en nuestra tradición lectora y en nuestra manera de leer el mundo. Libros que nos enseñaron a ver las cosas de otro modo o que, tal vez, nos descubrieron algo de nosotros mismos que hasta entonces ignorábamos.
En Grandes Libros, una red social de lectores que se propone como un espacio de comunicación e interacción de gustos, comentarios y recomendaciones, entendemos que los libros tienen valor por ellos mismos pero también por lo que significan para quienes los leen. Es por eso que elegimos presentarnos de esta manera: preguntándoles a buenos lectores por algún libro inolvidable de entre aquellos que, por diferentes motivos, los conmovieron de una manera especial.
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Eduardo Sacheri leyó los cuentos de Bestiario, de Julio Cortázar, a los 16 años y le partieron la cabeza.
Eduardo Sacheri: Un libro que me rompió la cabeza fue Bestiario, de Cortázar. Lo descubrí en plena adolescencia, a los 16. Cortázar acababa de morir y me topé con una edición (horrible) de sus cuentos completos. Todos sus libros estaban mezclados, sin orden ni concierto, en ese volumen póstumo y repentino. El primero era Historias de Cronopios y de Famas (simplemente porque sí), y casi me acobarda esa complejidad. Pero después seguía Bestiario, y en Bestiario estaba el mejor cuento del mundo mundial, "Carta a una señorita en París". ¿Se me sigue notando el entusiasmo, no?
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Ana María Shúa: Son tantos los libros que me rompieron la cabeza que no sé por dónde empezar, y el último, como me suele suceder, lo leí la semana pasada. ¡Por suerte la buena literatura me sigue sorprendiendo! Pero hubo un libro clave en mi formación, que me perturbó y me abrió la puerta grande al mundo de la literatura fantástica: la Antología del Cuento Extraño, que Rodolfo Walsh compiló especialmente para mí, aunque entonces no lo sabía porque tenía diez años y no me fijaba mucho en los autores de los libros. Por supuesto, sigo amando ese libro.
Claudia Piñeiro: Elijo los Cuentos de Chejov. Yo tenía una edición que incluía uno de mis favoritos, "El beso". Luego tuve otras compilaciones y comprobé con los años lo que dice Richard Ford en el prólogo a una de ellas (Lumen, 2001). Dice algo así –estoy de viaje, no tengo el libro conmigo- como que nunca leemos el mismo cuento de Chejov porque al releerlo a lo largo de la vida nosotros somos otros y por lo tanto percibimos pliegues que antes no vimos. Creo yo también que los cuentos de Chejov están llenos de pliegues para seguir encontrando debajo de ellos. Y son de una actualidad pasmosa porque hablan de sentimientos, dolores, tristezas o amores que no tienen fecha de vencimiento.
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Ricardo Mariño: Leí El Maestro y Margarita, de Mijail Bulgakov, en el mismo verano en que cayó la URSS, 1991. La novela arranca con la llegada del diablo a la URSS en 1930. Me pareció un libro extraordinario, que además tocaba un tema que me era muy cercano: había militado en el PC y hasta pocos meses antes yo era redactor en una agencia de noticias soviética donde fuimos viendo paso a paso ese desmoronamiento. Mi desilusión era muy anterior a la disolución de la URSS, pero aun así me pegó fuerte leer en paralelo la novela y saber sobre las penurias de Bulgakov durante el estalinismo. Me sigue pareciendo un gran libro, particularmente el tramo en que se cuenta el encuentro de Poncio Pilatos y Cristo ("escrito" por uno de los protagonistas) que me parece uno de los grandes momentos de la narrativa del siglo XX. Hace poco vi una muy interesante serie rusa en ocho capítulos que sigue al pie de la letra la historia y el espíritu crítico del libro.
Gonzalo Heredia: El libro Entrevistas breves con hombres repulsivos, de David Foster Wallace, me llegó por recomendación de Virginia Cosin y fue lo primero que leí de ese autor. El libro está compuesto por relatos, crónicas, entrevistas, anécdotas. Uno de los capítulos, Octeto, contiene ocho microrrelatos a los que el autor llama contes philosophiques. En Uno (Acertijo pop numero 9) el autor intenta desnudarse por completo corriendo el limite ficción/realidad. Intenta sacarse la máscara, develar el misterio, y logra un efecto meta-ficticio que me rompió la cabeza por varios motivos, entre ellos el efecto 3D y el juego literario que le propone al lector. Al libro, pero sobre todo a Foster Wallace, siempre vuelvo; es más, en este momento leo un relato de La niña de pelo raro, pero hubo algo de aquel relato del primer libro que leí que me atravesó y no me soltó y hasta fue un disparador para empezar a tomar apuntes y hacer acopio para una futura novela.
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Carla Guelfenbein: El libro que me dio un antes y un después es Nubosidad Variable, de Carmen Martín Gaite. Una novela que habla en voz baja de una amistad, dando cuenta de las pequeñas grandes hazañas de la vida, sin grandes aspavientos, así, como ocurre la vida, de a pasitos y a veces a trompicones. Cuando leí Nubosidad Variable, me dije: este es el mundo del cual quiero escribir.
Ingrid Beck: Libros que te parten la cabeza son esos libros que te dan envidia por cómo el autor va enhebrando las palabras y, en este caso, por cómo cuenta la historia de esa chica que los ojos del protagonista ven tan hermosa y también por cómo te lleva, suave y profundo, hasta el final. A la novela Una muchacha muy bella la descubrí sola. Y me enamoré. La regalé diecisiete veces (las conté). Conocí al autor. Qué muchacho tan bello, Julián López.
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Luis Novaresio: Un libro que me rompió la cabeza, y eso que mi cabeza era entonces joven y bastante dura, fue La Náusea, de Jean Paul Sartre. Tenía 18 años cuando un amigo de un amigo me dijo que no leer ese libro era no haber leído. En su casa tenía colgada una sábana vieja con la frase "Yo obedeceré hasta la muerte. Pero a mí". "Eso es Sartre", me dijo. El (no) sentido de la vida, la búsqueda de la felicidad en esta existencia no elegida, la transformación de un supuesto pesimismo en vitalismo como motor del hacer y, sin dudas, un texto bello en lo narrativo fueron el amor a primera vista hacia la literatura de este hombre.
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