Millonario, izquierdista, pornógrafo, suicida: Raúl Barón Biza, la mancha humana de la literatura

Empresario y escritor, hijo réprobo de la oligarquía, dejó una huella oscura en la historia cultural argentina. En esta nota, el perfil de un hombre que todos prefieren olvidar

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Raúl Barón Biza, la mancha
Raúl Barón Biza, la mancha humana de la literatura

Hay vidas que pasan por la arena lisa de este mundo y meten el dedo, profundo, bien adentro, dejando una huella difícil de borrar. Raúl Barón Biza tuvo una presencia ineludible que, poco a poco, ese mismo mundo plano prefirió alisar y olvidar. Pensaron que era lo mejor.

¿Quién fue? Christian Ferrer, en su libro biográfico titulado Barón Biza, el inmoralista, escribe: "Fue muchas cosas: escritor, playboy, millonario, izquierdista, pornógrafo, exiliado, empresario, financista de revoluciones, político, concesionario municipal, habitué de prisiones, editor de periódicos, huelguista de hambre, suicida, enamorado e infame. A pesar de tanto ajetreo, la suya parece haber sido una vida sin dirección."

Fiesta en la casa de
Fiesta en la casa de Raúl Barón Biza, Foto publicada en la revista “Caras y Caretas” del29 de octubre de 1932

Raúl Barón Biza era el menor, el más caprichoso y rebelde de los hijos que tuvieron Wilfrid Barón y Catalina Biza. Nació un 4 de noviembre de 1899 en una familia terrateniente, de las más ricas de Córdoba, pero a él no le interesaba demasiado seguir con la tradición, o sí, pero quiería hacer otra cosa, darla vuelta o usarla de trampolín para subvertir eso que le fue dado. Mientras se dedicaba a los negocios, se introdujo en la literatura: Del ensueño, Alma y carne de mujer y Risas, lágrimas y sedas fueron sus tres primeros libros, publicados entre 1917 y 1924. Era un dandy apuesto, un seductor egocéntrico, un hombre que salía con muchas mujeres sin formalizar con ninguna, que hacía fiestas exóticas —allí, borracho, se sacaba fotos tras las rejas, burlándose de la ley—, que tomaba cocaína, que fumaba opio, que la pasaba extremadamente bien. Hasta que se enamora.

Estaba en Venecia cuando conoció a la actriz suiza Myriam Stefford. Inmediatamente se casaron y volvieron juntos a la Argentina. Aficionados a la aviación, recorrieron varias provincias surcando los aires en un monomotor. En 1931, un 26 de agosto, cuando no habían cumplido ni siquiera un año de casados, Stefford —una de las primeras mujeres piloto de Argentina— se estrelló contra el suelo en Marayes, San Juan.

Si bien el sensacionalismo de la época se precipitó en deslizar la idea de que Barón Biza había provocado el accidente, éste le pidió al ingeniero Fausto Newton que diseñara un obelisco de hormigón de 82 metros de altura. Debajo, la bóveda. Allí descansan los restos de su primera esposa, y una frase, altiva y entusiasta, la celebra: "Viajero, rinde homenaje con tu silencio a la mujer que, en su audacia, quiso llegar hasta las águilas."

Myriam Stefford y Raúl Barón
Myriam Stefford y Raúl Barón Biza
Una de las últimas fotografías
Una de las últimas fotografías de Myriam Stefford

Cuando se metió en política, a diferencia de la burguesía agraria que era su clase, apoyó a Hipólito Yrigoyen. Luego, años más tarde fue financista de la campaña de Amadeo Sabattini como Gobernador de Córdoba. Era radical y entendía que se trataba de un partido de masas, revolucionario, algo nunca visto en Argentina. Lo apoyó fervientemente —pese al conservadurismo de su clase y su familia— pero cometió un error: se enamoró de su hija, Clotilde, de apenas 16 años, veinte años menos que él. Esa era la edad que tenía cuando la sacó del internado en el que estaba y huyeron a Uruguay a casarse. No podía hacerlo en el país porque él ya se había casado, entonces allí permanecieron un tiempo.

