El mes pasado, Netflix anunció la cancelación de ocho de sus series, entre las cuales figura Gypsy, un thriller psicológico protagonizado por Naomi Watts. En cada episodio de su única temporada, todo gira en torno a Jean Holloway, una terapeuta cognitiva que transgrede las normas de su disciplina, involucrándose en la vida personal de sus analizados. Mientras sobreactúa un romance lésbico con la muchacha que le partió el corazón a uno de sus pacientes, Jean lleva una doble vida bajo un nombre falso y, entretanto, multiplica locamente sus roles: madre, hija, esposa, amante, amiga.
Apenas hay lugar común en que el guión no recaiga. No falta ese marido que siempre se queda hasta muy tarde en el trabajo, seducido por su secretaria –joven, exótica y, si cabe, más atractiva aún que Jean– y, entre sus pacientes, se destaca una sofocante madre judía, con una hija previsiblemente llamada Rebecca. Por si fuera poco, la hija pequeña de la propia Jean padece disforia de género. Es difícil prever cómo los guionistas se hubieran arreglado para conciliar, en el curso de las siguientes temporadas, tantas peripecias inconducentes.
Con sólo diez episodios, Gypsy quedará como el retrato inconcluso de una psicóloga contemporánea: un caso no demasiado logrado, al que la convicción actoral de Naomi Watts, sin embargo, le añade un atractivo suplementario. De ese modo, la actriz cierra provisionalmente una serie ilustre de antecedentes, inaugurado por Ingrid Bergman en Spellbound o Cuéntame tu vida, de Alfred Hitchcock. Porque si bien la escena de la terapia aparece por primera vez en Misterios de un alma –película muda del austríaco Georg Wilhelm Pabst, allá por 1926–, el encuentro decisivo entre el cine y una versión fantasiosa del psicoanálisis hay que buscarlo en este film fundacional de 1945.
En Spellbound, el doctor Edwardes (Gregory Peck) llega como nuevo director de la clínica donde la doctora Constance Petersen (Ingrid Bergman) ejerce como terapeuta. Pero de inmediato ambos se ven envueltos en un caso a la vez amoroso, policial y psicopatológico. Edwardes sufre de amnesia y, hasta que se pruebe lo contrario, parece estar suplantando a otra persona, a la que previamente asesinó; cada dos por tres, este hombre imponente se desmaya como si fuera una colegiala. Guiada menos por el saber médico que por la intuición que le dicta un amor súbito, Constance se empeñará en demostrar su inocencia, recurriendo al psicoanálisis. "Esto no tiene nada que ver con el amor", asegura justo antes de besarlo apasionadamente, mientras suenan los violines de Miklos Rosza (la música también se volvió célebre por incorporar el sonido electrónico del theremín en las escenas oníricas).
Constance logra que el hombre atormentado descubra el origen de su trauma y recobre su identidad: no es Edwardes, es en realidad un tal John Ballantyne. Si alguna vez creyó ser un asesino, todo se reduce a un complejo de culpa que se remonta a su infancia: accidentalmente, provocó la muerte de su hermanito. Pero antes de llegar al meollo del asunto, Constance y "Edwardes" se convierten en fugitivos, viven una falsa luna de miel, él se transforma en asesino potencial y ella en una de sus víctimas posibles. El enigma se resuelve a través de la interpretación de un sueño: Salvador Dalí, nada menos, se encargó de idear las alucinantes escenografías.
"Una analista enamorada, jugando a detective de sueños", así describe a la terapeuta Petersen su enemigo el doctor Murchison. Y al criticar su método, el doctor Brulov hace gala de un anticuado humor misógino: "Las mujeres llevan adelante los mejores psicoanálisis, hasta que se enamoran; entonces, se transforman en las mejores pacientes". La historia real del psicoanálisis lo desmiente. Si algo vuelve interesante a Un método peligroso (2011), la película de David Cronenberg, es que focaliza el interesante momento en que, de acongojada paciente, Sabine Spielrein (1885-1942) se transforma en brillante analista. Aquí es Keira Knightley quien encarna a esta psiquiatra tan importante en el desarrollo temprano del psicoanálisis. Carl Jung logró curarla de sus graves síntomas pero, en el proceso, doctor y paciente se volvieron amantes: de una manera menos tortuosa, sin embargo, que lo que sugiere el film de Cronenberg. En poco tiempo, Spielrein se transformaría en una intelectual destacada. Basta apreciar la profundidad con que aborda el análisis de la mitología nórdica, la filosofía de Nietzsche y las óperas de Wagner en su ensayo "La destrucción como causa del devenir", de 1912. Freud mismo lo leyó con interés, ya que este texto anticipa con nitidez alguna de sus ideas en torno la existencia de una "pulsión de muerte", gemela sombría de esa otra pulsión que lucha por nuestra autoconservación.
