No habrá sido fácil el recorrido. Con solo leer El salto de papá (Seix Barral) es posible intuir lo que habrá sido para Martín Sivak escribir este libro que es a la vez una memoria, un documento, una novela incrustada en el género de "literatura del yo" y, sobre todo, el relato doloroso de quien alguna vez fue un adolescente de 15 años que se quedó sin papá el 5 de diciembre de 1990, cuando el abogado y banquero marxista Jorge Sivak, acorralado por sus propios fantasmas, se tiró desde la ventana de una habitación de la casa de sus padres, en la calle Posadas. Antes había tomado un vaso de Coca Cola y había fumado varios de los 60 cigarrillos que consumía por día. Antes, aún, se había enterado de que el Banco Central había decretado la quiebra de Buenos Aires Building, el banco de su familia. Tenía 48 años, le gustaba leer, amaba la música, creía en la Revolución, se reía seguido con su mujer y sus hijos y pese a todos los esfuerzos que hizo para satisfacer la imperiosa demanda de sus ancestros, nunca logró ser un buen administrador.
Autor de Jefazo, una celebrada biografía de Evo Morales y de Clarín, el gran diario argentino. Una historia, Sivak es un reconocido periodista que por primera vez habla sobre su familia y sobre la tormenta de tragedia que cayó sobre ellos a partir del secuestro y asesinato de su tío Osvaldo, víctima de la "mano de obra desocupada", esa metáfora tan argentina que durante el regreso de la democracia sucedió al término "desaparecidos" en el diccionario del terror local. Sivak reconstruye la muerte y la vida de su padre, un hombre que fue militante comunista, guerrillero urbano, abogado de presos políticos, él mismo un preso político y que vivió la culpa del sobreviviente con la desaparición de su mejor amigo, primero y definitivamente y hasta su muerte, con el secuestro y asesinato de su hermano mayor.
Una larga lista de nombres importantes y rutilantes de la política y la sociedad argentina aparecen a lo largo de las poco más de 300 páginas que componen el que seguramente será uno de los libros del año. También historias inesperadas, como la de Claudia Piñeiro, una joven y sensible contadora del banco de Sivak, cuando ni siquiera imaginaba que con los años se convertiría en una escritora argentina reconocida en todo el mundo. Con una prosa minimalista y lejos de toda estridencia, Sivak reconstruye minuciosamente la vida y la depresión de su padre y también las razones que se sumaron a lo largo de los años para limar sus ganas de seguir viviendo. En paralelo al relato de su historia personal y de la felicidad astillada para siempre de su familia, El salto de papá es también una historia de las redes de poder de la Argentina de la década del 70 y el 80 y también de aquello que quedó como herencia de esa época clave para el país. Lo que sigue es la reconstrucción de una charla con el autor -que por estos días inevitablemente es un hombre en carne viva- que tuvo lugar en el estudio de Infobae TV, una tarde de agosto, a la hora del crepúsculo.
— Tu libro es el testimonio de un hijo ante lo que fue el suicidio de su padre y es, además, una especie de postal de décadas importantes de la Argentina. En ese sentido, trabajaste tanto tu historia personal como la historia de la Argentina que te tocó vivir y que le tocó vivir a tu padre. ¿Mientras lo ibas trabajando sentías que ponías el acento en una y otra cosa?
— Sí. O sea, el libro fue una carrera tan larga y fui variando tanto que me costó encontrar ese punto que combinara mi mundo privado, la vida íntima de una familia, un padre, un hijo, algo tan universal, con las excepcionalidades o particularidades de alguien que estaba tan en contacto con actores políticos y militares de la época como mi padre. Entonces intenté hacer un balance. Al final decantó, al principio fue más un impulso de querer escribir sobre mi papá.
— ¿Había una necesidad? ¿Fue catártico escribirlo, en un punto?
