Para Luis Alberto Colliard la vida sigue siendo una herida absurda…
En 1983 la Cámara Primera del Crimen de Entre Ríos lo condenó a nueve años de prisión por el delito de homicidio simple. Según los camaristas, Colliard que por entonces tenía 27 años, había provocado intencionadamente la muerte de Cayetano Luis Masi al pegarle una patada en la cabeza mientras se disputaba un partido amistoso de rugby entre Paraná Rowing, en el que jugaba Colliard, y el Club de Rugby Ateneo Inmaculada de Santa Fe, al que pertenecía Masi.
Recuerdo fielmente mi encuentro con Colliard en la cárcel. Tan pronto traspasé la barrera de la Unidad Penal Uno de Paraná sentí que todo estaba preso: la hierba del campo de juego, el edificio, el cielo, los hombres que cuidan o vigilan, y los hombres vigilados que cumplen su condena. También el periodista y su fotógrafo. Al igual que los 400 –hoy más de 600– reclusos, nunca saldríamos de allí voluntariamente.
Estábamos en una oficina de unos diez metros de ancho, cuyo único mobiliario era una mesa rectangular, cuatro sillas y un cenicero descartable de papel plomo. El techo era alto y blanco. Y nos flanqueaban un pasillo y una oficina de guardia con una puerta a cada lado. Por lo tanto, era mucho el tránsito de celadores, abogados, internos esposados, asistentes sociales y algún funcionario vestido de civil quienes ingresaban o se retiraban por la puerta del pasillo y se dirigían a la oficina de guardia pasando entre nosotros.
A Luis Alberto Colliard lo habían obligado a afeitarse, peinarse con gel, emprolijarse el bigotito, cambiarse la camisa verde oscura sin cuello que les dan a los reclusos que cumplen tareas en la cárcel por una blanca suya de poliéster y le permitieron ponerse un jean Wrangler azul con mocasines negros pero "bien lustrados". Las autoridades de la cárcel habían permitido que la revista El Gráfico hiciera el reportaje que me aprestaba a realizar, incluyendo las fotos de mi compañero José Manuel Cáceres "y el recluso debía dar una buena imagen"…
El "Puchi" Colliard trabaja desde los 16 años. Fue soldador, techista, albañil u obrero golondrina en los campamentos viales donde sobreviven los trabajadores que hacen rutas por un determinado tiempo. Tal vez el único obrero que en aquel tiempo jugaba al rugby en el Rowing Club de Paraná.
El sábado 9 de abril de 1983, después de haber trabajado medio día, se fue al Hospital Materno de Niños para volver a ver a su beba, Erika Alejandra "Jessica", quien no tenía aún 24 horas de vida y estar junto a su esposa Teresa. Pero no lo dejaron ingresar, pues ya estaba fuera del horario de visitas.
Ni lo pensó. Había un partido amistoso en la cancha del Rowing Club. Y llegó para el segundo tiempo. Se cambió y entró a jugar en su puesto de hooker. El nos explicó en aquel reportaje que "era un rugby distinto, el de los 8 fowards, la bajadita, no había árbitros como los de ahora ni tenían asistentes, todo bien amateur. Se hacían piquete de ojos y se repetían algunos conceptos como que… los que están en el piso son césped".
— ¿Y cómo fue que le pegaste una patada en la cabeza?
—Estaba abrazado y saqué una patada estúpida de la que me arrepentí y no me alcanzará la vida para decirlo una y mil veces. Fue una acción de juego que pude haber evitado, pero que la hice sin la menor intención de lesionar a Masi; se lo dije a los jueces, pero no me creyeron. No sé, el Tribunal no tenía mucha idea de lo que es el juego del rugby, ningún jugador de rugby hace algo para lesionar o lastimar a un rival.
Cuando se leyó la sentencia, el "Puchi" Colliard estaba acompañado por su familia, pero también por los jugadores de los equipos del Rowing, sus novias o esposas y muchos otros deportistas del club…
Inequívoca señal de afecto y solidaridad
Ninguno de ellos, incluso quienes estuvieron en el fatídico día en el campo de juego, creyó que se lo habría de declarar culpable. Conocían entonces, y saben desde siempre, que Colliard es una persona digna, buen amigo y que había protagonizado un accidente del que era culpable pero que no había tenido intención.
Pero a la vez no desconocían que era humilde sin influencias ni relaciones políticas. Y que tras 19 días de agonizante lucha, había muerto Cayetano Luis Masi, cuya destruida familia representaba todo lo contrario en Santa Fe.
Reconstruimos todas estas secuencias en nuestro primer dialogo de hace 34 años. Antes de despedirnos le pedí un mensaje para publicar. Y me dijo: "Quiero pedir disculpas a todos por haber metido al rugby que es tan limpio y hermoso en este drama. Y si Dios me ayuda a demostrar que yo no quise hacerle daño a Masi, saldré y seguiré en el rugby haciendo de entrenador, de ayudante, de cualquier cosa. Pero seguiré, porque a él le debo todos los momentos de felicidad y también ésta pesadilla que algún día pasará…".
No fue posible. La presunción se cumplió: "Este Tribunal halla culpable del delito de homicidio simple a Luis Alberto Coillard por ser penalmente responsable de la muerte de Cayetano Luis Masi y lo condena a nueve años de prisión efectiva".
