Con una ética canalla adoptó una decisión coherente con su definición del calentamiento global como resultado del modelo productivo de la humanidad: Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, había dicho que el cambio climático es un invento de los chinos para perjudicar la competitividad estadounidense. Pero la indignación global no debiera opacar la realidad. Trump opera sobre el fértil terreno del fracaso internacional, apenas disimulado por discursos altisonantes. El acuerdo de París, del que el multimillonario presidente norteamericano desertó, es "de una tibieza lamentable", según la honesta descripción del ex presidente uruguayo Pepe Mujica. Un muestrario de buenas intenciones para reducir las emisiones de dióxido de carbono, pero sin metas explícitas, sin sanciones, sin exigencias de cumplimiento.
Y antes, el protocolo de Kioto, tan venerado, pasó a la historia como el más inoperante éxito de la diplomacia internacional: nadie cumplió jamás sus postulados. Y desde hace veinticinco años, la cantidad de gases de invernadero en la atmósfera crece sin parar mientras la burocracia internacional rubrica acuerdos que nadie cumple. ¿Se habría atrevido Trump a tomar una decisión de este calibre si el mundo realmente hubiese transitado una senda a favor de la sustentabilidad?
Estados Unidos ha dejado así de ser un aliado del planeta. Donald Trump dio rienda suelta a sus creencias más radicales y decidió romper con el "debilitante, desventajoso e injusto" Acuerdo de París contra el cambio climático. La retirada del pacto firmado por 195 países marca una divisoria histórica. Con la salida, el presidente de la nación más poderosa del mundo no sólo da la espalda a la ciencia y ahonda la fractura con Europa, sino que abandona la lucha ante uno de los más inquietantes desafíos de la humanidad. La era Trump, oscura y vertiginosa, se acelera.
La señal es inequívoca. Tras haber rechazado el Acuerdo del Pacífico (TPP) e impuesto una negociación a bayoneta calada con México y Canadá en el Tratado de Libre Comercio, el presidente ha abierto la puerta que tantos temían. De nada sirvió la presión de Naciones Unidas o la Unión Europea, ni de gigantes energéticos como Exxon, General Electric o Chevron. Ni siquiera el grito unánime de la comunidad científica ha sido escuchado. Trump puso la lupa en los "intereses nacionales" y consumó el giro aislacionista frente a un acuerdo refrendado por todo el planeta, excepto Nicaragua y Siria.
"He cumplido una tras otra mis promesas. La economía ha crecido y esto solo ha empezado. No vamos a perder empleos. Por la gente de este país salimos del acuerdo. Estoy dispuesto a renegociar otro favorable para Estados Unidos, pero que sea justo para sus trabajadores, contribuyentes y empresas. Es hora de poner a Youngstown, Detroit y Pittsburgh por delante de París", clamó Trump.
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