Hay un hilo que une los asesinatos del a esta altura célebre Petiso Orejudo –aquel niño que mató a otros niños en el barrio porteño de San Cristóbal a comienzos del siglo XX– con el femicidio de Ángeles Rawson en manos de Jorge Mangeri en junio de 2013. Mezcla de conmoción social, morbo, sensacionalismo, violencia, fascinación, curiosidad y enigma, entre varios otros condimentos, esas y otras historias aparecieron en las páginas policiales de los medios de comunicación y lograron sacudir a la opinión pública, ávida por consumir este tipo de relatos y por querer una respuesta a la pregunta recurrente ante cualquier tipo de muerte: ¿por qué?
No es casual entonces que los compiladores del reciente libro ¡Extra! Antología de la crónica policial en la Argentina (Editorial Del Nuevo Extremo), los periodistas Javier Sinay y Osvaldo Aguirre, eligieran comenzar su antología por el asesinato del pintor italiano Jacobo Fiorini en Buenos Aires. Según ellos mismos narran en el libro, Clorinda Sarracán, la mujer de Fiorini y madre de sus cinco hijos, mantenía una relación paralela con el gaucho Crispín Gutiérrez, que trabajaba en la chacra de la familia. "Ambos planearon el crimen y, luego de matar a golpes y enterrar a Fiorini cerca de la casa, dijeron que se había fugado acosado por las deudas", narran. El caso, cubierto durante varios días por los medios de la época, inaugura así la historia del género que reúne desde entonces relatos sobre descuartizadores, femicidas, asesinos seriales, secuestros, muertes violentas, autopsias, narcotraficantes, policías que investigan, policías que encubren, entre otros. En diálogo con Infobae, Osvaldo Aguirre contó cómo fue la tarea de recopilación e investigación.
–¿Por qué parten del asesinato del pintor italiano Jacobo Fiorini en 1856?
–La cobertura que hizo puntualmente el diario Tribuna de ese crimen nos parece que tiene algo de lo que hoy se establece como crónica policial. Hay un tratamiento reconocible del género, la cuestión del seguimiento del caso, y también algunas representaciones que se cruzan en el relato de ese episodio. Se puede observar el lugar de la mujer, Clorinda Sarracán, que aparece un poco en el lugar del delincuente, a pesar de que ella no es la autora material del crimen y sí es la instigadora. De alguna manera ella aparece más visiblemente como ese "otro" que es básicamente el delincuente en la crónica policial. Además nos pareció que era un caso representativo porque, como se muestra en esas crónicas, fue un episodio que impactó mucho y movió las aguas. Produjo una especie de ambigüedad de parte de la prensa, que se veía en la transición que va desde la condena, escenificada en el momento en que la mujer se ríe cuando se la acusa en el juicio, hasta cierta compasión por el hecho de recibir una conmutación de pena. En ese sentido nos pareció que esa podía ser la crónica que inaugurara el recorrido, al mostrar algunas características distintivas del género, como aparecen después en La Revista Criminal (que nació en enero de 1873), por ejemplo. Ahí los editores hacen una observación muy interesante: ellos notan que los relatos de los crímenes son importantes para cubrir. La Revista Criminal desde entonces va aumentando la cantidad de suscriptores. De este modo, las vidas de los criminales empiezan a generar interés al público.
–¿Por qué el foco del género está puesto en el criminal, y entonces popularmente se recuerda tanto a personajes como el Petiso Orejudo o Yiya Murano, por citar algunos ejemplos?
–En la historia del género hay, obviamente, una galería de personajes que son célebres. Y que deben su celebridad no solo a los crímenes que cometieron sino a los relatos periodísticos que se hicieron sobre ellos y sobre sus vidas. Muchas veces estos personajes célebres no son exactamente los peores criminales, porque hubo otros que por ahí se perdieron o que por distintas circunstancias fueron olvidados. En cambio, varios han persistido. Un ejemplo es el del Petiso Orejudo, que desde 1912 retorna periódicamente como figura. Respecto del delincuente me parece que hay un par de cosas, de la construcción periodística. Por un lado, el delincuente aparece como un otro radicalmente distinto, como una amenaza social que provoca temor. Desde el Petiso Orejudo hasta (Carlos) Robledo Puch, es clarísimo. Todavía hoy, cuando se habla de la posibilidad de que Robledo Puch salga de la cárcel (está desde el año 1972 preso) todavía parece que es inaceptable, provoca miedo. Después me parece que hay otra mirada, desde el periodismo, que tiene otra visión del delincuente. Ocasionalmente la prensa también ha dado espacio para que los criminales hablaran. En los años 20, por ejemplo, en el diario Crítica, está la historia de un grupo de criminales prófugos que encuentran allí un lugar para hacer un descargo. Desde ese momento hasta la crónica que hace Ricardo Ragendorfer con un grupo de fugados de Villa Devoto, donde las fuentes son los delincuentes fugitivos, hay una suerte de línea de diálogo. Los delincuentes, entonces, no son unos monstruos llegados del espacio exterior sino que son personas de esta sociedad.
–¿Cuál es el riesgo de poner en ese lugar de tanta relevancia a los que cometieron delitos?