De esos nueve años, el "Puchi" estuvo tres años con los demás reclusos. Luego pasó a un régimen de Cárcel Modelo por otro año y medio con salidas de día para poder trabajar y obligación de regresar a dormir a su celda cada noche. En total cumplió la mitad de la condena, que fueron cuatro años y medio. En Paraná se apreció mucho la gestión del ex Puma, Alfredo Soares Gache, ante quien era el Gobernador de la Provincia de Entre Ríos, Sergio Montiel –Radical– para que la reducción pudiera realizarse.
Nos reencontramos hace unos días. Luis Alberto "Puchi" Colliard tiene 62 años. Su familia se agrandó: además de Jessica (34), la hija que nació el día anterior al incidente, hoy también tiene a Raúl de 28 años, jugador de rugby del club y estudiante de educación física y a Martín de 27, quien trabaja con él en una pequeña empresa familiar de construcción.
Su mujer Teresa, un baluarte, sigue siempre a su lado. Y también muchos amigos que -como el doctor Cristian Taleb, uno de los más prestigiosos cirujanos de Páraná-, nunca dejaron de ayudarlo afectivamente para que Colliard regrese a su vida social sin odios ni rencores. Más aún, cuando dejó la cárcel volvió a jugar en Veteranos del Rowing Club y después dirigió a los Infantiles. Forma parte de la Peña del Club y todos sus ex compañeros se han transformado en amigos. Son aquellos con quienes sale de pesca, cumple el rito de una reunión semanal, ve rugby y no se priva de presenciar alguna competencia de regatas del club.
—¿Cómo se hace para que la cárcel quede atrás?
—El hombre en la cárcel es el peor de los animales. Hay que sobrevivir, no tenés opciones.
—Decime algo abyecto, imborrable que te tocó vivir.
—Vi gente prenderse fuego. Vi gente tratando de matar. Vi algo terrible…
—¿Qué?
—Vi a una madre entregar en el "rancho" (lugar de visitas) a su propia hijita de 8 años a su pareja, lo que vendría a ser el padrastro de la criatura porque la tenía amenazada. Vi y sentí cómo te castigan si te negás a ser parte de la banda cuando te toque salir. Te tenés que pelear para seguir siendo decente.
—¿Cómo puede explicarse de manera práctica esa monstruosidad?
—Fácil. Ellos quieren que seas de tal o cual banda el día que salgas. Y les trabajes. Yo por ejemplo soy techista. Ellos quieren que le "datees" a la cárcel por teléfono para mandar a robar una casa en la que no estén los dueños. O que si tenés las llaves le hagas otro juego para que sea hurto y no robo cuando entren a robar. Me he tenido que levantar muchas veces de la mesa para no pelearme. Y me he pasado cientos de horas atento a cualquier ataque porque yo no quería saber nada con ellos… Estaba preso pero no era delincuente. Y, a lo mejor, otros que tampoco lo eran debían ser muy fuertes para no ceder. La cárcel no es otra cosa que una escuela de delincuentes.
—¿Nunca viste a los padres de Masi?
—La vez que fuimos a jugar a Santa Fe con los veteranos me dijeron que habían fallecido los dos. Me hubiese gustado pedirles disculpas. No sé si lo hubieran entendido porque yo en lugar de ellos me hubiese pegado un tiro.
—Quienes eran tu director técnico (Carlos Braga) y el el referí de ese partido (Ruben Bogado) testimoniaron fuertemente en tu contra en el juicio. ¿Volviste a verlos?
—Salí sin rencores. Hablé con los dos que declararon en mi contra y con uno de ellos, Carlos Braga, compartí algún asado. Todo lo que quería era revertir mi vida. Y cuando salís a la calle hay dos cosas que te abruman: que alguien te toque, porque en la cárcel cuando te tocan es para atacarte, nunca es por afecto; y la otra cosa son las calles, las calles parecen infinitamente anchas.
Le recordé algo que ocurrió mientras le hacía el primer reportaje hace 34 años. Estábamos en esa oficina que se nos había asignado para charlar y hacer las fotos. De repente un oficial trajo a un preso esposado. Era el recluso que faltaba del conteo de la noche anterior. Como cada noche los guardias cuentan. Les faltaba uno. Y apareció en la Iglesia del Penal escondido en el confesionario. Cuando lo pusieron frente al director, éste le preguntó por qué se había escondido toda la noche. Y el preso respondió: "Señor, estoy cansado de que me violen".
—¿Te acordás, "Pichu" de ese diálogo?
—Eso es la cárcel.
Hoy tiene la piel más dura. Las arrugas le recorren el rostro. La sonrisa es visible y franca. Y en los ojos se advierte la nube de un ayer sufriente. Dos enormes franjas le amplían la frente. Una barba blanca cuidada extendida hasta los bigotes hace imposible que se distinga al viejo "Pichu" de hoy con el pibe Colliard de ayer.
La nota a la que hago referencia escrita en 1983 finalizaba así: "Nos pusimos de pie. Sentí la necesidad de darle un abrazo. Juntos hicimos una exhortación a Dios. Cuando salí a la calle y me llené de libertad pensé que este hombrecito retacón, impulsivo, emocional, inculto, agresivo y peleador fue a jugar un partido de rugby aquel 9 de abril. En ningún momento me sentí frente a un homicida".
Tuve razón.