— Cuando nació mi hijo, en el 2010, vivía en los Estados Unidos y ahí sí hubo un momento muy catártico que fue contar la historia del secuestro y asesinato de mi tío. Hubo momentos así pero después a veces pasaba mucho tiempo sin escribir. También había algo que a mí me resultaba muy incómodo y es que es yo siempre escribí sobre la vida de los otros, entonces toda esa parte me resultaba siempre como un acto de exhibicionismo. Yo escribía y decía: me estoy convirtiendo en un exhibicionista. Porque estas cosas no se cuentan, pensaba. O sea, es para un mail para los amigos, no para publicar. Entonces también estaba la duda de si publicarlo o no, pero yo sabía que lo quería publicar.
— Venís trabajando como periodista hace mucho tiempo y esta vez, además, es como si te recibieras de escritor, ¿no? Porque escribir sobre lo que escribiste con estos resortes, con esta narrativa, de algún modo te pone en otro lugar. ¿Sentís eso?
— Sí. Yo leí muchas novelas sobre padres para este libro y eso para mí fue una referencia. Carver, Knausgard, Mauro Libertella, Philip Roth, algo así como veinte o veinticinco libros que me ayudaron a ver que existía esa posibilidad. Obviamente no me estoy comparando con esos autores pero digo simplemente que eso me ayudó también a acercarme a ese género, porque es un registro para mí muy particular. Porque me preguntaba si debía contar esas cosas, todo el tiempo estaba con la duda de si borrar o no borrar, si avanzar o no avanzar. Aparte me resultaba muy difícil administrar la historia, en todos los sentidos.
— ¿Siempre pensaste este libro en primera persona?
— Siempre. Lo que sí vi como diferencia es que la primera parte del libro es como una especie de recuerdo emotivo. Esa parte la escribí viviendo fuera de la Argentina, fue como una especie de distancia que me permitía acordarme de esa infancia en Punta del Este, del secuestro de mi tío, de los negocios absurdos de mi padre. Y cuando volví a vivir a la Argentina en el 2010 lo que hice fue entregarme a una suerte de absurdo, a reportajes sobre mi papá… Utilicé el método que uso para otros trabajos periodísticos que es entrevistar a mucha gente. Entonces el libro tiene esas dos partes, la parte del recuerdo lejano y después, la reconstrucción. Al mismo tiempo, me llevé muchísimas sorpresas. No es que esa reconstrucción fue para confirmar cosas sino que, al contrario, me sorprendí con muchas cosas, con muchos entrevistados, con muchas situaciones.
— ¿Para bien o para mal?
— De todo, algunos para bien, otros para mal. Algunos me llenaron de enojo. Este libro también es un libro que yo escribo con bronca y me parece que está bien escribir con bronca, también. De modo que hubo muchísimas cosas. Ojalá se pudiera mantener una suerte de distancia, pero no… Y aparte, claro, por azar también me iba tropezando con lugares a los que había ido con mi papá. Fue la memoria involuntaria y la memoria voluntaria, una mezcla de esas cosas. Y la reconstrucción también me llevó muchísimo más tiempo de lo que yo pensaba. Supuestamente, un padre habla con tres o cuatro personas pero bueno, mi papá era así.
Este libro también es un libro que yo escribo con bronca y me parece que está bien escribir con bronca, también
— Cuando tu papá decide suicidarse tenías 15 años, eras muy chico. Te faltaba ser adulto, te faltaba ser papá. Todas esas entrevistas para el libro las hiciste siendo un adulto y ya eras papá.
— Sí.
— Con lo cual era un universo completamente distinto. ¿Te hablaban de un desconocido o aparecía tu papá en lo que te contaban?