Al volver, su relación con Don Amadeo terminó, también con toda la familia, que no aceptaba este romance. La tensión mayor apareció cuando, en una de sus peleas recurrentes con su esposa, él la siguió hasta la casa de sus padres. Tenía un revólver en la mano y con la culata golpeó y golpeó esa puerta hasta que le abrieron. No era Clotilde, sino Alberto "Tucho" Sabattini, su hermano, quien también tenía un revolver en la mano. Se batieron a duelo, varios disparos. Terminaron presos y Barón Biza, además, con un souvenir permanente: un balazo de su cuñado lo dejó rengo para siempre. "Esa relación era muy conflictiva, la primera demanda de divorcio la presentaron a los seis meses de casados", le dice Candelaria de la Sota a Infobae Cultura.

Ella es la autora de El escritor maldito, una biografía de Raúl Barón Biza. Llegó a su historia cuando se enteró de que su abuelo materno, Arturo Zanichelli, político radical (primero del UCRI, después del MID), Gobernador de Córdoba entre 1958 y 1969, solía recibir visitas de este matrimonio. "Mi familia me contó que Raúl y Clotilde eran capaces de tocar el timbre a las cinco de la mañana con medialunas y decirles que acababan de bajar del tren, que habían viajado para tomar mates con él. Eran unos personajes. De hecho, mi mamá tenía la misma edad que la hija de Barón Biza, incluso hay fotos juntas."

"Barón Biza quedó como un personaje tabú del que nadie quiere hablar. La tragedia final, el ataque contra Clotilde, el suicidio y todo lo que pasa después… es como que Barón Biza es algo karmático", sostiene De la Sota.

“Barón Biza: el inmoralista” de
“Barón Biza: el inmoralista” de Christian Ferrer
“El escritor maldito: Raúl Barón
“El escritor maldito: Raúl Barón Biza” de Candelaria de la Sota

Había cierta ambigüedad en los ideales de Barón Biza. Después de apoyar a Yrigoyen, lo hizo también con quien lo derrocó en 1930, el general José Félix Uriburu, aunque terminó por combatirlo, lo que lo terminó dejando exiliado en Uruguay, primero, y luego preso tras convocar una huelga. Lo explica bien en su libro Por qué me hice revolucionario que se publicó en 1932 en Montevideo y, tras varias censuras, apareció en Argentina un año después. Pero estando en la cárcel —como un Gramsci individualista, como un Marqués de Sade criollo— escribió su gran obra, la más agresiva: El derecho de matar.

"La pornografía en los libros está en proporción a la degeneración del cerebro del lector", anticipa la primera página de este libro publicado en 1933 que, luego de la frase inicial, que funciona como un cartel de advertencia, se lanza en una narración repleta de sexo, drogas, satanismo, muerte, sangre y necrofilia. En la portada, el dibujo de una calavera con una guadaña ensangrentada. Cuando lo terminó, tuvo una visión: decidió enviárselo al Vaticano. Revistió la tapa con plata y alpaca, y le agregó una carta: "Para que tus porteros lo dejen pasar, para poder atraer tu atención, para que él sea una nota relevante de brillo en el salón entristecido de tu biblioteca oscura; he revestido de plata su portada". Lo recibió Pio XI, el papa de entreguerras, no muy agradecido seguramente.

Hay un documental de algunos años atrás que emitió la TV Pública donde hacen una analogía más que acertada. "A comparación de Barón Biza, escritores como Bukowski o Henry Miller pueden hasta sonarnos infantiles", dice la voz en off del locutor.

Raúl Baron Biza
Raúl Baron Biza
“El derecho de matar” de
“El derecho de matar” de Raúl Barón Biza

Después de El derecho de matar, conoció a Clotilde y contrajo matrimonio. Esa relación fue realmente tensa y problemática y dejó tres hijos (Carlos, María Cristina y Jorge) y un desenlace trágico que ocurrió el 16 de agosto de 1964 cuando, por fin, se separarían legalmente. Un departamento en Capital, sobre la calle Esmeralda, papeles sobre la mesa, varios abogados y la certeza de terminar con un romance negro.

