El jueves 21 Jorge Sampaoli llamó desesperadamente desde Barcelona a la AFA y pidió que por favor le cambiaran los pasajes de regreso para esa misma noche. Su agenda original preveía volver el lunes 24 por la mañana pero dio por terminada su misión y quería pegar la vuelta lo antes posible.
Antes había estado charlando una vez más con nuestro capitán Lionel Messi a quien vio presencialmente en el Camp Nou hacerle cuatro goles en el encuentro frente al Eibar.
A la AFA este viaje llevado a cabo por él y su ayudante, Sebastian Beccacece, le costó alrededor de un millón de pesos. ¿ Se justificaron? La verdad es que su gestión está resultando la más cara en la historia de los seleccionadores nacionales, en la proporcionalidad del tiempo. La suma de los cuantiosos honorarios para el más numeroso cuerpo técnico que jamás haya trabajado en Ezeiza, sumado al pago de su cláusula de rescisión con el Sevilla y estos gastos coyunturales más otros lucros en el predio quedarían ampliamente admitidos si los pasos hacia el objetivo resultaran cuanto menos coherentes.
El viernes pasado bajó del avión cual integrante de la humanitaria tarea de los Medicos sin fronteras que vienen de salvar vidas en el horror y la hambruna. En ellos se entendería un rostro adusto o compungido. Pues no era el caso. Jorge Sampaoli que venía de Europa, con una última escala en Barcelona. Había ido a hablar – una vez más – con unos jugadores a quienes habría de recibir en pocos días y con quienes tendrá mucho tiempo de convivencia (¿Sampaoli conocerá el Skype?).
Por cierto que aparecieron fotos con algunos actores en la platea del Camp Nou junto a Baccacece y una carpeta fácilmente visible. Al llegar a Ezeiza salió por un costado, evitó a la prensa con desprecio y se retiró de la terminal aérea cual dignatario que no puede anticipar una cuestión de Estado.
Fue entonces cuando objetivamente nos preguntamos si no era más categórica una señal en el sentido contrario: en vez de ir a ver a jugadores con quienes tiene contacto información y dialogo no era más contundente como señal ir a ver jugadores del equipo rival. Ir a Brasil a ver a Paolo Guerrero o recorrer estadios del Peru para apreciar a los rivales. Nada nuevo agregaría pero como líder no dejaría de ser una buena actitud.
El partido del próximo 5 de octubre ha comenzado a recoger señales de enorme trascendencia. El resultado de ese encuentro no sólo podría sellar la suerte de nuestra Selección, hay otros destinos que también quedaran expuestos.
Al término del fatídico empate frente a Venezuela, ya rumbo al vestuario y bajo la bronca de lo inesperado, Lionel Messi dijo: "En esta cancha de mierda no se puede jugar más". Bastó esa expresión propia del momento, de la contrariedad y su significante para que rápidamente se multiplicara un deseo que no era acabadamente tal. Messi dijo algo que le salió más por bronca que por sentimiento. Y eso bastó para invertir la pregunta ¿quieren ir a la cancha de Boca? En lugar de ¿ustedes creen que el problema es la cancha?
El partido se jugará en la Bombonera. La AFA perderá 15 millones de pesos por la reducción del aforo. Habrá dificultades para generar dos señales de televisación, una en cada lateral, por la falta de espacio. Las entradas populares fueron casi todas asignadas a unos espectadores habituados al estadio quienes debieron cantar el Himno Nacional tras la victoria de Boca ante Godoy Cruz el pasado domingo 17 de septiembre y no pudieron memorizar a partir de "Ved del trono a la noble igualdad"…
Tienen tiempo para aprenderlo pues deberán entonarlo desde los diferentes sectores de las popu. En cambio le pusieron estruendo al grito de Ar-gen-ti-na; Ar-gen-ti-na y ya tienen las banderas , los cohetes y los petardos para recibirlos cuando nuestros jugadores salgan al campo de juego. Todo debidamente diseccionado y ensayado a cambio de su preciada entradita.
El presidente de la AFA, Claudio Chiqui Tapia una vez más se hizo cargo de todo: "Fue una decisión mía, personal, yo determiné que se juegue en Boca". Gran gesto el suyo, pero improbable. No hubo, no hay, ni habrá presidente de la AFA que determine donde se juega sin consenso con los jugadores. A menos que seas el General Juan Carlos Onganía. Y éste no es el caso.
Seguramente alguien con capacidad de persuasión y poder convenció a uno, a alguien, que sería bueno cambiar de escenario. Simultáneamente encomendó una consulta con algún líder que dio acuerdo y ya consensuado se necesitaba una figura que tomara la responsabilidad pública de hacerse cargo, ese fue Tapia.
Si todo sale bien –como deseamos – habrá felicitaciones por doquier. Si algo no sale bien –Dios nos libre -, ¿quién debería honrar la decisión con el paso al costado? ¿Los que jugaron? Los jugadores no renuncian pues no se ponen en una lista per se. A ellos los convocan y acuden. Luego, si los llaman y solo en caso excepcionales como los de Carrascosa, Redondo, Riquelme y ahora Garay, desistirán. O sea los jugadores están eximidos ¿Y entonces quien? ¿El ideólogo o el que lo asumiera públicamente?
Claramente estos jugadores tienen muchas razones para jugárselas y salir airosos. Primero ir al Mundial, después defender la parada de quien en lugar de ellos puso la cara. Y ese no fue el director técnico.
Hubo un jugador que por primera vez en su larga y triunfal trayectoria esperó cual adolescente ansioso ser llamado para esta convocatoria. Nunca antes se había manifestado tan enfáticamente entre sus familiares, amigos y hasta compañeros. Quería venir a jugar estos dos partidos y grande fue su decepción cuando leyó y supo que no sería llamado. El Pipita Gonzalo Higuain había sepultado su ultima esperanza en la plenitud de su carrera. Una pena.
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