— Un poco y un poco, ¿sabés? Un poco y un poco. Por ejemplo, encontré la voz de mi papá, que era una de las cosas que más me costó encontrar. Mi papá era dueño de un banco y cada tanto tenía un grupo de estudios sobre marxismo, entonces con sus viejos compañeros del PC o de la FAL se reunían a discutir textos de Marx. Entonces uno de ellos, Charles Tobal, recuperó esas cintas. Entonces, en la transcripción encontré la voz, o sea los chistes, el humor de mi papá. El maestro de ellos era Raúl Sciarretta, que tenía un viejo duelo con León Rozitchner y entonces él pinchaba a Sciarretta para que hablara mal de Rozitchner, todas esas cosas típicas de la picardía de mi papá las pude ver muy bien ahí, en una cinta de un grupo de estudios de Marx de 1989. También pongámonos en contexto, caía la Unión Soviética, mi papá seguía reivindicándose como marxista-leninista e inventaba negocios con el bloque soviético y, aun así, él tenía una cosa que me impresionó: una gran vitalidad frente a momentos complicados. Y eso es algo que también me llamó la atención volviendo a hablar con muchos de sus amigos. No recordaba esa vitalidad frente a momentos tan difíciles, sobre todo el secuestro y el asesinato de su hermano.
— Entre las personas que entrevistaste estaba su analista, que de algún modo es siempre una gran fantasía. Hablaste con su analista muchísimos años después de su muerte.
— Sí, eso fue muy extraño. Fue gracias a mi hermano Gabito. Mi hermano Gabriel vive hace 20 años en Francia y él cada tanto tuvo o tenía sus arrebatos de querer hablar con la señora que trabajaba en la casa cuando mi papá se suicidó o con el analista. Entonces me sugirió que hablara con el analista y lo hice. Y hablé con él y fue muy extraño porque era alguien totalmente desconocido que tenía tantos detalles… Hasta ese momento, mi hermano y yo teníamos el monopolio de la historia más privada de mi papá. Fue una situación bastante extraña y también me ayudó a pensar algunas cosas. Inicialmente, la primera vez que escribí sobre mi papá yo tenía 23 años y fue un mail para mis amigos. Ahí la pregunta es por qué se suicidó, una pregunta para la que durante tantos años intenté buscar respuesta.
— Que es en general lo que uno se pregunta siempre cuando un ser querido toma esa decisión…
— Y no es que fue tranquilizador dejar de buscar una respuesta, pero al mismo tiempo sirvió para resignarme a saber que no iba a haber una gran respuesta. Ese encuentro con el analista también me ayudó a entender varias cosas de mi papá. Primero, obviamente, la culpa que él sentía porque a su hermano lo habían secuestrado -encima dos veces- y también porque mi papá había sido dirigente político, militante, preso político, y había estado preso durante un año y eso le generaba cierto orgullo. Y tener que, eventualmente, volver a la cárcel por un delito económico para él era algo absolutamente insoportable. La conversación con el analista me ayudó a pensar un poco esto porque, bueno, el padre es siempre un enigma, pero en este caso está, además, el enigma del suicidio.
— Tu mamá también murió. ¿Necesitabas que ella no estuviera para liberarte de este peso y poder escribir?
— ¿Sabes que no sé? Los primeros borradores, mis amigos que los leyeron me dijeron que mi mamá aparecía poco, entonces fui agregando cosas. Sabés… creo que igual hubiese escrito el libro.
— ¿Sí?
— Sé que es una cosa extraña, pero aunque la nuestra es una historia que desde lejos puede sonar tan trágica, nosotros fuimos muy felices.
— Eso se ve en el libro. Hay una infancia divertida y es como que entre ellos, entre tu papá y tu mamá, incluso, se divertían, ¿no?
— Sí, sí. Por eso, en algún sentido me gustó traer imágenes o cosas de ella a estas versiones finales.
— ¿Cuántos años tiene tu hijo Camilo?
— 7 años.
— ¿Hubo en tu decisión de escribir este libro también la necesidad de contarle la historia familiar a Camilo?
