Natalia Méndez es un referente en la cultura de la infancia: edita, escribe, moldea, pliega, crea, y todo eso sin abandonar a la lectora que fue de chica. Trabaja en la edición de libros para niños y jóvenes desde 2002. Actualmente es la responsable del área de libros infantiles y juveniles de Edelvives Argentina. Dicta clases en la Carrera de Edición en la UBA y escribió Hojas sobre la almohada (poesía, ilustrado por Fernando Calvi, Abran Cancha, 2014) y Visitas (libro álbum, ilustrado por Fernando Calvi, Abran Cancha, 2017). Además, da clases de origami en Origamiteca y tiene el pequeño sello de edición artesanal Dábale arroz y un emprendimiento de cerámica y minilibros llamado A la zorra.
En esta entrevista con Infobae, que surgió a partir del lanzamiento de su último libro (La misteriosa desaparición del señor Tomás, ilustrado por Patricia López Latour, Primera Sudamericana), vamos a poder conocer un poco más de ella.
—¿Cómo surgió La misteriosa desaparición del señor Tomás?
—Así como lo ves, ese cuento tiene un montón de reescrituras y cambios de forma. La primera versión fue por un pedido de Mariana Vera, directora del área de infantiles en Penguin Random House, con quien yo trabajé muchos años. Era para otra colección que al final nunca salió, pero como el texto que les mandé les había gustado lo pasaron a Los caminadores, una colección que me encanta, y me puso muy contenta que lo quisieran para ahí. La última versión, a partir de unos comentarios muy acertados de la editora, es muy diferente. Había que cambiar casi toda la resolución de la historia, y ya estaba por abandonar porque no se me ocurría bien cómo resolverlo, hasta que pensé en usar una vuelta hacia lo fantástico (la primera versión era más bien realista) y darle más protagonismo al gato. Creo que ganó con ese cambio y yo me divertí mucho más con las cosas que hacían los personajes. Espero que los lectores también.
—Vos sos editora, ¿cómo se maneja el trabajo de escritora, desde ese doble rol? ¿Algo pesa más?
—Sí, pesa mucho más mi trabajo de editora, por ahora. Estoy de a poco aprendiendo a apagar esa voz editorial que me habla todo el tiempo en la cabeza cuando me siento a escribir. Es muy difícil ponerse a escribir con ese rol en la cabeza, porque no se lee igual, y no es lo mismo editar textos de otros que la obra propia. Desde hace un par de años estoy dando también cursos de escritura y eso me ayudó bastante con el ejercicio de cambiar de rol e intentar aplicar en mi escritura las cosas que les digo a los alumnos.
—Ya habías escrito un libro de poemas, ¿tenés pensado seguir entre ambos espacios?
—Me encantaría. Salió en abril de este año para la Feria del Libro otro título en Abran Cancha (donde está publicado el libro de poemas). Es un álbum ilustrado, con ilustraciones de Fernando Calvi, que se llama Visitas.
Tengo un par más de proyectos dando vueltas, pero todavía les falta trabajo como para mostrarlos. Lo próximo que salga posiblemente sea en Dábale arroz, un sello artesanal que hacemos con Eduardo Abel Giménez, si logramos dedicarle el tiempo que requiere, para antes de fin de año. Por ahora estoy muy ocupada trabajando en unos textos teóricos para unas clases sobre lectura y escritura de literatura infantil y juvenil. Así que como verás, planes de seguir con la escritura tengo muchos, luego se verá qué y cómo se van concretando. Tanto La misteriosa desaparición del señor Tomáscomo Visitastardaron un par de años largos desde que los escribí hasta que finalmente salieron publicados, así que ante todo encaro el tema con mucha paciencia.
—¿Te sentís atravesada por la LIJ o podrías escribir para adultos? ¿Existe un tono o un estilo LIJ?
—Los libros para chicos son el eje en el que trabajo, y disfruto mucho leyendo libros para chicos para el trabajo editorial, para las clases y por gusto también. Pero también leo mucha ficción y no ficción para adultos. Puedo pasar de leer un libro de historietas sin texto para chicos muy chicos a un ensayo sobre la historia de la cultura a una novela de ciencia ficción de los años 60. Esa libertad lectora me permite no sentirme atravesada por los libros para chicos, no en el sentido limitante, al menos, en donde no entra nada más. Me gusta que entre todo y se mezcle en el recorrido lector. Me encanta encontrar ecos o rimas lejanas entre textos que parece que no tienen nada que ver a simple vista, porque de alguna forma creo que los lectores quedamos atravesados por todas las lecturas, desde la primera hasta la actual. Muy modestamente, con un detalle, intenté hacer algo de eso en una parte de La misteriosa desaparición del señor Tomás. Es un texto breve y no quería caer en la cosa de dar un mensaje, pero tampoco quería que Muriel, la protagonista, pareciera una súper chica. A mí me daba miedo levantarme de la cama de noche y atravesar la casa hasta la cocina, y no me pareció natural que Muriel se levantara sin más a resolver todo sola. Entonces parafraseé algo que dice un personaje de Game of Thrones, cuando un padre le dice a un hijo lo que es ser valiente, y lo usé como una frase que Muriel hubiera escuchado de su papá y que se repite para darse ánimo. No importa si nadie se da cuenta nunca. Para mí era en principio un aprendizaje narrativo, aprender de cómo están escritas cosas que me gusta leer y cómo usar esos recursos. Pero además, capaz un papá que le lee el cuento a sus hijos percibe el guiño, o en algún momento esos chicos tienen miedo y tienen una forma de conectar con una idea que a mí me pareció valiosa y que encontré mucho más tarde en mi recorrido lector. Es también una forma de compartir lecturas.
No sé si hay un tono o un estilo especial que delimite los libros para chicos, desde el punto de vista de la lectura. Sí, claro, que hay algunos temas que a los lectores más chicos pueden no interesarles, pueden escapar totalmente de su horizonte.
—¿Recordás las sensaciones que te generaban tus primeras lecturas?
—Me acuerdo perfecto la sensación que me producían las lecturas cuando era chica, capaz no me acuerdo las tramas de los libros, pero sí momentos, sí ideas que me iban quedando y que a veces resonaron mucho más tarde, sí el gusto, la curiosidad, las ganas de leer. Y eso no cambió con los años.