En China todo se hace de manera gigantesca. La gran muralla, la gran marcha, los subterráneos, las ciudades, incluso mismo su población, que asciende a 1300 millones de personas -no por nada Mafalda decía que si todos los chinos decidían saltar al mismo tiempo el planeta Tierra podría cambiar su órbita espacial-. Sin embargo, también es cierto que un ciudadano chino puede tener la potencia de millones. Tal vez esa sea una de las virtudes del arte, que hace que la obra de un individuo marque épocas, pasiones, provoque rupturas. Ai Weiwei y su acción artística podrían asemejarse a ese postulado. Su obra -que es siempre desmesurada- se combina con su acción individual y política, que puede poner en aprietos a un régimen antidemocrático como el que gobierna China, que introduce políticas que Weiwei denuncia no sólo a través de su obra, sino en su rol como activista. El artista chino, que estuvo preso en su país como una forma de censura a sus opiniones y que luego no podía salir al extranjero por restricciones impuestas por el Estado, se encuentra en la Argentina para buscar los espacios en los que realizará sus instalaciones, además de la muestra retrospectiva que se presentará el la Fundación Proa, en La Boca, a partir de noviembre. Infobae participó de una ronda con la prensa en la que Weiwei presentó definiciones muy potentes. Sin embargo, conviene retratar a este artista, que tiene gran prestigio en todo el mundo. Vale la pena repasar su historia porque también es la historia de la mitad del siglo pasado en adelante.
Ai Weiwei nació en Beijing en 1957, nueve años después de que se produjera la toma del poder por parte del Partido Comunista liderado por Mao Tse Tung que produjo -luego de las penurias de la Segunda Guerra Mundial, en la que China había sido dominada por los japoneses del Eje nazi-fascista- una serie de avances sociales sobre todo en el campo. Esa había sido la base del avance de tal partido contra los opresores japoneses y los nacionalistas de Chiai Kang Sheik -que terminaron confinados en la hoy conocida como república de Taiwán-. Ai Qing, el padre de Ai Weiwei, era un poeta reconocido y, además, miembro del Partido Comunista y uno de sus dirigentes. Pero el mismo año en que nació Ai Weiwei fue acusado de desviaciones derechistas y enviado al exilio interno y al trabajo forzoso en campos de reeducación en Manchuria y luego el desierto de la frontera chino-rusa, donde vivía con su esposa e hijo. "Mi padre, que era poeta, era un dirigente comunista pero luego fue purgado -recordó en Proa ante periodistas argentinos-. Nos mandaron a vivir al desierto chino, en la frontera con Rusia. Ahí podía ver las fotos de mi padre con Pablo Neruda, sus fotos en las playas. Me permitía conocer un mundo que no existía a mi alrededor. Y eso quiero hacer con mi hijo, por si me apresan nuevamente". Recordó la amistad que había forjado con el poeta chileno y que, cuando Neruda viajó a la China, su padre debía despedirlo en el aeropuerto, pero ya había sido sentenciado y entonces nunca más pudo verlo. "Mi padre era considerado un enemigo del Estado, tal como me consideran hoy a mí", dijo.
Es que luego de vivir en el exilio interno hasta 1976, cuando con la muerte de Mao comenzó la etapa restauracionista del capitalismo y la abjuración de la Revolución Cultural -una avanzada de los sectores radicalizados del PC Chino que es uno de los episodios históricos menos documentados (o que permanecen ocultos en los archivos oficiales chinos) de la historia del coloso asiático-, la familia de Ai Weiwei regresó a Beijing, donde comenzó su carrera artística -con instalaciones- y arquitectónica. En la década de los ochenta fue a vivir a Nueva York, donde conoció a Allen Ginsberg y la bohemia del Greenwich Village. Al volver, en 1993, Ai Weiwei quiso aplicar lo que había aprendido en uno de los grandes centros del arte mundiales y gestó un movimiento experimental. Sin embargo, como dijo en Buenos Aires: "No me interesa un arte solo para unos pocos. Si el arte no es comprendido por la mayoría, no es arte. A veces me dicen que haga mi obra 'más artística'. Pero si el arte llega a todos, permite expresar sentimientos y hace que la libertad exista y que la humanidad sea más poderosa". Luego, a la vez que artista, se convirtió en un activista por los derechos humanos y, a la vez, un perseguido político.