— Vos sabes que nunca lo pensé así, y él… La verdad que no lo pensé. Yo tampoco le di tanta importancia. Fue más algo conmigo, con mi papá, con las personas que quisieron mucho a mi papá. Supongo que a la larga Camilo está porque la reconstrucción de mi relación con mi papá es la misma, o sea que Camilo está muy presente. Él también tuvo grandes gestos de rebeldía, en mi familia somos hinchas de Independiente y él a los 5 años dijo que dejaba de ser hincha del Rojo…. Así que tuvo esas rebeldías familiares… En mi caso fue justo a la inversa, mi papá me dijo "vos sos de Independiente". Aparte esto forma parte de los tantos equívocos familiares. Nosotros somos de Independiente porque un tío de mi papá vio un día en el diario "Ganaron los Rojos" en el 37, 38, y pensaron que habían ganado los republicanos la Guerra Civil española. Así que entonces también por una cuestión muy propia de papá de que todo estaba asociado más o menos con la política, entonces los Rojos eran la izquierda, así nos hicimos de Independiente, no es que somos de Avellaneda o algo así. Camilo ahora está volviendo a ser hincha de Independiente pero está en una especie de stand by.
— En general sos una persona sin estridencias, incluso tu escritura es una escritura sin estridencias, con una distancia interesante, y sin embargo contás en el libro, y quien te conoce lo sabe, que tenes una relación muy visceral con el fútbol. ¿Qué pensás que pasa ahí?
— Con mi papá encontramos en el fútbol una especie de punto de fuga. Nosotros vivimos 7, 8 años en Uruguay y, cuando volvimos, después de la recuperación de la democracia, secuestraron a mi tío. Vivíamos con custodios, vivíamos rodeados de mucha gente, entonces el punto de fuga era ir a la cancha con mi papá. Entonces, del 84 al 90 fue… al estilo de mi papá, digamos. Nosotros teníamos un palco, una especie de cabina de transmisión que era un palco, ahí iban desde los generales amigos de mi papá a Daniel Viglietti, que era un cantante de izquierda que fue uno de sus grandes amigos. También era un lugar donde circulaban todos esos personajes que lo rodeaban y había algo más visceral. En general había que ser discreto en todo sentido pero la cancha era un lugar donde uno podía decir cualquier cosa.
— Mencionaste a Viglietti, estamos hablando de la izquierda y sos un periodista que conoce bien la realidad latinoamericana. Sos autor de una biografía de Evo Morales, por lo que no puedo dejar de preguntarte por este momento que, para muchos, es una suerte de gran fracaso para la izquierda en Latinoamérica. Tu papá justamente formó parte de una generación que tuvo una gran ilusión con esa izquierda.
— Sí. Yo creo que son dos izquierdas, o sea, la izquierda del Partido Comunista, la izquierda soviética o izquierda pro cubana de mi papá que hasta último momento vivió sintiéndose básicamente castrista. Este es un momento donde lo que más me llama la atención es cierta falta de revisión sobre cuestiones que son absolutamente inaceptables. Lo que pasa en Venezuela no tiene absolutamente nada que ver con la tradición de izquierda. La persecución y asesinato de opositores políticos está en las peores tradiciones de la izquierda. Me llama la atención esa falta de debate, de impugnación más explícita sobre eso. Me parece también que en la Argentina la tendencia es terminar simplificando todo, como si tal o cual era próximo a los Kirchner o no y me parece que es un debate muchísimo más importante.
— Claro, dejar de mirarse el ombligo decís, ¿no?
— Exactamente. Como que hay una excesiva atención sobre si Maduro y Cristina Kirchner son cercanos cuando lo de Maduro es inaceptable desde cualquier punto de vista. Desde el punto de vista de Evo Morales, entiendo los acuerdos, las simpatías, pero hay límites que se pasaron claramente. Lo puedo llegar a entender pero me llama la atención que hasta ahora Evo Morales no haya podido establecer ese límite. También hay una mirada simplificadora sobre la propia izquierda de pensar que es todo lo mismo, que Chávez, Morales o los Kirchner son lo mismo. El caso de Bolivia me parece el más transformador, el más relevante y que ha contribuido más a la cultura de la nueva izquierda latinoamericana. Por la cantidad de reformas y porque es un gobierno absolutamente democrático donde nada de lo que vemos en Venezuela sucede y donde además el país ha crecido económicamente y todas sus variables socio-económicas mejoraron. No es el caso de Venezuela.
