Entró a la sala de conferencia queriendo mostrar una imagen aplomada pero dentro suyo había una revolución. Estaba enojado, rabioso. "Tengo que sincerarme, jugar muy mal estos dos meses fue parte de la estrategia", dijo cuando habló de la clave de la victoria ante Boca en la Supercopa Argentina. Para entonces Marcelo Gallardo miraba desafiante a la prensa. Hubiese querido salirse de su rol de profesional y gritar fuerte, desahogarse, recordar su foja de servicios y lo que su River lleva logrado en poco más de tres años pero no… sólo se limitó a pedir "respeto".
En la película del director Ron Howard sobre la vida del matemático John Nash, ganador del premio Nobel de Economía en 1994, titulada Una mente brillante, el protagonista habla en su juventud ante sus colegas y enuncia: "Caballeros, debo recordarles que mis probabilidades de éxito, aumentan en cada nuevo intento…"
Y vaya si aquello resume de qué se trata el método Gallardo, que es mucho más que el viejo y querido director técnico argentino, aquel que se hace amigo de los jugadores, el de los códigos, el de dejar en manos del talentoso la alquimia de su proyecto. El ídolo es ahora un líder de grupo, que toma distancia de los sentimentalismos, que declara con conceptos, que señala las inconveniencias más grandes como aquella de "la guardia alta", cuando puso en el primer plano de la escena los poderes de protección hacia Boca.
La Supercopa Argentina fue el octavo título de su era en River, donde lleva 192 partidos dirigidos desde junio de 2014. Eso quiere decir que se corona, al menos, una vez cada seis meses, un registro inédito en el fútbol nacional. "Quiero recordar que este equipo que hoy jugó frente al mejor de la Argentina, el que es puntero hace más de un año, disputó esta final porque había sido campeón de la Copa Argentina. Que nadie se lo regaló. Que se lo ganó", recordó Gallardo con decisión.
Hasta antes del partido contra Boca, el debate pasaba por el futuro del Muñeco en River si el equipo perdía la Supercopa contra su clásico rival, habida cuenta del naufragio en el torneo local (el Millonario marcha 18° con 23 puntos, a 23 del líder, Boca). Eran fuertemente cuestionados, una vez más, algunos de sus pedidos en el mercado de pases como Pratto y Armani, mientras que otros criticaban el respaldo hacia sus viejos soldados, como Enzo Pérez o Gonzalo Martínez.
Y Armani fue la figura (algunos empezaron a pedirlo para el Mundial), como lo fue también el Pity. Y River fue el River de Gallardo que tiene como bandera a Leonardo Ponzio. Que tuvo en Rodrigo Mora una incansable rueda de auxilio y en el colectivo un espíritu de lucha y de amor propio.
Un integrante del círculo más íntimo de River soltó anoche: "Cuando veníamos en el avión para Mendoza todos sonreían. Estaban tranquilos y a mi eso me llamó la atención y entendí que los jugadores tenían claro qué significaba el partido con Boca".
Así lo entendió Marcelo Gallardo. Así lo sabía, en realidad. En Una mente brillante John Nash, su protagonista, sufre alucinaciones por un cuadro de esquizofrenia. "Demasiada tensión desencadena la crisis", le dicen. En el caso del Muñeco, hay tensión y las crisis existen pero nada es inventado, todo tiene un concepto, una explicación, un por qué.
El técnico de River vive hoy uno de sus días más felices. Pero siente que este triunfo, a diferencia de todos los otros que ha logrado, es más suyo que de ningún otro, ni siquiera los futbolistas. Que los que pedían su cabeza hoy silban haciéndose los distraídos. Que ignoran los principios de su proceso, que es estudiado y no al azar.
Cuando a John Nash y al resto un grupo de jóvenes matemáticos destacados les dan la bienvenida en la prestigiosa Universidad de Princeton, su director les dice: "Para ganar requerimos resultados, resultados publicables y aplicabables. ¿Quien de ustedes será como Morse o Einstein? ¿Quien de ustedes irá a la vanguardia en la libertad democrática por descubir? Hoy ponemos en sus manos la libertad de esta Nación".
Marcelo Gallardo entró enojado a la conferencia de prensa. Quería gritarles a todos que ganó lo que ninguno y que pretende seguir haciéndolo. Pero sólo pidió "respeto por este equipo" y "repasar cada tanto qué hemos venido haciendo para tener argumentos a la hora de hablar". Hoy el DT sabe que tiene a River (y a la crítica) en sus manos. Y que la suya es una mente brillante.
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