"Uno es ídolo adonde vaya y venir a la Selección y sufrir, y que te critiquen, y aguantar a los periodistas, y aguantar a la gente. y aguantar un montón de cosas… Por ahí antes la Selección te daba prestigio. Hoy te lo quita". Hace seis años Carlos Tevez lanzaba una frase que impactó fuerte en el escudo del equipo nacional. Fue después de la Copa América 2011 en la que falló el penal que significó la eliminación en cuartos de final y de que por eso quedara marcado como el responsable de la frustración.
Cronológicamente la frase es vieja, sí, pero cobra vigencia la mayoría de las veces que la Argentina hace rodar la pelota.
Nos jactamos los argentinos, con argumentos, de tener a los mejores. De tener y de haber tenido. Ahora y siempre. El único que, sin embargo, pudo consagrar su talento como el hincha quiere fue el Diego Armando Maradona futbolista, el más emblemático (que no es lo mismo que el mejor) de la historia nacional. Su versión como técnico se despersonalizó absolutamente del ídolo, del que corría con el pecho inflado, del del ceño fruncido, de la mano de Dios… Al Diego Armando Maradona entrenador, cabe recordar, lo terminaron echando de la AFA.
Aquella frase le costó caro a Carlos Tevez. A Julio Grondona le había dolido escucharlo y estuvo ausente de las convocatorias los siguientes tres años. Fue Gerardo Martino quien le permitió redimirse cuando lo citó primero para un par de amistosos y luego lo incluyó en el plantel que disputó la Copa América 2015 que llegó a la final y perdió con Chile. Era la segunda final en un año para la Selección, tras la del Mundial Brasil 2014, luego de 24 años de eliminaciones anticipadas. El equipo del Tata alternaba buenas y malas pero llegó a la final, y al DT también le indicaron la puerta de salida. Había llegado al cargo por el clamor popular, se fue en medio de un manoseo inolvidable de la AFA.
Llegó Edgardo Bauza. El Patón encabezaba las encuestas. Venía de ganar la Copa Libertadores con Liga de Quito y con San Lorenzo. Sus equipos nunca jugaron como le gusta a la gente, pero los pergaminos brillaban. No hubo evaluación por parte de la AFA respecto de si era el DT que mejor se adaptaba a la necesidad de la Selección, pero si la gente lo pide….
Y las pruebas están ahí. Argentina juega mal pese a que él declare que en su análisis el equipo supera la perfección. El repechaje es el fantasma que persigue a sus dirigidos, que hoy se ven más afuera que adentro de Rusia 2018 pese a la sentencia de poco tiempo atrás del DT. "Vamos a ser campeones del mundo", dijo sin ponerse colorado.
El Bauza del 5 de agosto de 2016 cuando asumió en la Selección era lindo, casi un Armani. Hoy le piden por favor que se vaya. Sólo es el mismo en el documento.
A esta línea, que viene de los tiempos de Juan Sebastián Verón y su discutido amor por la patria durante el Mundial Corea-Japón 2002, de la renuncia de Fernando Redondo y por qué no de Juan Román Riquelme, de los fallos asombrosos de Gabriel Heinze (acaso de los más vituperados en su tiempo de Selección) por quien Manchester United y Real Madrid pagaron millones sin dudarlo, del era por abajo de Rodrigo Palacio, la atraviesa un nombre: Lionel Messi.
Sabemos que no es el mismo allá que acá. Pero no se trata ya de una cuestión subjetiva como lo es una opinión. No lo es. No juega igual, no puede igual, no celebra igual, no es endiosado igual, no actúa igual. Allá se tapa la boca, acá insulta al árbitro una vez, dos y por si no le quedó claro lo deja pagando ante las cámaras cuando la autoridad intenta el saludo.
Acá Messi es otro. Acá, Messi es argentino. Arrogante, nervioso, a la defensiva, director de orquesta silencioso puertas adentro del predio de Ezeiza. Dice quién sí y quién no. Ezequiel Lavezzi no está en todas y cada una de las convocatorias porque de sus pies puede haber una solución en el campo. El Pocho no juega, ni un minuto. Está porque Messi quiere. Si algo no le gusta bastará un capricho y ya. Todo comenzará a desmoronarse. Si la crítica viene dura, renuncia. Como Redondo, como Riquelme. Sabe que lo irán a buscar, que le rogarán y vuelve. Messi es el mejor del mundo en la actualidad. Lo es en realidad desde hace una década. Pero tiene una deuda pendiente, que pesa, que lo deja afuera del Olimpo nacional donde impera, hoy, Emanuel Ginóbili. El que a sus 39 juega en el nivel más alto del mundo (desde hace 15 años), el que con su equipo ganó todo y el que lideró una Selección Argentina que supo meterse en el corazón del hincha.
En esta etapa pocos nombres han sido (y son) más bastardeados que los de Gonzalo Higuaín, Ángel Di María y Sergio Agüero. Como el de Pipita, sin embargo, ninguno. Muchos esperan que falle para darle click al meme que rompa con los me gusta.
Hay cambio de autoridades en la AFA. Desde ayer Claudio Tapia es el nuevo presidente. Dicen en su entorno que quiere dar por finalizado el contrato de Edgardo Bauza, que quiere a Jorge Sampaoli. En esta AFA del lo atamos con alambre se pasa de Bauza a Sampaoli, sí. Siga el Patón, venga el ex Chile o cualquier otro nombre, hay algo que debe saberse: el inodoro va en el baño y la heladera en la cocina. En fútbol el jugador juega, el técnico dirige (y elige) y la pelota estará más cerca de pegar en el palo y entrar que de salir. Para el hincha hoy no hay más garantías que un título. Y esta generación de los mejores del mundo está en deuda.
La Selección no quita prestigio. Funciona como receptora de tal. Sólo hay que dárselo.