— Volviendo a tu libro, ahí el lector se entera de la trayectoria artística de tu hermano como músico y compositor. Vos describís a tu papá como alguien muy lector y muy enganchado con la retórica y con la escritura y también con la música. ¿De algún modo sentís que hay una herencia o una continuación de esas inquietudes de tu papá en ustedes?
— Sí, o sea, mi papá era un pianista amateur, escuchábamos mucha música. Trataba de darnos eso, una cultura si se quiere enciclopedista de la música, ¿no? Y mi hermano se lo tomó muy en serio. Y también sí, es cierto, las cosas que mi papá no pudo hacer sus hijos, por azar o no, pudimos hacerlas. Pero obviamente es algo que se fue dando ya desde muy chicos. Yo desde los 13 años que quiero ser periodista, mi hermano también quería dedicarse a la música desde temprano. O sea fue algo como muy simple, no fue después de la muerte que empezamos a buscar. Creo que estaba muy en nosotros eso.
— Cuando uno lee tu libro también encuentra que muchas de las notas que hiciste en tu carrera con otro objetivo, estaban vinculadas también a tu propia historia familiar. ¿Tenías conciencia de eso en ese momento?
— Nunca pensé que eso era parte de este libro… Pero, por ejemplo, cuando yo tenía 12 años y había terminado el colegio primario mi papá me dijo: "bueno, mañana vamos a parar un golpe de Estado". Entonces fuimos a verlo a Seineldín a una casaquinta. Fue una sensación muy extraña porque yo tenía los conocimientos que podía tener alguien que terminó la primaria, entonces verlos a ellos discutiendo a San Martín, hablar del golpe o no el golpe… Eso era parte del estilo de mi papá, es decir: "vení y hacé cosas de grandes". Nos hacía hacer muchas cosas de grandes. Y después, no sé, 20 años después de esa vez, lo fui a entrevistar a la cárcel a Seineldín. Y obviamente que muchas de las cosas que los periodistas escribimos están muy relacionadas con nuestra historia personal. A mí me pasa todo el tiempo, no solamente con Seineldín, también con Manzano, con muchos de los personajes del libro que después tuve que entrevistar se mezcló mucho y me incomodaba. Porque, digamos, fui a ver a Seineldín como periodista de la revista para la que trabajaba, no fui en mi carácter de hijo. Yo siempre me cuidé de no decir que soy "hijo de". Y no porque me moleste decirlo, al contrario, me siento muy orgulloso de ser el hijo de mi papá, pero ser "el hijo de" me pesó mucho porque con el caso Sivak, durante 20 años o cada vez que decía mi apellido me decían: ¿algo que ver con Osvaldo? Entonces, en esas entrevistas se mezclaban esas cosas, en la de Seineldín lo recuerdo particularmente.
— El libro está dedicado a Osvaldo.
— Sí.
— ¿Por qué? ¿Porque es un libro sobre tu papá y tal vez se unen así las dos figuras?
— Sí. Yo quería mucho a mi tío, lo quería mucho. Todavía sueño que él vuelve.
— Porque lo esperaron mucho…
— Lo esperamos mucho tiempo. Y el libro está dedicado a él por todo ese amor y porque bueno, a partir de eso… No es que hasta entonces tuviéramos una vida relativamente normal, ya había bastantes particularidades, pero bueno, lo que cambió radicalmente mi vida, la vida de mi papá, fue el secuestro y el asesinato de mi tío.
— Por lo que se lee en tu historia, aunque tuviste una vida de niño rico no era una vida tradicional de niño rico.