Uno de los vasos de whisky que Raúl Barón Biza tenía en su mano tenía otro contenido: ácido sulfúrico que, con violencia y rapidez, arrojó al rostro de Clotilde Sabattini.

Ese episodio es el comienzo de la novela que escribió el hijo de ambos, Jorge Barón Biza, titulada El desierto y su semilla, que por estos momentos está cumpliendo veinte años. Allí dice también que el objetivo de su padre era quemarle los ojos, para que él fuera lo último que ella viera. Clotilde —que en la novela es Eligia— pone sus manos ante la agresión de Raúl —que en la novela es Arón— y evita quedar ciega, aunque su rostro sufre el impacto del compuesto químico y se desfigura. Corren hacia el Otamendi e intentan sanar a Clotilde quien luego, durante años, estará junto a su hijo Jorge recorriendo Europa, tratándose con los mejores cirujanos plásticos del mundo.

Esa misma noche, ya de madrugada, Raúl Barón Biza vuelve al departamento de la calle Esmeralda y, rodeado de sus libros, pone un revólver en su cabeza, un 38 largo, y aprieta el gatillo. Tenía 64 años.

“El desierto y su semilla”,
“El desierto y su semilla”, de Jorge Barón Biza, en su edición original de 1998

En El desierto y su semilla, una de las definiciones que da su hijo de él es la de "anarcoindividualista stirneano". Max Stirner —por él: stirneano— fue uno de los llamados jóvenes hegelianos o hegelianos de izquierda. Filósofo y educador alemán, poseía una lectura del mundo similar a la de Karl Marx, con quien compartía dicho grupo, pero llevada hacia un extremo del solipsismo y del egoísmo, hacia el anarquismo del yo. "No estáis atados si rechazáis estar atados; sois vuestro propio Altísimo. No respetéis ningún deberás, sed vuestro propio Dios", escribió Stirner en la primera mitad del siglo XIX. Casi cien años después, y de este lado del Océano Atlántico, Barón Biza tomaría su filosofía como forma de vida.

En la década del cuarenta, sólo un libro, Punto Final, al igual que en la del cincuenta, La gran mentira. El último, Todo estaba sucio, apareció a finales de 1963. Según su hijo Jorge, "un torrente de resentimiento absoluto". Para muchos es la mejor y más pulida muestra de su literatura. 

Un años después, la implosión del ácido y su suicidio, hecho que continuó ennegreciendo la historia familiar como un dominó: en 1978 Clotilde Sabattini se arroja del balcón del mismo departamento donde ocurrió la agresión; en 1988 María Cristina Barón Biza, hija de ambos, se suicida con una sobredosis de barbitúricos; y en 2001 es el turno de Jorge que, tres años después de contar todo en su novela, se tira del piso doce de su departamento en Córdoba.

Raúl Baron Biza
Raúl Baron Biza

"Yo creo que Barón Biza era muchas cosas a la vez —le dice Candelaria de la Sota a Infobae Cultura— porque, además de ser alguien que tuvo la oportunidad de vivir una vida llena de excentricidades y lujos, era un refractario de su clase. Lo que le preocupaba era mostrarse distinto. Una de sus obsesiones era mostrar las miserias de su clase. Y más allá de misógino, más allá de violento, de ególatra, de provocador, ser refractario era lo que más placer le daba, y el rol en el que sentía más cómodo."

En una de las últimas páginas de El desierto y su semilla, Jorge Barón Biza escribió de él: "Ha ido mucho más allá que los borrachines, ha construido un espacio en el que es imposible reconocer un límite (…) Conoció el odio; le gustó más que los ideales, y ya no se separó de él".

"Tanta fábula extraordinaria —dice Ferrer en Barón Biza, el inmoralista— eclipsó la obra literaria y resaltó la circunstancia: la vida del autor. Su fracaso es su triunfo, pues un misterio rodea su obra hasta el día de hoy". Y también: "Quedan de él el recuerdo de un acto imperdonable, páginas amarillentas de viejos diarios, y el olvido, cuando no el oprobio".

Oprobio, deshonra, vergüenza, dolor, morbo y una pizca, aunque no tan pequeña, de fascinación. Eso causa hablar de Raúl Barón Biza, la mancha humana de la literatura argentina.

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