Todo comenzó en 2005, cuando comenzó a publicar un blog en el que expresaba sus opiniones en la plataforma china Sina Weibo, que lo alentó en la tarea. Pronto consiguió miles de lectores. "Me despertaba, leía los diarios y le dedicaba varias horas a escribir lo que pensaba, hasta que eso fue intolerable", contó. En 2008, fue contratado por el Estado para ser parte de los organizadores arquitectónicos de los Juegos Olímpicos de Beijing, pero terminó renunciando entre fuertes críticas al régimen y a la falta de libertad de expresión. En 2009, su blog fue cerrado por orden estatal. En 2011, al volver de un viaje al extranjero, estuvo encarcelado durante varios meses. Luego, se le prohibió la salida del país. "Perdí cinco años de mi libertad en China, pero sirvió para concentrarme en mi obra", se ríe al recordar, pero luego cuenta que la policía secreta lo seguía permanentemente, que le sacaban fotos junto a su hijo mientras estaban en el parque, que encontró cuatro micrófonos en su hogar de origen estadounidense y de gran alcance: "Todo lo que decíamos y hacíamos estaba siendo registrado por el Estado". También contó que su casa estaba rodeada por veinte cámaras de video. "Decidí seguir la misma lógica del Estado. Si querían saber qué hacía, yo les mostraría qué hacía, no tenía nada que ocultar. Entonces instalé cámaras de transmisión permanente en mi estudio, en mi cocina, en mi cuarto, en mi comedor. Todo era transmitido de manera permanente. Incluso si estaba, a veces, desnudo en mi habitación. Era incómodo, pero yo iba a usar su lógica. Me ordenaron que quite esas cámaras, cuyas imágenes habían llegado a tener 70 millones de visitas". Bien, es China, un país de 1300 millones de personas, pero aún así la cifra resulta impresionante.
En 2015 recuperó su visa, y volvió a exponer su obra en el extranjero, aunque permanece con una residencia en Beijing. Ai Weiwei cuenta que su nombre no puede formar parte de la web china, pero que sigue abriendo blogs, anónimos, hasta que se los cierran, y luego vuelve a empezar.
—El China Syndical Bulletin indica que su país es una nación con grandes conflictos sindicales, tanto en el campo y la ciudad, e incluso levantamientos. ¿Los intelectuales y artistas pueden tomar contacto con estos movimientos? -pregunta Infobae a Ai Weiwei.
—Es una de mis mayores preocupaciones. Pero en China hay 300 abogados de derechos humanos apresados. No existen comunidades organizadas ni ONGs. Es difícil conectar con el mundo subterráneo que busca transformaciones. Entonces está la web. Pero ese encadenamiento es muy dificultoso todavía.
—Hace pocas semanas murió el premio Nobel chino y activista de los derechos humanos Liu Xiabo -dice este medio-. ¿Qué puede decir al respecto?
—Las violaciones a los derechos humanos en China se ocultan en el mundo por los negocios que se realizan con otros países. Hace poco, en Alemania, Airbus le vendió 140 aviones a China, entonces la muerte del premio Nobel de la Paz Liu Xiabo pasó desapercibida, a pesar de que estaba preso. Le dijeron que tenía cáncer, que iba a morir y al salir murió, de un modo muy precipitado. Para mí es sospechoso.
Además de estar en Buenos Aires buscando espacios para realizar su obra en noviembre -fue al Parque de la Memoria en la Costanera, navegó el Riachuelo, visitó el Dock Sud y esperaba presenciar un entrenamiento en el club Boca Juniors-, Ai Weiwei espera el estreno de su película Human flow, que trata sobre el problema candente de los refugiados. "Al poder salir de China, fui a Irak, a un campo de refugiados. En Alemania tuve conciencia de la gravedad del problema. De la tragedia. De gente que abandona su tierra, sus costumbres, su idioma, su religión para escapar de las guerras. El capitalismo, las guerras, siguen estando ahí, de un modo horroroso. Decidí involucrarme. Hicimos este documental y recorrimos Irak, Grecia, Jordania, Gaza, Pakistán, Bangladesh y Kenia con 20 equipos de filmación y estuvimos en 14 campos de refugiados. Ningún Estado los ayuda. Creo que recorrimos más campos de refugiados que la ONU. Es una tragedia", dijo.
Y, sin embargo, a pesar de una intervención política en un estado de riesgo -quizás en los Estados represivos se pueda valorar el carácter subversivo y "peligroso" del arte, en comparación a aquellos dominados por el mercado donde se convierten en una mercancía más- el carácter de las obras de Ai Weiwei está surcado por lo lúdico, por el playfullness que hace que sea un arte vivo. También lo demuestran sus videos que parodian el hit Gangnam style ("nosotros decimos que China no es Corea del Sur, sino Corea del Este, en relación a Corea del Norte", bromea) o su serie de fotos en las que eleva el dedo medio como un "fuck you" frente al estado actual de las cosas, como por ejemplo, en una imagen tomada delante de un edificio de la cadena Trump. "Los Estados Unidos de Trump se parecen cada vez más a la China", asegura. Entonces el artista y el activista está ahí. Un artista y un hombre que contiene multitudes. Que habla y dice, a pesar del riesgo. Y que se divierte. Su cuenta de Instagram @aiww es seguida por más de 300 mil personas y el hashtag #aiweiwei tiene casi esa cantidad de menciones. Las selfies son su rasgo distintivo de su intervención en esa red social. Mostrar, mostrarse, quién sabe, tal vez, ante un futuro incierto, como un registro de este presente, una época que le toca a Ai Weiwei mostrar como artista y, al resto de los mortales, vivir. Con las incertidumbres que ello implica.
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