"Somos un animal terrible, nosotros, los humanos" (Sebastián Salgado, fotógrafo)
Esta historia trata de aquel que despierta en una sábana limpia. Y del que no. De quien como un autómata abre por la mañana un paquete de galletitas, prepara un café, lo toma y se va trabajar. Y del que no. De quien estudia y siente nervios antes de rendir un examen. Y del que no. De quien se reúne con sus amigos. Y del que no. Del que corre en una plaza. Y del que no. De quien proyecta. Y del que no. Esta, como muchas otras, es una historia de seres humanos.
Era la tarde noche del miércoles 5 de octubre cuando Tomás (18) escuchó que su hermana pedía por favor que no le hiciera nada. Sorprendido, se asomó y vio que ella estaba siendo amenazada, cuchillo en mano, por Javier (19), que aprovechó un descuido de la joven en el ingreso a su casa para usarla como escudo y robar. Se llevó dinero, joyas, celulares y algunos otros elementos. Apareció Héctor, padre de la familia, y Javier le exigió que lo llevara al barrio La Cava. Allá partieron. En el trayecto la policía, que advertida sobre el hecho, los alcanzó y comenzó a disparar. Confundieron a Héctor con Javier y le dieron un balazo en una pierna por la que aún está convaleciente. Al ladrón lo atraparon y quedó detenido en la Comisaría 10° de Martínez, partido de San Isidro.
Pasó un tiempo y Tomás llamó a Eduardo Oderigo, a quien casi nadie conoce por Eduardo sino por Coco. Le contó lo ocurrido en su casa y le pidió que fuera al socorro de Javier. Y Coco, que fue jugador del SIC y técnico en ese mismo club pero cuya profesión es la de abogado, fue. Pidió hablar con el detenido y se lo permitieron. Le contó que Tomás, una de las víctimas del asalto que había cometido, le había pedido que hiciera todo para su traslado a la Unidad 48 del Servicio Penitenciario Bonaerense de San Martín, allí donde están Los Espartanos, un equipo de rugby formado por internos que aceptan el desafío, deporte mediante, de cambiar. "¿En serio?", preguntó Javier una, dos, tres veces. "Bueno, dejá de decir 'en serio' y contestame: ¿Querés venir? ¿Sí o no?", inquirió Coco, el fundador del voluntariado y DT del equipo. "Sí", respondió.
Son las 9 de la mañana de un martes de diciembre y ya hace calor. Mucho. Los Espartanos, que ya son cerca de 60, salen de sus celdas rumbo a la cancha. Algunos llevan camisetas de clubes de rugby de la Argentina como CUBA, Newman o SIC. Otros visten remeras comunes. Un grupo va con el torso desnudo. Es el día y la hora que más esperan. Coco y sus ayudantes caminan entre ellos, que interrumpen sus pasos para abrazarlos, para contarles algo o simplemente chocar sus manos. Hacen flexiones mientras charlan, se ríen o se enfocan en el juego. Trotan, se mojan la cara en una primitiva salida de agua dentro de un rectángulo limitado por el clásico alambre carcelario, abajo hexagonal, más arriba en rollos de púa. Van 15 para un lado y 15 para otro. Y empieza el juego.
"Acá la primera regla es la del respeto a la autoridad. En el rugby lo que dice el juez es ley, se respeta y no se discute, tenga o no razón. El rugby es el único deporte en el que discutir te puede hacer perder un partido porque te cobran un penal y si lo convierten podés perder. Acá adentro, en los equipos de los internos, por los códigos que hay, nadie quiere ser el causante de la derrota de su equipo, entonces de esa forma ellos entienden que cuando el árbitro pita, se termina todo. Esto, para personas que no se respetan ni a ellos mismos, es mucho", contó a esta periodista Jorge, uno de los ayudantes de Coco, que allá en el fondo estimula al wing: "¡Corré, corré, dale que llegás!", le grita.
La cancha de Los Espartanos es toda una prueba de carácter. No hay palos a los que patear. Los arcos son imaginarios. La pelota nunca sale de la cancha, como no sale ninguno de los internos que juegan a ser rugbiers durante las tres horas del entrenamiento. La única forma de convertir es apoyando la pelota. Y para apoyar hay que ser valiente: polvo y piedras, esa es la superficie.
Entre todos está Javier Cardozo. Aquel que entró a robar. Aquel al que Tomás pidió que lo ayuden. Aquel que con 19 años no sabe leer ni escribir. Su hermano, el único que tiene, está preso. Su mamá murió hace poco más de un año. De su papá no sabe nada. Javier agarra la pelota y avanza a pasa firme. Estira su brazo derecho y pone la palma de su mano izquierda sobre la cabeza de un rival que intenta frenarlo sin éxito. Javier pasa la pelota y provoca un try. Se felicitan, se ríen, se motivan. Lo logran.
Pasa el tiempo y siguen jugando, quieren que el tiempo se clave allí, en ese instante. Alguno cae, se lastima, se retira. Entra otro y la mecánica de empujar todos para el mismo lado, de acompañarse para recibir la ovalada o de impedir que a su compañero se la saquen, de ir siempre para adelante, se cumple. La vida ahí adentro es abstracta, no tiene forma, ni nombre, ni objetivos. Apenas esperar que, ahora sí, ahora que Los Espartanos ya no corren, el tiempo pase. Que salga el sol y una otra vez hasta que el guardia les firme el pase, como le dicen al trámite para la libertad. Allí adentro no existen los deseos.
