Charles Villa-Vicencio es un reconocido teólogo sudafricano, referente mundial en temas vinculados con la justicia transicional y la reconciliación, además de asesor en diversos países que trabajan en la reconstrucción luego de crisis, violencia y luchas internas. Ex ministro metodista y profesor universitario de religión y sociedad, protagonista de la lucha contra el apartheid en su país, es profesor emérito de la Universidad de Ciudad del Cabo y miembro del Instituto de Justicia y Reconciliación en Sudáfrica. Escritor y autor de varios libros y artículos sobre el tema de la reconciliación, entre 1996 y 1998 tuvo un papel preponderante en la Comisión de Verdad y Reconciliación, un organismo estatal. Villa-Vicencio participó del ciclo "Ideas. Pensemos juntos el futuro", organizado por el Ministerio de Cultura de la Nación. Durante su visita a Buenos Aires, pasó por el estudio de Infobae TV.
—Acá en Argentina tenemos un problema muy común. Lo llamamos "la grieta". "La grieta" consiste en el enfrentamiento entre personas porque piensan diferente. ¿Qué piensa de este tipo de grieta?
—Como probablemente sepa, Sudáfrica tiene una gran grieta, enorme. Es una grieta que se fue expandiendo durante la mayor parte de los últimos cuatro siglos. Empezó con el colonialismo, todavía hay un castillo en la punta de Ciudad del Cabo, donde la compañía de las Indias Holandesas se estableció entonces. Y desde ahí, los extranjeros han seguido viniendo: algunos vinieron a asentarse, otros son misioneros, también hay soldados, ¿y en contra de quién están? Contra los nativos, los indígenas. Y esa grieta está allí. Pero, por sobre todo, esa grieta es una grieta de clase. Esa es la más grande que tenemos en Sudáfrica hoy. La gente de clase media alta, clase media, se llevan bien entre ellos. Pero los más pobres tienen muy pocas posibilidades de lograr un futuro mejor.
—Pero Sudáfrica es un ejemplo increíble de la lucha contra esta grieta. Si tuviera que dar algún consejo para contribuir a que la grieta desaparezca, ¿cual sería?
—Sabes, trabajé en la Comisión Cruz de Sudáfrica. Desde entonces, tuve el privilegio de visitar distintos países alrededor del mundo que atravesaron una transición similar. Ellos me preguntan: "¿Qué hacemos?". Yo les digo que no me pregunten a mí, sino que se lo pregunten a ellos mismos. Porque cada país es diferente. Tenemos contextos diferentes, el aire que respiramos es diferente. Son situaciones diferentes, memorias diferentes, es una historia diferente. Pero creo que esencialmente hay tres puntos sobre los cuales yo me enfoco. El primero es hacer tu propio análisis. ¿Crees que la situación en la que está hoy tu país, o el mío, puede durar para siempre? ¿Nos terminará destruyendo?, ¿o estamos diciendo "dennos 20 o 50 años y lo resolveremos"? Nosotros llegamos al extremo en Sudáfrica, y ahí fue cuando dijimos "o nos matamos el uno al otro o nos sentamos". El primero es hacer tu propio análisis, no hay que ser Einstein. Solo camina por la calle. Huele el aire, mira lo que está pasando. El segundo es sentarse a hablar. No con la gente con la que vas a coincidir, habla con tus enemigos. Yo trabajé con el arzobispo Desmond Tutu durante esos años en la comisión y el nos decía todo el tiempo que no alcanza solo con amar a tu familia y amigos, sino que hay que amar a la gente que uno no quiere. Yo diría "bueno padre, usted es un arzobispo, usted puede decir eso". Yo no creo que sea posible amar en ese sentido. Pero tal vez lo que podemos hacer es empezar por hablar el uno con el otro, buscando la reconciliación. Y para mí eso es más que una mera coexistencia, pero es menos que el perdón, es menos que el amor. Y si el perdón y el amor llegan, bueno, alabado sea el Señor, sería grandioso. Pero no creo que se necesite construir un país basado en el perdón. Se necesita construir un país sobre la base de la reconciliación, la confianza, la empatía. El tratar de ponerse en el lugar del otro. Lo único que pido a cambio es que tú hagas lo mismo. Mirémonos a los ojos. Y una vez que hayamos hecho eso, puede que peleemos o no, que estemos de acuerdo, pero nunca miraremos para el otro lado de nuevo. Habremos reconocido el problema. Y eso es lo que tenemos que hacer.
