Durante la primera quincena de agosto, coinciden en Buenos Aires dos muestras ligadas al arte japonés que contribuyen a renovar nuestra educación estética y cultural. Porque si bien abundan versiones de Japón para el gusto de cada cual, casi todas contienen un elemento de vaga fascinación e importantes dosis de prejuicio y desconocimiento: al firmar estas líneas, tampoco nosotros escapamos a esa regla general.
Conviene comenzar por las piezas de "Japón íntimo", que pertenecen al Museo Nacional de Arte Oriental y fueron elegidas por su elocuencia para contarnos, a la manera de un secreto a voces, las minucias de la existencia cotidiana. Es imposible no percibir el refinamiento funcional de estos objetos, algo que los occidentales tendemos a interpretar como síntoma de una estetización integral de la existencia.
Pero de esa manera soslayamos otros aspectos. Porque a través de sus detalles aparentemente ornamentales, los objetos nos cuentan quién y cómo era la persona que los poseía, cuándo nació, dónde vivía. Necesitamos, eso sí, que un especialista nos traduzca lo que estas cosas sugieren a través de su elusivo lenguaje de signos. O confiar en el poder de la literatura: en su novela Mil grullas (1952), Yasunari Kawabata logró narrar la historia de muchas vidas malogradas, centrándose en la huella que dejan, a través de los años, unos labios demasiado pintados en una taza de té.
No debemos olvidar, por otra parte, el significado espiritual: varias de estas obras presentan una relación estrecha con el budismo zen, que enaltece la ceremonia del té, la práctica de la caligrafía y el ikebana. "La estética se da por añadidura", observó Borges. Los incensarios y sahumadores también aluden a esta dimensión espiritual: la dispersión del humo que asciende ilustra bien la noción de impermanencia que está en el corazón del budismo. En el altar doméstico de un butsudan se rinde culto a Buda, al igual que a los antepasados. Otros objetos remiten al sintoísmo, la religión nativa de Japón: así ocurre con el mikoshi, especie de capilla portátil donde se transporta una divinidad invisible para la multitud.
En su célebre Elogio de la sombra (1933), Junichiro Tanizaki desplegó un manifiesto sobre las ventajas artísticas de una iluminación penumbrosa. Pero su ensayo culmina en una teoría general de la belleza: "lo bello no es una sustancia en sí", escribió, "sino tan solo un dibujo de sombras, un juego de claroscuros producido por la yuxtaposición de diferentes sustancias".
Nácar, coral, seda, malaquita… Es inútil abundar en interpretaciones cuando la idiosincrasia japonesa se deja describir mejor a través de la interacción de sus materiales predilectos. Así podemos entrever escenas de ensoñación en las maderas laqueadas o en las finas piezas de cerámica. O fascinarnos con los objetos tallados en marfil. Si la réplica articulada de una langosta marina nos sorprende por su precisión mimética, los suntuosos portapinceles parecen contener un mandato estético: los instrumentos que posibilitan la creación de lo bello deben ser ellos mismos muy bellos.
En el segundo piso del Museo Nacional de Bellas Artes, la muestra "Variaciones y autonomía" disipa toda atmósfera de anticuario para exhibir una serie de grabados de las décadas del 70 y del 80. Son diez artistas de amplia trayectoria, desde Masanari Murai –pionero de la abstracción modernista– hasta la muy conocida Yayoi Kusama. Reconocemos las serigrafías de Kusama por su insistencia en el motivo de la red infinita y por su afinidad electiva con el pop norteamericano. Pero, al margen de estas referencias, ¿no reencontramos en estas obras un eco involuntario del craquelado típico de la cerámica Sotsuma?
A Tomoharu Murakami, que conoció de primera mano el expresionismo abstracto neoyorkino, bien podemos imaginarlo bajo la figura de un suprematista japonés (provisto de una paleta de negros y rojos digna de Mark Rothko). Y hasta tal punto resalta el uso libre del color en las obras de Tabuchi Yasukazu que, anacrónicamente, estaríamos tentados de llamarlo fauvista.
Vale la pena detenerse a apreciar la lógica del collage en las obras de Naoyoshi Hikosaka, así como las filigranas de Natsuyuki Nakanishi, un artista que se destacó por sus escenografías para obras de danza butoh. A los grabados de Kosai Hori los distingue una intención poética de figuración, inmediatamente perceptible. Los diseños de Toshinobu Onosato, por otra parte, apelan a la recursividad geométrica, y los espectadores atentos sabrán encontrar los círculos latentes que se esconden en sus cuadros.
Si uno se acerca a las obras de Hitoshi Nakazato, percibe un tenue resplandor: lo produce la arena que, como un oro prosaico, viene a abrillantar discretamente estos grabados. Reaparece aquí el espíritu del zen, porque estas serigrafías homenajean al monje Sengai Gibon (1750-1837). El cuadro más famoso de Sengai carece de nombre, pero se lo conoce como "El universo". Consiste tan sólo en un cuadrado, un triángulo y un círculo trazados con tinta, que conviene interpretar sin solemnidad: este filósofo pintor nos ha dejado incontables bocetos humorísticos, y su estampa enigmática reduce el cosmos a las formas elementales tal como podría pincelarlas un calígrafo, pero también como podría garabatearlas un niño.
"Japón íntimo" y "Variaciones y autonomía" son dos muestras muy distintas, inevitablemente parciales, que enriquecen nuestro conocimiento de la cultura y del arte japonés. La exposición que propone el Museo de Artes Orientales se complementa con contenidos digitales, audios con pasajes de textos literarios y videos con historias personales en torno a las piezas. Pero sus protocolos de exhibición pecan de clasicismo y afrontan la paradoja de evocar el carácter tangible de la vida privada a través de objetos inaccesibles, atrapados en vitrinas. Sin duda el valor y la fragilidad de estas piezas limitan las formas en que pueden ser mostradas: ya es hora, sin embargo, de que los museos se esfuercen en imaginar nuevas alternativas.
"El contacto cotidiano con los modos de ser habituales", ha escrito el poeta y traductor Alberto Silva, "suele esconder nervaduras que nos convendría detectar. Comprender Japón no es más difícil que comprender la Argentina. Sólo es menos frecuente, sólo parte de un caos informativo diferente".
Así, la muestra del Bellas Artes, por su parte, provoca un saludable desconcierto, ya que delicadamente desordena la historia escolar que nos contamos, hecha de linajes, jerarquías y periodizaciones, para explicarnos las diferencias del arte de Oriente y Occidente. Ni del todo tradicionales ni del todo modernos, estos grabados son poco elocuentes, salvo que nos concedamos el lujo de una pausa para apreciar la economía expresiva que ponen en juego. Pero el valor de la pausa, ¿no es una de esas enseñanzas del Japón que los occidentales nos empeñamos en seguir desdeñando?
* La exhibición "Japón íntimo", organizada por el Museo Nacional de Arte Oriental, puede visitarse hasta el 13 de agosto en la sala del subsuelo del Museo Nacional de Arte Decorativo (Av. Del Libertador 1902), de martes a domingo de 14 a 19. Las piezas fueron seleccionadas por Magdalena Murúa. María Kodama prestó su voz para la lectura de fragmentos de textos japoneses, compilados por la escritora Anna Kazumi Stahl.
** La muestra "Variaciones y autonomía", curada por Kyoji Takizawa, puede verse en el Museo Nacional de Bellas Artes (Av. del Libertador 1473) de martes a viernes de 11 a 20 horas, y los sábados y domingos de 10 a 20. Finaliza el 20 de agosto.
LEA MÁS:
_______________
Vea más notas de Cultura