–Una de las preocupaciones que tengo cuando se hacen personajes célebres es que muchas veces me parece que se los utiliza como una especie de distracción. Muchos nos distraemos con sus vidas y nos desentendemos un poco del contexto. Me parece que se trata siempre de ver a los hechos policiales en el contexto en que ocurren y no simplemente hacer de esos casos un ejemplo folclórico. Por ejemplo, el caso de Burgos, "el descuartizador", es emblemático. Cuando uno va a la prensa de la época nota que se trata de un caso muy enraizado con los valores extremadamente machistas. La violencia hacia las mujeres se ve en una gran cantidad de notas de esos tiempos de hombres que golpean a las mujeres, que las matan. No necesariamente todo eso no está visto como un crimen sino que está disculpado en un arsenal de estereotipos y lugares comunes respecto del rol de las mujeres, de chistes sobre suegras, entre otros.
–¿Cuándo se empieza a tener noción del amarillismo o del sensacionalismo para las noticias policiales?
–Sobre todo en los años '20, con el diario Crítica. Pero no fue solamente Crítica, sino también La Razón y un vespertino que se llamaba Última hora, por oposición a los diarios matutinos tradicionales que ya estaban consolidados como La Prensa y La Nación. El caso del crimen del concejal Carlos Ray, en 1926, es un ejemplo porque muestra en acción todos esos valores del periodismo. En primer lugar la cuestión de la competencia con otros medios y el valor de la primicia. La tradición de la prensa sensacionalista llega hasta los años 90, cuando se publica la última revista en la línea de "Ahora", "Así", "Careo y "Ocurrió" que es la revista "Esto" que publicaba Crónica. La revista se hizo conocida por publicar fotos de cadáveres, y una de ellas fue la portada con el cadáver descompuesto de María Soledad Morales, entre otras. Ahí termina una tradición que a mí me parece muy interesante y que habitualmente está despreciada en términos periodísticos. La lectura que se hace está rodeada de lugares comunes, del tipo "exprimís esa revista y chorrea sangre". Sin embargo ahí hubo grandes crónicas y justamente la fotografía es un enorme valor que tenían esas publicaciones. Hicieron fotos que no estuvieron en ninguna otra parte.
–¿Cómos se vinculan los grandes casos policiales con la literatura? En el libro retoman un texto de Roberto Arlt, por ejemplo.
–Los grandes casos policiales nunca se cierran del todo. Siempre hay una duda o no nos convence la resolución o aparece una nueva mirada. A partir de ahí, esta cuestión sensacionalista de alguna forma pasa a ser una especie de registro dominante del relato policial. Por otro lado, lo que se ve de manera lateral es un desarrollo de una crónica policial en el sentido del periodismo narrativo moderno, que para mí comienza con la revista Delitos y castigos, que fue un experimento muy valioso, también a comienzos de los años 90. Era una publicación mensual. Cada número tomaba un caso, la redacción conseguía un expediente y todo el material documental y se lo daba a un escritor para que lo contara. Eso ha tenido, hasta hoy, una larga descendencia. Entonces entre literatura y crónica policial hay una alimentación mutua. Roberto Arlt contaba que se fue corriendo de Crítica. Él llega a decir en algún texto que tenía que hacer del menor incidente un drama. Tenía que hacer de un choque de colectivos lo peor del mundo (risas). Pero no deja de ser un aprendizaje. Hay muchos escritores que trabajaron casi de incógnito como cronistas policiales. Por ejemplo en la redacción de Así estaban Joaquín Giannuzzi y Leónidas Lamborghini, dos grandes poetas. Pero bueno, lamentablemente no firmaron sus notas.
–¿Cómo se da el salto de tener un lugar marginal a que las historias policiales pasen a la tapa del diario?
–Si uno recorre los grandes diarios tradicionales, en los años 60 y 70, los hechos policiales ocupaban las páginas interiores del diario. Salían con el pronóstico del tiempo, con las noticias de información general. En el año 72 se produce el raid de Robledo Puch. La Opinión podía pensar que no tenía que ocuparse hasta que finalmente sucede. Hoy sería impensable. A partir de los 90, de ese lugar marginal las crónicas policiales pasan a ser tapa de diarios. También hay estudios que justamente muestran eso: cómo los grandes diarios adoptan como criterio aquello que formulaba un editor del diario Crónica: "Si hay cadáver, hay noticia". Y todo titular en la tapa tiene que tener un muerto. Después me parece que lo que aparece como discusión, sobre todo en los últimos años, es cómo se cuentan los crímenes, cómo funciona socialmente el relato del crimen. Muchas veces lo que vemos es que los crímenes justamente son descontextualizados o desprendidos del lugar o la época en los que ocurren. En ese sentido son relatos tranquilizadores para los lectores, para las buenas conciencias. En cambio, cuando el periodismo va al lugar del que proceden los delincuentes y empieza a hablar y a conseguir testimonios, esos estereotipos y lugares comunes se quiebran y es más difícil ubicarse ahí. ¿Cómo funcionan los relatos criminales? Bueno, lo vemos, cómo en buena medida el periodismo policial funciona dándole forma al sentido común represivo. En buena medida el sentido común actual, por ejemplo, sobre la inseguridad, que es muchas veces resultado de la prédica del periodismo.
–¿Por qué sobrevive el policial en tiempos de clicks y redes sociales? ¿Por qué fascina tanto desde Fiorini a hoy?
–Los casos policiales son, de alguna forma, condensadores de situaciones y de sentidos amplios. No se trata solamente del caso en sí, por ejemplo, si una persona mató a otra. Ahí aparecen actores sociales, miedos y conflictos que están representados. La crónica moviliza todo eso. La prueba está en ver los comentarios de los lectores en las notas policiales, que son muy significativos. Esos comentarios nos muestran qué es lo que perturba y lo que movilizan estos casos.
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