Salvadora Medina Onrubia es una de esas mujeres -cuántas- que merecen justicia. Justicia por los cuestionamientos que se hicieron sobre su vida, tan fuera de serie. Justicia para su literatura, que quedó olvidada detrás de su vida, la fuera de serie. Justicia por su militancia política anarquista, destacadísima, que pareció deslegitimada por sus salvajes tapados de piel y el universo burgués en el que la sumergió su marido, el poderoso Natalio Botana.
Daiana Rosenfeld pretende ajusticiar entonces, con su documental Salvadora -que se estrena este jueves en el cine Gaumont y que fue seleccionado en la edición de este año del Bafici-, a la más olvidada de las "descentradas": junto con Alfonsina Storni y Victoria Ocampo, Medina Onrubia completa esa tríada que, a través de la literatura, cuestionó a los golpes las tradiciones y las buenas costumbres de la sociedad de principios del siglo pasado. "A pesar de ser mujer, me permito el lujo de tener ideas ¿sabe?", interpela al mundo uno de los personajes que ella creó.
El anarquismo como estado natural
Dicen que "la virgen roja", como la apodaron sus compañeros por el paralelo con Louise Michel, otra anarquista y poeta, protagonista y dirigente de la Comuna de París, fue madre soltera por convicción después de quedar embarazada a sus cortos 16 años. Dejó la ciudad de La Plata, donde había nacido en 1894, primero con destino a Entre Ríos y después hacia la ciudad de Buenos Aires, donde moriría en 1972, medio perdida por las drogas, el alcohol y, quizás, por una locura natural; bastante sola, pobre y marginal.
En el medio, Salvadora vivió todo. La gran ciudad la presentó con la que fue la convicción de su vida, el anarquismo, aunque dijera que se trataba para ella más de un "estado natural" que de una doctrina. Desde ahí es que peleó por la liberación de Simón Radowitzky, militante y figura del anarquismo nacido en Rusia y preso durante más veinte años por el asesinato del Jefe de la Policía de Buenos Aires, Ramón Falcón.
Es posible que haya sido una de las primeras mujeres en el país en dar un discurso en un acto político multitudinario en 1914, frente al colegio Otto Krause, sobre la calle Paseo Colón, por la liberación de Radowitzky, antes de participar de los episodios en torno a la Semana Trágica, junto con su pequeño hijo, al que llevaba "para que se fuera enterando de lo que era la lucha social". Además de las campañas públicas, Medina Onrubia cruzó con el anarquista detenido correspondencia, financió varios de sus intentos de fuga -todos fallidos- y, al final, se reunió con el presidente Hipólito Yrigoyen, a quien logró arrebatarle un indulto que lo dejó en libertad.
El diario Crítica y Natalio Botana
Escribía en el diario ácrata La Protesta cuando decidió visitar la redacción del recién nacido Crítica con una de sus obras de teatro y en busca de financistas. Cuenta su nuera, Alicia Villoldo Botana, que el flechazo con Natalio Botana, fundador del diario, fue fulminante; una atracción potente por la diferencia y magnética por admiración mutua. "Primero hubo insultos, después amistad. Salimos a pasear por Palermo y ya no nos separamos más", escribió alguna vez.
El diario Crítica se erigió como un imperio y Botana se convirtió en uno de los hombres más poderosos del país. Después de su muerte en un accidente automovilístico en 1941 y de una disputa por la sucesión, Medina Onrubia pasaría a estar al frente del negocio familiar convirtiéndose en la primera mujer en dirigir un periódico. Desde que se funda, en el año 1913, hasta antes del 30, Crítica pasa de reflejar en algunas de sus páginas y en la plantilla de personal las ideas del vibrante anarquismo de la época, a fogonear el golpe de Estado contra el gobierno de Yrigoyen. "Pensaban que el fascista era tan bruto que podían controlarlo", escribió Salvadora casi burlándose de las ideas de su marido sobre José Félix Uriburu, quien unos meses después de asumir el poder encarcelaría a la pareja y a otros 30 periodistas de Crítica.
La prisión y la represión empuja a escritores como Jorge Luis Borges y Roberto Arlt a enviar una carta al presidente de facto pidiendo por la libertad de Salvadora Medina Onrubia, que sin embargo ella rechaza con una insolencia que da cuenta de su grandeza.
Carta al general Uriburu, cárcel del Buen Pastor, 5 de julio de 1931
Gral. Uriburu, acabo de enterarme del petitorio presentado al gobierno provisional pidiendo magnanimidad para mí. Agradezco a mis compañeros de letras su leal y humanitario gesto; reconozco el valor moral que han demostrado en este momento de cobardía colectiva al atreverse por mi piedad a desafiar sus tonantes iras de Júpiter doméstico. Pero no autorizo el piadoso pedido… Magnanimidad implica perdón de una falta. Y yo ni recuerdo faltas ni necesito magnanimidades.
