Elías Pereyra, el futbolista de San Lorenzo que le ganó una batalla a la leucemia

A los 13 años le diagnosticaron la enfermedad y debió atravesar un extenso proceso de quimioterapia para recuperarse. Hoy tiene 18 y está punto de debutar en la Primera del "Ciclón". Su historia

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Elías Pereyra, el futbolista de
Elías Pereyra, el futbolista de San Lorenzo que venció a la leucemia (Amilcar Orfali)

Un tenue viento corre por las ventanas abiertas de una formación del tren Belgrano Sur. Como todos los días, Noemí acompaña al pequeño Elías, mientras traba la garganta para que las lágrimas no viajen hasta sus ojos delante de su hijo. La leve brisa otoñal le hace caer el pelo al niño que recién roza los 13 años. Son las consecuencias de la quimioterapia. Una cruel enfermedad sacudió a la familia y los pone de frente a una nueva batalla. Él sólo quiere ganar para no interrumpir su único sueño: ser futbolista profesional.

El calor hace presagiar el ingreso del otoño. Flaco, vigoroso, erguido, saludable, con confianza pero sin un tono altanero, Elías Pereyra camina por el césped del Nuevo Gasómetro a horas de entrenarse con la Primera y se sienta en el banco de suplentes local para contarle a Infobae cómo le ganó una batalla a la leucemia, mientras está a un paso de cumplir su gran sueño de debutar en San Lorenzo. Pasaron cinco años de aquel diagnóstico que lo marcó a fuego.

"Me sentía muy débil, no podía ni ir al colegio. Me sentía mal. Quería estar todo el tiempo acostado. No podía ni comer, no tenía hambre. Llegó un momento en que estaba flaco, no quería comer ni nada", rememora el inicio de la travesía, cuando las primeras evaluaciones apenas advertían que tenía paperas.

Elías con sus dos amores:
Elías con sus dos amores: la pelota y San Lorenzo (Amilcar Orfali)

Los días pasaban y Elías, que por entonces tenía 13 años y jugaba en la categoría 99 del fútbol infantil del Ciclón, no mejoraba. La preocupación crecía y sus padres decidieron llevarlo al Hospital Garrahan para realizar un examen exhaustivo. Tardó un año en salir de allí: "Apenas llegué me pusieron en una camilla con suero y quedé internado. Le preguntaba a mi viejo qué pasaba y él me decía que nada, que esté tranquilo".

El malestar le impedía mantenerse despierto por lapsos extensos. Con las pocas fuerzas que tenía, abrió los ojos y vio a sus padres llorando desconsolados al costado de la cama. "Pensé: 'Algo más pasa acá'. Ahí ya me dijeron que tenía una enfermedad y que tenía que hacer quimioterapia, y tomar una banda de medicamentos. Eso me puso re mal", rememora con una sonrisa que perderá en pocos pasajes de la nota.

Elías está a un paso de tener su debut en Primera, ya que el equipo juega doble competencia y el lateral izquierdo podría hacerle un hueco en cualquier momento. Su caso irrumpió en la escena porque tuvo su bautismo informal jugando contra Independiente un amistoso. Allí se conoció que este pibe de 18 años le había sacado la lengua en la cara a la muerte cuando tenía 13.

"Me acuerdo que lo primero que pregunté era si podía jugar a la pelota". Los ojos se posarán firmes en la platea destechada del estadio y su sonrisa se irá haciendo más pronunciada cada vez que refresque en su memoria cómo el fútbol fue su espada para presentar pelea. Esa fue la primera pregunta al escuchar que tenía leucemia; pero también fue la que haría día a día.

"Me quedé una semana en el Garrahan y después iba y venía casi todos los días para hacer quimioterapia. No me podía quedar internado porque había muchos chicos. No es que teníamos auto, era ir y volver en tren. Un tren lleno, pero no importaba porque tenía que hacer el tratamiento", explica antes de detallar una de las anécdotas que más le dolieron a su madre: cómo el viento del tren le hacía caer un pelo débil por el tratamiento.

"La quimioterapia puede durar, no sé, tres, cuatro o cinco horas. Ponele que entraba al hospital a las 8 de la mañana y a las 6 de la tarde me iba a mi casa. Muerto", subraya sobre aquel año haciéndole frente a la cara más dura de lo que le estaba pasando.

“Lo primero que pregunté era
“Lo primero que pregunté era si podía jugar a la pelota”, recuerda (Amilcar Orfali)

Pereyra todavía vive en la "humilde casa" de González Catan que lo vio nacer. Por entonces, viajaba todos los días cerca de tres horas entre ida y vuelta para cumplir con lo pautado con los médicos. En el Garrahan conoció un mundo que impactó a ese hombrecito metido en un envase de un nene de 13 años.

"Es duro ver a los chiquitos de 5 años que están pasando por quimioterapia –cuenta–. Me pegó mucho ver cómo sufrían o pedían que no le hagan más la quimio. Me tocó una banda. Ver a todos los chicos peladitos, eso me tocó. Después me di cuenta que era por la quimio y yo estaba igual que ellos".