— No. Porque la ostentación, mostrar el dinero, todo eso estaba muy, muy mal visto. Mi papá era el dueño de un banco y tenía un FIAT 128. No usaba champú porque decía que era una costumbre pequeñoburguesa entonces se lavaba el pelo con jabón. Es decir, estaba esa cosa y al mismo tiempo vivíamos en una casa de, no sé, 1.500 metros. Había una contradicción permanente en eso. Lo mismo con los negocios, porque mi papá era un muy mal administrador, un muy mal empresario. No le interesaba ganar dinero, le interesaba el poder, le interesaba la influencia, le interesaban las redes. Él pensaba que tenía que hacer negocios con la Unión Soviética y con los países satélites también como una forma de sostener el socialismo. Y uno de los negocios más absurdos y delirantes era la idea de la exportación de Pumper Nic a Polonia. Entonces ahí fuimos a comer a un Pumper Nic para analizar si ese negocio era posible o no. Probamos las hamburguesas, nosotros con mi hermano dijimos que eran muy feas, mi papá dijo que no le parecían feas y avanzó con ese negocio. No es que ahí fue la reunión definitiva pero le gustaba en un sentido hacernos partícipes de todos esos negocios que ninguno resultó. Como importar un método para operar los ojos de la Unión Soviética, la exportación de durmientes a Yugoslavia, algo con Alemania del Este que me olvidé. Había una cantidad de negocios que todos o casi todos fracasaron. Porque, aparte, mi papá lo que hacía era llenarse de malos interlocutores que se aprovechaban de la situación de un banquero bondadoso, un banquero que daba plata…
— Y vulnerable, ¿no?
— Muy vulnerable, muy vulnerable. Y aparte era muy… genuinamente era muy generoso con todas las personas. Una cosa que admiro porque soy un 10 por ciento de lo generoso que era mi papá. Entonces era muy generoso y supongo que en el Manual del buen banquero la generosidad no es uno de los valores más importantes.
— Martín, en el libro escribís que tu papá tenía culpa de sobreviviente con tu tío Osvaldo pero que antes ya había tenido ese mismo sentimiento en relación con quien era su mejor amigo, que estaba desaparecido.
— Sí. El Colorado Teste era su mejor amigo, con él ganaron el Centro de Estudiantes de Derecho, estuvieron presos juntos, los dos entraron a las FAL. O sea hicieron toda una vida juntos. Y en la primavera del 76 lo secuestraron a Teste, al Colorado Teste, y por esa razón nosotros nos fuimos a Punta del Este. Y obviamente mi papá muchas veces se preguntó por qué el Colorado, por qué no lo habían secuestrado a él. Y siempre la ausencia del Colorado fue una cosa muy fuerte, muy presente en su vida. De hecho una de las cosas más lindas que me pasaron con la salida del libro es que vi a la hija del Colorado que yo hacía, no sé, 30 años que no sabía nada de ella. Me acaba de escribir contándome que está leyendo el libro.
— Es un personaje muy literario tu viejo en el sentido de que por un lado estaba fascinado con el poder y también con cierta cosa militar que era muy común entre quienes participaron de la guerrilla, pero al mismo tiempo era amigo de Daniel Viglietti, que mencionabas recién. Con lo cual, si podemos hablar de una especie de universo de relaciones de tu padre, eran todas de un nivel de fascinación. ¿Ustedes pensaban que era natural vivir así?
— Y sí, totalmente natural.
— O sea que el general Lanusse estuviera en tu casa y fuera a conversar con tu padre te parecía algo normal.
— Y, al principio sí. Lanusse durante todos los sábados o casi todos los sábados de 1984 venía a almorzar a mi casa un asado. Y mi papá había estado preso durante la dictadura de Lanusse, entonces lo más sorprendente es que los primeros 3 o 4 meses en el momento del asado no se hablaba de eso, porque una vez mi mamá le dijo: General, ¿usted no sabe que mi marido estuvo preso? Y Lanusse se puso muy pero muy incómodo.
— Me imagino.
— Aparte mi papá estuvo preso en Trelew después de la Masacre. Entonces hubo ese momento… Y yo, hasta la escritura del libro creía lo que decía mi papá: que se reunía con Lanusse porque estaba haciendo un libro sobre la historia del Ejército argentino con León Pomer, un amigo historiador que participaba de esos asados. Que después iban al escritorio de él y hablaban supuestamente del libro. Y cuando lo entrevisté a León Pomer para el libro le pedí: ¿tenés algún capítulo del libro? Y me dijo: ¿qué libro? En realidad se juntaban para hablar de política, de la coyuntura. Mi papá terminó siendo garante de no sé qué, algo de Lanusse. También se mezclaban muchas cosas y mi papá contribuía mucho a esos equívocos.