Aunque casi todo historial psicoanalítico contiene un elemento detectivesco y un aura de novela policial, se presta de maravillas para la comedia. Así, muchas estrellas del cine interpretaron a psicólogas memorables en plan más ligero. Basta recordar a Mia Farrow, como la doctora Eudora Fletcher, en Zelig (1983), de Woody Allen: otra terapeuta enredada en un romance –esta vez, muy divertido– con su camaleónico paciente. O más recientemente, a Jennifer Aniston, que encarna a la doctora Jane Claremont en un film de Peter Bogdanovich, She´s Funny That Way (traducida como Enredos en Broadway o Travesuras del amor, 2014). En esta película, Bogdanovich trató de resucitar, casi un siglo más tarde, el espíritu disparatado de esas comedias surgidas en la época de la Depresión norteamericana: las famosas "screwball comedies" que protagonizaron Carole Lombard o Katharine Hepburn. Puede decirse que, en parte, logró su objetivo, a la vez que la doctora Claremont nos ofrece un divertido catálogo de todo lo que una psicóloga no debe hacer: prejuzgar y juzgar, vociferar generalizaciones apresuradas, sobreinterpretar los dichos de sus pacientes, diagnosticar psicopatologías con precipitación.
En el mundo de las series, y en un arco que va desde lo risible a lo trágico, el lugar de honor de las terapeutas incisivas sin duda le corresponde a la doctora Jennifer Melfi, interpretada por Lorraine Bracco en varias temporadas de Los Soprano. Desde que ella recibe a Anthony Soprano, ansioso por acabar con sus ataques de pánico, las sesiones en su consultorio se cuentan entre los aciertos de la serie. Nos permiten penetrar en recovecos morales inaccesibles de otro modo, propulsan con elegancia la marcha de la historia y, a causa de su brevedad –se trata casi siempre de microescenas–, acaparan hipnóticamente nuestra atención. La ética fluctuante de la doctora Melfi se pone a prueba en la tercera temporada, cuando sufre una violación por parte de un atacante imprevisto. Aunque cuenta de antemano con la ayuda extralegal de su mafioso paciente, ella decide rechazarla categóricamente. Aflora una dureza casi kantiana en la sensual doctora Melfi.
Se sabe que todo terapeuta necesita a otro terapeuta. En Los Soprano, reencontramos a Peter Bogdanovich, interpretando al muy moralista Elliot Kupferberg, a quien recurre la propia Jennifer cuando se encuentra en apuros. Este rol de Bogdanovich se replica, inversión de género mediante, en la serie norteamericana En terapia (2012-2014). Allí es Gina –la gran Dianne Wiest– quien supervisa al psicólogo Paul Weston (Gabriel Byrne). En la versión original de la serie (BeTipul, 2005-2008), ese papel lo encarnó la actriz israelí Gila Almagro; en nuestra versión local (2012-2014), tuvimos la suerte de contar con Norma Aleandro como Lucía Aranda, la analista de Guillermo Montes (Diego Peretti); en la tercera temporada se añadía también Julieta Díaz, interpretando el papel de Laura Márquez.
Conviene retomar una escena fugaz de Spellbound. "A medida que el doctor descubre la verdad", le explica la doctora Petersen a quien habrá de convertirse en su marido, "el paciente desarrolla una cordial antipatía hacia el analista". "Vas a odiarme mucho antes de que terminemos", añade. La frase que Ingrid Bergman articula con encanto ilustra la noción de transferencia, crucial en toda terapia. A lo largo de las sesiones, en su vínculo con el analista, el paciente revive una amplia gama de sentimientos positivos y negativos. A su vez, el psicoanalista también queda a merced de un complejo de emociones: la "contratransferencia" designa esos sentimientos ambivalentes que el analista desarrolla en relación con su paciente y que pueden tergiversan la interpretación y entorpecen la cura.
Jacques Lacan subrayó que el deseo del analista no debe considerarse como estrictamente simétrico al del paciente. Según Lacan, el analista debe estar en guardia y evitar la contratransferencia, es decir, debe velar por que su propio deseo sólo intervenga en la dirección de la cura. ¿Cuál es la única cosa de la que el analista puede ser culpable, al menos en la perspectiva analítica? De haber cedido en su deseo. Se trata casi de un onceavo mandamiento, al que Lacan dedicó intrincados desarrollos en su séptimo seminario, titulado precisamente "La ética del psicoanálisis" (1959-1960).
Ya sea en clave dramática o cómica, lo que vuelve interesantes a estas psicólogas de la ficción es que de un modo u otro violan esa ética del psicoanálisis que Lacan se dedicó a razonar con tenacidad. O, simplemente, se limitan a desafiar los mandamientos de la disciplina profesional, borrando por capricho del temperamento las fronteras que exige la moral terapéutica. Aunque los efectos puedan resultar funestos para los pacientes, no podrían ser más gratificantes para esos perversos natos que somos los espectadores. Y por eso, más allá de la cancelación puntual de la serie Gypsy, es de imaginar que estas mujeres temerarias –psiquiatras, psicoanalistas, terapeutas cognitivas, poco importa la escuela que las acoja en sus círculos o las expulse de sus filas– continúen teniendo un lugar destacado en el mundo del cine y de las series.
* En Netflix pueden verse Un método peligroso, de David Cronenberg y Travesuras del amor, la comedia de Peter Bogdanovich. Y están disponibles los diez episodios de Gypsy (serie creada por Lisa Rubin) en su primera y única temporada.
** En sus diálogos con François Truffaut (El cine según Hitchcock, 1966), Alfred Hitchcock relata varios pormenores en torno a la filmación de Cuéntame tu vida, entre los cuales figuran la colaboración con Salvador Dalí.
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