Abel Cruz Gutiérrez bautizó Rachel a unas mallas de nylon que cubren los cerros del sur de Lima, en Perú. El verde del manto no revive el gris que coloniza el paisaje. Quizá adaptarse sea su función: difuminarse en un escenario opaco, cubierto de melancolía y nubes, para coronarse como agente de cambio. Rachel es popularmente conocida como "atrapanieblas". Transforma el fenómeno meteorológico eterno en un sistema de agua para regadío, Rachel atrapa la niebla y la vuelve un recurso económico.
Es el ingenioso método para robarle el agua al cielo. Agua: miles de gotas caen de la red a un tubo que las conduce hacia un tanque a través de un sistema doméstico de distribución y acumulación. Es la gestión inteligente de entre 200 y 400 litros de agua diarios que proporcionan riego y lavado al ecosistema de 439 familias del asentamiento Villa Lourdes Ecológico II, sobre las alturas del pueblo limeño.
Aunque cristalina, no es apta para el consumo humano, el agua es utilizada en el riego de los cultivos y para optimizar el curso de otras necesidades. Que son muchas: Lima es una región sedienta, árida, también conocida como la ciudad que nunca llueve, cargada de barrios marginales emplazados en zonas semidesérticas, localizaciones donde no limitaciones al acceso a agua potable. La red de suministro de agua potable no cobija las necesidades de un millón de habitantes y la cantidad se duplica con quienes padecen estrés hídrico (la compra de agua de carros cisternas que incrementan el precio del líquido).
Abel Cruz Gutiérrez es el responsable de hacer llover la niebla. "Creo que estoy contribuyendo de una manera más eficaz a que muchas familias estén cambiando su vida, su forma de pensar", le dijo a la BBC de Inglaterra. Ingeniero peruano de 50 años, presidente de la Asociación Peruanos sin Agua, nació rehén de la falta de agua potable y hace catorce años es responsable de la creación, multiplicación y gestión de las mallas de nylon que riegan los suelos pobres.
Los atrapaniebla conceden agua para sembrar y cosechar apio, calabaza, perejil, culantro, cebolla, en una zona donde hace una década sólo había un cerro inhabitable, permanentemente nostálgico, árido. El éxito y la popularidad del método adquirió dimensiones grandiosas. La proyección es dotar a la región de 500 paneles: 450 "atrapanieblas" más con un tamaño que duplique los 50 ya instalados. Con este conjunto de mallas de hasta 12 metros de altura, los niveles de creación de agua alcanzarían los 1.500 litros diarios.
La misión de Cruz es instalar tres mil nuevos productos sobre los cerros peruanos, conforme establezca un acuerdo con el Ministerio de Vivienda, Construcción y Saneamiento local. Y hallar la fórmula para potabilizar el agua robada al cielo. El ingeniero expuso las bondades de su invención en universidades de Málaga, Viena y Ámsterdam, donde endulzó las mieles del ejecutivo holandés: le prometieron más de tres millones de euros a su ONG por considerar innovadoras sus propuestas. La recompensa costeará el proyecto para incorporar a la red de agua potable a casi 1.500 nuevas personas.
Abel Cruz Gutiérrez es un cazador de niebla. Es la esperanza de los desprotegidos, es el ángel del agua, aquel que padeció su carencia de niño, aquel que ideó una fórmula precaria y eficaz para suministrarle el recurso más vital del planeta a gran parte de sus compatriotas. No es una figura poética, ni una metáfora fantasiosa, sólo un hombre que le roba el agua al cielo para dársela a los pobres.
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