Cambiar es difícil para todos. Al final somos uno, tenemos una esencia. A algunos, sin embargo, les pasa que nacen con la posibilidad de educarse, alimentarse, vestirse y tener un abrazo fraterno a diario. A otro les pasa que no, que no tienen casi nada de eso, que se resienten porque sobre esto el rechazo y entonces… ¿por qué cambiar? Los Espartanos aceptan que están ahí porque hicieron daño, no se exculpan. Y acaso, a estas alturas, no sea cuestión de cambiar sino de, el voluntariado que encabeza Coco mediante, examinarse y usufructuar el derecho de entender, ni más ni menos, que afuera el desafío sigue siendo el de adentro: esquivar (las malas influencias, el delito), avanzar (estudiar, trabajar) y convertir (llegar al final del día limpios, como repiten al hablar).
El movimiento que lleva al rugby a las cárceles un día llegó hasta el Vaticano cuando en octubre de 2015 el Papa recibió a 10 Espartanos que estaban en libertad. Escuchó las historias de cada uno, les pidió perseverancia y lucha y al terminar el último su relato les dijo: "Si yo hubiera tenido las mismas oportunidades que ustedes, también estaría preso".
Y terminó el entrenamiento. Coco pidió a todos que hicieran una ronda y lo que Coco dice es palabra santa. Nadie habla, excepto él, que pide un aplauso para los visitantes, que se refiere de manera concisa al juego y que anuncia con emoción: "Muchachos, mañana se va Richard", dice y ese momento es profundo, sensiblemente shockeante. El DT continúa y cuenta que un amigo suyo le dará trabajo, que saldrá de la cárcel y seguirá teniendo un rumbo, un camino que Richard, claro, deberá esforzarse por seguir, siempre para adelante, como les enseñaron.
La libertad, qué bien preciado y complejo. Ellos llaman urbanos a los de afuera, llegan incluso a despersonalizarse, a sentir que no son parte de todos, porque así los etiquetó la vida. ¿Y vos? ¿Vos qué hacés con tu libertad? Si muchas veces se pierde el norte, se vive de manera monótona, se encasillan el trabajo y las relaciones, se reprimen los deseos y sólo se permanece con tal de no perder lo que sea: un trabajo, un amor que apenas resiste en costumbre, un status… ¿Y ellos? ¿Qué tienen que hacer con su libertad? "Acá adentro nadie quiere que salgas. Cuando nos ven volver porque caímos de nuevo se ríen. Ellos nos cierran las celdas y nadie pregunta qué nos pasa, por qué somos así. Pero yo encontré en el rugby una cosa que antes no había tenido, la ilusión de cambiar. Jugar al rugby y pensar como ellos piensan -dice mientras señala a Coco- es para mí un día más de vida", dice Alejandro, preso desde hace 7 años y con dos más por cumplir.
"¿Y cómo sos?", pregunta esta cronista. "Y… un choto (un choto, se piensan), pero con ganas de ser una buena persona", responde y fija en mis ojos su mirada desesperada. Y yo bajo la mía porque pienso que allí sólo fui a trabajar, a buscar una historia, que me desperté en mi sábana limpia, que tomé mi tasa de café, que comí, que me bañé con agua caliente y que cuando salí de ahí conmovida, tocada, pensando en cuánto queda por hacer, tuve amigos a los que llamar, tuve a mi vieja diciéndome que me quería, tuve….
Tomás, la esperanza
Tiene 18 años y es uno de los siete hijos de Héctor Beccar Varela, el hombre al que le disparó la policía al confundirlo con Javier Cardozo. Él vio como la vida de su hermana corría peligro y él ve aún a su padre intentando recuperarse de lo ocurrido. Y fue suyo también el deseo de ayudar. "La primera impresión que tuve con Javier fue de bronca e impotencia por la situación que se estaba dando, por la violencia con la que actuó pero después, cuando lo vi en la cárcel tuve una visión más esperanzadora, de cambio", recordó en declaraciones a Infobae.
Se toma su tiempo Tomás, para responder y es sencillo, llano. ¿Por qué pediste ayuda para Javier, por qué quisiste hacerlo?: "Porque podía", dijo, y allí se acaban las palabras más allá de que en su relato agregó: "Fui conociendo un poco la historia de Javier a medida que me fui involucrando. Sé que es alguien con poca compañía, que no recibió mucho afecto ni educación. Y yo quiero darle una mano porque puedo, y porque además de ayudarlo a él indirectamente me ayuda a mí", cerró el joven.
Coco, el artífice
Eduardo Oderigo es un abogado penalista que pasó mucho tiempo de su vida jugando al rugby. Fue primera línea del San Isidro Club (SIC) y en marzo de 2009 le dio vida al proyecto del voluntariado de rugby que hoy se llama Los Espartanos gracias a la sugerencia de un interno que había visto la serie Esparta. Ya van cerca de 500 internos que pasaron por el equipo, muchos de los cuales están libres. "Es muy bajo el porcentaje de reincidencia de los chicos que salen de la cárcel después de formar parte de nuestro proyecto. Nosotros buscamos que entiendan de valores y les damos trabajo. Pedimos ayuda a nuestros amigos, a empresas, buscamos que salgan de acá y que tengan un lugar de contención y dignidad", dijo Coco en su visita a Infobae.
Llegan las 12 de este martes y todo termina. Uno de los internos se acerca y pregunta si dentro de siete días van a volver. Hace más de 400 martes que Coco los entrena pero ellos siempre preguntan si el próximo van a volver… Los Espartanos regresan a sus celdas, las facciones cambian, las puertas se cierran. De un lado del paredón una explanada, un auto que nos espera, la vida… Del otro ellos, que se equivocaron, que no quisieron o no pudieron, que están ahí porque no supieron cómo resistirse a las tentaciones que carcomen pero que como yo, que quedé del otro lado, son personas que deben tener el derecho y la oportunidad de cambiar.