La realidad lo golpeó de frente, el dolor ajeno empezaba a sentirlo en carne propia: "Una de las cosas que más recuerdo es que cuando me levantaba veía la almohada llena de pelos porque a la noche se me caía. Ya no la quería ni ver. Eso me mató". El fútbol, una vez más, fue su salvación.

Y ahí es cuando vuelve a aparecer otra vez esa sonrisa pícara. De dientes completos. La que lo traslada a un momento de felicidad entre "toda la mierda" que estaba pasando. "Llegaba tarde a mi casa y me iba a jugar a la pelota. Mi vieja me cagaba a pedos porque no podía agitarme ni nada por la quimioterapia. De vez en cuando me escapaba con mis amigos. Me hacía re mal, el corazón me latía a mil porque estaba mal, pero jugaba igual. Siempre supe que iba a volver a jugar al fútbol", admite.

La pelota lo acompañó antes y después. Durante y en el mientras tanto. Adentro y afuera: "Me hice un amigo en el Garrahan que pasábamos lo mismo porque entramos al mismo tiempo. Jugábamos a la pelota en el hospital, los dos peladitos. Eso te ayuda una banda, la pasás mejor".

El fútbol, esa revolución de sensaciones indescriptibles que algunos osan denostar asegurando que sólo se trata de 22 personas corriendo detrás de una pelota, le salvó la vida al nenito de las inferiores del Ciclón. Fue su compañía, su meta, el sostén. No hace falta creerle a sus palabras, basta con percibir el cambio de ánimo cada vez que lo menciona.

Elías ya jugó con la
Elías ya jugó con la Primera: en un amistoso ante Independiente días atrás (San Lorenzo oficial)

"Nunca bajé los brazos. No se me cruzó la idea. Capaz que pensás que te pueden pasar cosas feas, pero de ahí a llegar a morir…", afirma. Claro está, siempre hay un momento más difícil que otro: "Una sola vez me agarró una alergia durante la quimioterapia que sentí que me moría. No la aguanté. Te empezás a sentir mal, te falta el aire, te agarra el pecho".

"¿Si lloraba? Sí, cuando estaba en casa o en la cama, me preguntaba '¿por qué mierda me pasa esto a mí si nunca hice nada malo?' Pasas momentos malos. En el hospital llorás porque te sentís mal; tu vieja llora con vos. A veces te quejás hasta con Dios".

La misma Iglesia que ayudó a sus padres a dejar las adicciones cuando Elías todavía no había nacido, fue la que colaboró para formar su cabeza. Pereyra habla de un energía superior que menciona como Dios. Le dará la entidad de Juez de los destinos; el encargado de escribir el futuro: "Al que está pasando algo similar le diría que la luche, que confíe en DiosNo bajen los brazos: la tormenta no dura para siempre. Si bien vos pensás 'de esta no salgo más', tenés que ir paso a paso. Lucharla. A mí nadie me aseguraba nada, pero yo tenía fe en Dios que iba a salir adelante".

Elías transitó un año difícil. San Lorenzo, que hizo una campaña por entonces para colaborar con los gastos económicos de la familia, estuvo siempre cerca de él. También referentes del club, como Pablo Migliore –a quien le pateó un penal– o el Pipi Romagnoli, que hoy es su compañero pero que por entonces le regaló una camiseta que se transformó en uno de los tesoros más preciados de la casa de Catán.

La campaña que realizó San
La campaña que realizó San Lorenzo por entonces para ayudarlo

"Uno sueña siempre con entrenar aunque sea con la Primera. Me tocó jugar el otro día contra Independiente y entrás al vestuario, ves todas las caras… El Pipi, Torrico, todos los grandes. Da mucha emoción y ganas de jugar con ellos. Tengo mucha felicidad", se sincera.

Aunque en febrero cumplió los 18 años, Pereyra se destaca en la reserva del club y sabe que Aguirre lo sigue de cerca. Antes de comenzar la entrevista, expone toda su ilusión de niño. Sabe que entrenará con el plantel superior por la tarde y teje hipótesis sobre una posible citación para el próximo partido del torneo. El técnico, esta vez, optará por otros nombres, pero en el Ciclón todos saben que la oportunidad para Elías está cerca de concretarse.

"Sé que se puede dar. No me vuelvo loco porque sino te morís. Sé que estoy a un paso. Puede llegar de acá a un año o en dos meses", reconoce.

El “Pipi”, que le regaló
El “Pipi”, que le regaló la camiseta cuando peleaba contra la leucemia, hoy lo marca (Amilcar Orfali)

El grabador se apaga y el futbolista cruza las últimas palabras para despedirse. Sonríe una vez más, bromea y expone a corazón abierto la ilusión que recorre por sus venas sin necesidad de hacerle una pregunta. Mira a la platea, gira su cabeza hacia el cronista con un guiño cómplice y susurrando imita un aliento de los hinchas: "Pereyra, Pereyra, Pereyra… ¿Te imaginás?". La sonrisa que sólo aparece cuando habla de fútbol será la última imagen que regalará.

Elías Pereyra, con 18 años,
Elías Pereyra, con 18 años, espera su oportunidad para debutar en Primera (Amilcar Orfali)

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