Carson McCullers tenía veintitrés años cuando publicó su primera novela. El corazón es un cazador solitario –tal el título- habla de lo difícil que nos resulta entendernos, de las aspiraciones y los límites del amor. Sus frases claras, de una belleza afinada y simple, siguen a los personajes por esas calles misteriosas como el alma mientras se gesta una tragedia.
El libro salió en 1940, cuando el ídolo literario de los Estados Unidos era Hemingway, el ganador, el escritor hiperactivo y viajero que –como comentó la misma Mc Cullers– se sentía cómodo en cualquier lugar del mundo. Carson Mc Cullers era distinta. Escribía sobre los seres extraños de su tierra y se consideraba una de ellos. Cuando volvía a su pueblo se encontraba con una "mezcla de amor y antagonismo". Ni siquiera se sentía cómoda con su propio cuerpo porque vivía acechada por una dura enfermedad.
Su novela se convirtió rápidamente en un best seller. Los críticos elogiaron su escritura y su actitud ante la vida, que superaba los prejuicios de su entorno y "abrazaba a la humanidad blanca y negra con la misma comprensión y ternura". El comentario era una referencia a Benedicte Mady Copeland, el médico negro de clase media de la novela. El racismo y la segregación seguían vigentes en los Estados Unidos, sobre todo en el sur, y la historia de McCullers era en sí misma una práctica de inclusión. En sus libros los silenciados encuentran finalmente una voz, y ella les da espacio y tiempo para expresarse.
¿Quién era? ¿De dónde venía? ¿Cómo fue la vida de esa mujer que creía que "todo lo que palpita, se mueve y camina en una habitación, sin importar lo que haga, es natural y humano para un escritor?" Nació en Columbus, Georgia, en 1917. Se llamaba Lula Carson Smith. Su padre era relojero. Su madre la alentó para que se convirtiera en pianista porque tenía buen oído y talento musical. También era una lectora ferviente. A los trece años descartó el nombre Lula y prefirió llamarse Carson. A los quince, padeció los primeros síntomas de una fiebre reumática mal diagnosticada y también le regalaron una máquina de escribir. Poco después descubrió que quería ser escritora en vez de pianista. A los diecisiete, fue en un barco desde Savannah a Nueva York. Llevaba dinero para pagarse los estudios y lo perdió en circunstancias nunca aclaradas. Entonces comenzó la parte más activa de su vida.
Consiguió distintos empleos (entre ellos paseadora de perros y dactilógrafa en una inmobiliaria) y empezó a estudiar en la universidad. Tenía objetivos claros: "Mi vida estuvo prácticamente dedicada al trabajo y el amor, por suerte. El trabajo no fue siempre fácil. El amor tampoco". Su matrimonio con Reeves Mc Cullers es una larga historia de separaciones y reencuentros, y terminó con el suicidio de Reeves, en 1953. "Fue mi primer amor, no me di cuenta de que estaba perdido hasta que fue demasiado tarde para salvarlo o salvarme". También se enamoró de las escritoras Anne Marie Schwarzenbach y Katherine Anne Porter. Se ha dicho que Carson McCullers es la escritora del amor y, más en foco, de las disfunciones del amor. "El amor es una experiencia común a dos personas. Pero el hecho de que sea una experiencia común no implica que sea una experiencia similar para las dos partes. Hay el amante y hay el amado, y cada uno de ellos proviene de regiones distintas". Pero McCullers habla de amor en un sentido que excede al amor romántico, tan socorrido en la literatura. Sus libros hablan del compañerismo y esas amistades que pautan tramos enteros de nuestras vidas. "El amor pasional, el individual –el viejo amor de Tristán e Isolda, el de Eros– (…) es inferior al amor de Dios, la fraternidad".
La historia clínica de McCullers parece un récord del martirio: ACV, ceguera, varias cirugías, hasta el colmo de la mandíbula rota durante una extracción de muelas. Pero también podría leerse como la capacidad inaudita de una persona para sublimar el dolor y comunicarse en vez de ceder al aislamiento que impone la enfermedad. McCullers tipea una novela inolvidable con un solo dedo cuando padece una hemipleja. Escribe otra novela postrada en la cama. "Las limitaciones físicas de mis personajes simbolizan sus limitaciones espirituales para amar o recibir amor, su aislamiento espiritual". Cuando tenía cuatro años pasó por un convento, vio que había una fiesta, no la dejaron entrar y durante años imaginó esa fiesta prohibida para ella. Le gustaba explicar el dolor de la exclusión con esa anécdota y dejaba entrever, de paso, el poder compensador de la imaginación.
