Desde el momento en que Nahuel (15) hizo click en "comprar" y se garantizó las entradas del Superclásico para él, para su mamá Sandra (44) y para su hermano Nicolás (19), ya casi no pudo volver a dormir en los ocho días restantes. Aprendió a convivir con un cosquilleo instalado en la panza de forma permanente -una de las traducciones corporales de la ansiedad- que se le fue recién, y sin darse cuenta, cuando gritó el gol de penal de Driussi.
Nadie le podrá explicar a la familia González que el River-Boca de anoche fue una amistoso. Para ellos se trató de la final del mundo. Oriundos de Salta, pero ciudadanos de Río Gallegos desde hace 15 años, los González viven el verano más alucinante de sus vidas. De la capital de Santa Cruz viajaron a visitar a familiares a la ciudad norteña y, una vez allí desataron una cadena de improvisaciones gracias a la cual terminaron pasando un fin de semana en Mar del Plata inolvidable: es que no sólo se trató del primer Superclásico de sus vidas, también fue la primera vez que los tres pisaron una playa.
A Nahuel se le prendió la lamparita de la aventura el día que escuchó que se ponían en venta los tickets para el partido. Medio en chiste medio en serio le sugirió a su mamá la idea de sacar entradas e irse unos días de Salta a Mar del Plata. Sandra González (44) lo apoyó. "Cuando vi que las pusieron en venta le dije a ella que estaría bueno ir a ver el Superclásico y de paso también conocer la playa", cuenta emocionado Nahuel, vestido con una camiseta negra de River del Pity Martínez. "Cómo le iba a decir que no a mi hijito, fue una gran idea", contó ella, docente, quien pagó 900 pesos cada una de las tres plateas. "Esto se vive una vez", agrega Nicolás, quien antes de entrar al estadio José María Minella se preguntaba cuál sería la sensación que lo iba a invadir cuando se encontrara con la multitud. "Piel de gallina", intenta adivinar su hermano.
Sandra mira a su alrededor y no puede creer la cantidad de gente que se mueve en masa por la avenida Juan B. Justo de Mar del Plata. "Es todo lindo, el olor de los patys, el humo, la gente que camina rápido, la sensación de adrenalina, es todo muy hermoso", se emociona la mujer, abrazada a sus dos chicos. Para Nicolás es un sueño cumplido. "Ver a mis ídolos, con mi familia, y ver ganar a River el mismo día que conocí el mar, no sé cuándo me voy a olvidar de esto". Su hermano Nahuel se ríe y admite que sólo falto un detalle para que la noche del sábado fuera perfecta: el gol del Pity Martínez.
Del otro lado de la tribuna también hubo historias de amor y sacrificio. Como la de Bruno, un hincha de Boca que un rato antes se esguinzó el tobillo en la playa y, lejos de quedarse en el hospital, decidió ir igual junto a sus amigos y familiares.
¿Cómo hicieron? Lo llevaron en andas, como si fuera un campeón de box. "Así somos nosotros, vamos juntos a todos lados. Igual este está loco, mirá cómo tiene el tobillo, parece una empanada de carne", se ríe Rocky, uno de los integrantes de este grupo que llegó de Laferrere especialmente para ver el partido, y que trajo para su bautismo de Superclásico a Thiago, de 10. Vestido con la nueva camiseta alternativa del equipo del Mellizo Barros Schelotto, lo único que se animó a decirle a Infobae fue que tenía ganas de gritar un gol de Gago y que echaba de menos a uno de sus ídolos. "Extraño a Carlitos Tévez", confesó.
Seguramente anoche no habrá sido el único.