— ¿Pensás que él tenía básicamente una fascinación con el poder o qué?
— Sí, en algún sentido fue su padre el que realmente tuvo un lugar relevante. El que fundó todo esto fue Samuel Sivak, su papá, con fondos del Partido Comunista, como tantos empresarios que hacían negocios para el partido y recibían fondos. Entonces Samuel Sivak armó un pequeño imperio en el que había una minera y un diario y mi papá creció viendo a su padre con esas redes: Rogelio Frigerio, los generales desarrollistas, el Partido Comunista. Y me parece que, no digo que uno replica exactamente el modelo de padre, pero me parece que la idea de mi papá era que había que estar bien con todos los sectores. Algo que él siempre decía, que había que tener relaciones con los militares, con los empresarios, pero siempre desde su marginalidad, porque digamos, la empresa de mi papá era una empresa muy chica, no tenía una cámara empresarial. O sea era un marginal que se asomaba, hablaba, pero no tenía ningún poder ni influencia.
— Al mismo tiempo no podía terminar de satisfacer a ese padre, a tu abuelo. Era un nivel de demanda que él no terminaba de satisfacer.
— Sí.
— Eso debía ser frustrante.
— Sí. Samuel Sivak fue un hombre muy pero muy cruel, absolutamente cruel y egoísta que abandonó a su hijo porque esperaba que su hijo fuera un buen empresario como lo fue él. Así que es una de las cosas que a mí más me dolieron de mi vida familiar, encontrar a ese abuelo tan, tan cruel con su hijo y que no lo haya ayudado en los meses finales y en el final y sobre todo haberlo culpado por el fracaso empresarial. Que era un fracaso previsible por varias razones, aparte de que era un mal administrador era una empresa que estaba en muy mala situación desde el secuestro de Osvaldo. O sea, había una serie de variables que no eran su única responsabilidad. Pero Samuel se quedó con esa idea. Lo que pude establecer, que fue una casualidad en la recopilación de material y en los documentos desclasificados en Washington que consulté, es que la empresa de mi abuelo empezó el mismo año que nació mi padre, 1942, y quebró con el suicidio de mi padre en 1990. O sea que la vida de mi padre es la vida también del imperio, de aquel imperio de Samuel Sivak.
— ¿Sentís que con la escritura de este libro podés terminar el duelo?
— No, para nada. Nunca pensé que este libro era para cerrar sino para contar la historia y para no perder muchas cosas lindas o dolorosas, es decir, para no perder cosas. Lo escribí como una especie de impulso pero no para cerrar y no siento que con esto se termina. Tampoco es que pienso seguir escribiendo sobre mi papá.
— ¿Pero estás tranquilo?
— Sí, creo que sí. O sea, sí. Me desacomoda mucho recibir todos estos mensajes de personas que eran tan, tan lejanas, o estaban tan lejos y ver que se ven tan conmocionados por lo que escribí. Nunca me había pasado realmente. Eso me resulta por ahí más difícil.
— Te lo preguntaba por algo que te mencionaba al principio, la sensación de que en El salto de papá uno lee postales de décadas de un país porque tu familia, por todo lo que le tocó pasar, conforma algo que es historia argentina además de ser la historia personal de Martín Sivak.
— Sí, sabes que eso no lo puedo ver todavía. Es como… O sea no fue adrede, no es que yo pensé "voy a hacer un libro donde voy a combinar lo público, lo privado". Fue un libro muy transpirado, muy reescrito, pero muy pensado en ese sentido. No es que dije bueno, cómo voy a hacer para que no sea una historia personal sino también iluminar un país. La verdad que fue saliendo así… Hay una cosa que sí me gustaba mucho de mi papá y es que nunca se puso en víctima, y si hay algo de lo que me cuidé en este libro, y no sé si lo conseguí, es no ponerme en víctima. Contamos una historia triste como muchas otras y con momentos muy hermosos y punto. Pero no somos víctimas.
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