McCullers definía la imaginación como un balance de recuerdo e introspección y comprometía plenamente su experiencia del cuerpo al imaginar a sus protagonistas. El resultado es impresionante. El lector podría estirar la mano y tocar a los personajes de sus libros. Nos enteramos de lo que pasa a través de sus percepciones. En su cuento "El jockey", McCullers descubre en tres páginas la crueldad del mundo de las carreras de caballos. Otro escritor se hubiera tentado con el plano general y los efectos vistosos de la pista y la tribuna pero McCullers no apunta al gran espectáculo. Le bastan unos pocos renglones para que veamos al jockey de pie contra la pared del restaurante del hipódromo y sintamos su hambre por el ayuno obligado, las manos agarrotadas, la sorna de la mirada ajena, la furia que crece en su interior mientras observa al entrenador que come con unos amigotes en una mesa, ¡y la comida!
McCullers y sus amigos integraron el núcleo de la actividad literaria de los Estados Unidos. Ya en vida se convirtió en una escritora de culto y tuvo, también, sus detractores precoces. En la red circulan chismes sobre su vida personal, aparece como una mujer problemática, demasiado intensa.
El escritor William Goyen dijo en una entrevista que era como un hada y también dijo que tenía un ojo sagaz para captar las fragilidades del otro y fulminarlo con un comentario. Pero a la hora de escribir, la mirada aguda de McCullers nunca dio pie a la ironía o la parodia. Estaba convencida de que para escribir una buena historia hay que ponerse en el lugar de los personajes y "¿cómo podría ponerse una persona en el lugar de otra sin amor, sin esa intuición que nace del amor?". El 19 de febrero de 1967 pasó la noche en el Plaza Hotel de Nueva York para festejar su cumpleaños número cincuenta. Meses después murió en el hospital de una hemorragia cerebral masiva. Su carrera, sus amistades literarias y sus historias amorosas superan los sacrificios de cualquier resumen.
Pero su visión del mundo perdura en su obra: La balada del café triste, Reflejos en un ojo dorado, Frankie y la boda, Reloj sin manecillas, Iluminación y fulgor nocturno. "¿Hay algo más íntimo que la imaginación?" dijo. Leer a un escritora como McCullers es, en efecto, ver el mundo a través de su imaginación, seguirla en sus obsesiones, en sus preguntas, con su voz.
Mc Cullers escribe como si la claridad brotara espontáneamente de las frases. Con esa luz se interna en nuestras zonas más oscuras. Comparte algunos rasgos del gótico sureño, como el clima enrarecido y la predilección por esas personas que al principio parecen "inadecuadas" y al rato siguen siendo inadecuadas pero ya son familia. Aunque abandonó la carrera de pianista, la música resuena en su escritura. "La buena prosa tiene que fusionarse con la luz de la poesía (…) Y la poesía tendría que tener sentido como la prosa", escribió en El sueño que florece, su arte poética. Hoy se la reconoce como una referente. Se habla de tal o cual novela escrita bajo su influencia. Y hasta hasta en los comentarios sobre sus libros se nota a veces su ascendiente.
Cuando empezó a escribir El corazón es un cazador solitario sólo sabía que las personas del pueblo donde transcurría la historia querían desahogarse con el mismo personaje. Decidió que ese hombre se llamaría Harry Minowitz. "Trabajé un año sin entender muy bien qué hacía. En un momento decreté que el libro no sería una novela, que lo fragmentaría y lo convertiría en un libro de cuentos. Pero entonces empecé a sentir la mutilación en mi propio cuerpo. Estaba desesperada…" Un día cuando salió de su casa y cruzó el camino, se hizo la luz. ¡El protagonista tenía que ser sordomudo y no tenía que llamarse Harry Minowitz sino John Singer! La idea había florecido. Y la novela empieza así: "En la casa había dos mudos, y siempre estaban juntos".
____________________________
*Por estos días, a propósito del 50° aniversario de la muerte de Carson McCullers y los cien años de su nacimiento, editorial Seix Barral volvió a publicar las traducciones de sus obras más importantes. Son siete libros ilustrados por la artista española Sara Morante y con prólogos de Elena Poniatowska, Rodrigo Fresán, Elvira Lindo, Paulina Flores, Jesús Carrasco y un epílogo de Tennessee Williams.
LEA MÁS:
_______
Vea más notas de Cultura