—Dijo verdad, reconciliación, perdón. Pero ustedes crearon una suerte de contexto, eso es importante.
—Tratamos de crear lo que llamamos una conversación nacional. Dijimos: "Vamos a tomarnos tres años e invitar a esta comisión a cualquiera que quiera venir a contarnos su historia. Buena o mala, por favor vengan". Y el énfasis no estaba puesto sobre la necesidad de que los perpetradores que vinieran se arrepintieran, sino de que dijeran la verdad. "Si estás preparado para venir y decirnos la verdad, tendrás la amnistía".
—No hay perdón sin verdad.
—Absolutamente. A nosotros nos costó, pero al final lo que la gente quiere saber es: ¿Por qué me hiciste eso? ¿Por qué violaste a mi esposa? ¿Por qué mataste a mis hijos? Quiero saberlo, eso es todo. Podría darte cifras, pero si yo dejo que te metas dentro mío, y me dejas que me meta dentro tuyo, ese es un proceso largo y tedioso. Estamos en ese proceso, donde me gusta decir que estamos aprendiendo a vivir juntos. Sabiendo que no vamos a crear el reino de Dios mañana, pero por la gracia de Dios no vamos a volver a matarnos el uno al otro.
—Siento que esta conversación, que es una gran conversación, entre las distintas partes, debe ser dura, difícil, uno sufre a lo largo de la conversación.
—Sí, por supuesto, uno sufre. Y no todos se benefician de ello. Puedo pensar en personas que atravesaron eso. Nosotros tuvimos un grupo selecto de personas que vinieron y contaron su historia al público. Y fue televisado, y salió en los diarios. Algunas personas dijeron que fue una experiencia catártica, otros dijeron que solo volvieron a abrir heridas. Ese es el riesgo.
—Pero usted dijo una cosa muy importante, que la reconciliación no significa ser derrotado.
—Uno no renuncia. La reconciliación es un proceso, no pasa de repente. Lleva tiempo y requiere trabajo y hay que seguir trabajando en ella. Y lo único que no hay que hacer es rendirse. Y si puedes lograr que tu nación, mi nación, diga "vamos a seguir adelante, no vamos a renunciar. Yo voy a mirarte a los ojos, tú me miras a los ojos". Si logramos eso, hacemos un click, la conversación está sucediendo. Y nosotros tuvimos ese click. Luego de que el señor Mandela fuera investido como presidente y nosotros tuviéramos la comisión de la verdad, todos estaban hablando de esta extraña palabra, "reconciliación". Se hablaba de eso en las escuelas, la gente hablaba de eso. Y esas eran las buenas noticias.
—Fue un gran placer tenerlo aquí. Sudáfrica es un gran ejemplo y usted especialmente, que trabajó en la comisión de la verdad. Lo digo como argentino. Vivimos en un momento muy difícil, muy divididos, con mucha ira. ¿Podría aconsejarnos como padre?
—Primero, debo decir que nuestra comisión tomó como base su comisión. Hubo dos comisiones que nos inspiraron y nos sentamos con gente involucrada en ella. Una fue la chilena y la otra fue la argentina. Hubo otras, pero esas fueron fue el modelo. Nosotros fuimos un paso más adelante. Porque aprendimos de su experiencia. Nombramos a los perpetradores. Ellos serían llamados si la víctima lo decidiera, para confrontarlo en público. Fue algo muy peligroso. El cuchillo estaba ahí, alguien podría haberlo agarrado y haber hecho mucho daño. Hoy, nosotros en Sudáfrica podemos aprender de ustedes. Porque muchas de las promesas que hicimos durante esa conversación no fueron cumplidas.
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