El pasado sábado se vio en la cancha de Atlético Rafaela una escena desesperanzadora: niños que se encontraban detrás del arco defendido por Agustín Rossi, de Defensa y Justicia, reaccionaron contra este con escupitajos en momentos en que se disponía a realizar un saque de arco.
Que espectadores medios liberen en los estadios sus frustraciones mediante insultos, lanzamiento de objetos al campo de juego y otras tantas actitudes reprochables ya no sorprende pero que sean niños los que toman la misma actitud provoca la sensación de frustración respecto de qué valores se transmiten por estos días a las generaciones que vendrán.
La expresión de estos niños no parece ser un modo extraordinario de comportarse sino, lamentablemente, una herencia internalizada casi como un derecho de quien paga una entrada, un accionar normal de quien se considera que por eso todo vale.
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El 7 de agosto de 2011 la cara de Carlos Litu Suárez, un hombre de 27 años, quedó en el registro del fútbol argentino como la de aquel que escupió a Juan Román Riquelme en momentos en que el 10 de Boca se aprestaba a patear un córner en el estadio de Olimpo. En primera instancia el jugador no pareció inmutarse por la desagradable agresión pero ante la andanada de escupitajos se dio vuelta y miró al hincha para dejarlo expuesto al punto de que esa vergonzosa imagen se viralizó y el hincha fue sancionado por el incidente.