Señor general Uriburu, yo sé sufrir. Sé sufrir con serenidad y con inteligencia. Y desde ya lo autorizo que se ensañe conmigo si eso le hace sentirse más general y más presidente. Entre todas esas cosas defectuosas y subversivas en que yo creo, hay una que se llama karma, no es un explosivo, es una ley cíclica. Esta creencia me hace ver el momento por el que pasa mi país como una cosa inevitable, fatal, pero necesaria para despertar en los argentinos un sentido de moral cívica dormido en ello. Y en cuanto a mi encierro: es una prueba espiritual más y no la más dura de las que mi destino es una larga cadena. Soporto con todo mi valor la mayor injuria y la mayor vergüenza con que puede azotarse a una mujer pura y me siento por ello como ennoblecida y dignificada. Soy, en este momento, como un símbolo de mi Patria. Soy en mi carne la Argentina misma, y los pueblos no piden magnanimidad.
En este innoble rincón donde su fantasía conspiradora me ha encerrado, me siento más grande y más fuerte que Ud., que desde la silla donde los grandes hombres gestaron la Nación, dedica sus heroicas energías de militar argentino a asolar hogares respetables y a denigrar e infamar una mujer ante los ojos de sus hijos … y eso que tengo la vaga sospecha de que Ud. debió salir de algún hogar y debió también tener una madre. Pero yo sé bien que ante los verdaderos hombres y ante todos los seres dignos de mi país y del mundo, en este inverosímil asunto de los dos, el degradado y envilecido es Ud. y que usted, por enceguecido que esté, debe saber eso tan bien como yo.
General Uriburu, guárdese sus magnanimidades junto a sus iras y sienta como, desde este rincón de miseria, le cruzo la cara con todo mi desprecio.
La prole
Apenas se conocieron, Botana adoptó a Carlos, el hijo natural de Medina Onrubia, y tuvo con ella otros tres más. Con una predilección por apodar a su descendencia, Salvadora lo llamaba a él "Pitón", "Poroto" a Helvio, "Tito" a Jaime y "La China" a Georgina Nicolasa. Fue por ella, la menor y la mujer, por quien, pese a que prefería una relación libre, aceptó casarse con Botana, persuadida por las dificultades que una niña sin apellido paterno tendría que afrontar. "Me convenció con sus argumentos", relata una voz en off basada en diarios, apuntes personales, obras de teatro, cuentos, poemas y textos autobiográficos de ella y de su hija utilizados por Rosenfeld para su película.
Es mérito también de Salvadora que su nieto, el artista Raúl Damonte Botana, haya pasado a la historia simplemente como "Copi", por ser blanco como un copito de nieve. Copi dijo sobre su abuela, según escribió hace algunos años María Moreno, que no sólo fue su primera lectora sino la primera argentina en atreverse a escribir sobre dobles pecadoras, las mujeres lesbianas y las adúlteras.
La vida de Medina Onrubia fue apuñalada por la tragedia adolescente de su primogénito y favorito, Pitón, cuando una bala le atravesó la cabeza y la salpicó sobre su hermano Tito. Una de las versiones apunta a que se trató de un suicidio, después de una pelea entre madre e hijo en la que Salvadora le confesó que no era hijo de Botana. Salvadora lo desmiente abriéndole una ventana al fatal accidente, aunque la muerte dejó una herida tan abierta en su vida -y en la de la familia, que se parte al medio- que dicen que en su vejez tenía recurrentes alucinaciones sobre el regreso de Pitón.
La obra, entre la vida y la muerte
Casi cien años después de Salvadora, en la región no solo parece haber un fenómeno editorial vinculado a las escritoras mujeres -que algunos llaman "el otro boom latinoamericano"-. También parece cada vez más abrirse una pregunta que para muchas -y seguro para muchos también- resulta incómoda: ¿Se puede hablar de una literatura femenina?
Los cuentos, poesías, la novela y las obras de teatro de Medina Onrubia la colocan como una precursora de ese subgénero en disputa. Toda su obra está atravesada por sus experiencias de vida. Intensas, apasionadas y, sobre todo, humanas. Reflejan sin rodeos sus ideas políticas, no en grandes declaraciones de principios, sino en los episodios perdidos, en los personajes ocultos, en las charlas y discusiones que ocurren en el fondo de una librería. Su obra fue puesta en valor varias veces gracias a Las descentradas, estrenada por primera vez en el Teatro Ideal en 1929 y que se convirtió en un éxito para la crítica. Allí, Salvadora parece hablar de su propia contradicción a través de mujeres que cuestionan las estructuras monogámicas, el matrimonio y la familia tradicional; de quienes se logran asomar por encima del deber ser femenino y vivir más plenamente su feminidad.
Nosotras no queremos los derechos de los hombres, que se los guarden. Saber ser mujer es admirable, y nosotras solo queremos ser mujeres en toda nuestra espléndida femeneidad. Las descentradas somos las que no pensamos, las que no sentimos, las que no vivimos como las demás. Las que entre gente burguesa somos ovejas negras y entre ovejas negras somos inmaculadas. Todas somos raras.
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