Cuando la vida no valía nada: la historia de Anita, entre atentados, muerte y olvido

Por Federico Lorenz

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El autor del libro "Cenizas que te rodearon al caer. Vidas y muertes de Ana María González, la montonera que mató al jefe de la Policía Federal" cuenta cómo lo cautivó la vida de esta joven militante que, tras realizar un atentado, se convirtió en el símbolo de una época terrible para la historia argentina.

Ana María González, en la tapa del libro de Lorenz
Ana María González, en la tapa del libro de Lorenz

En la madrugada del 18 de junio de 1976 el jefe de la Policía Federal de la dictadura militar argentina, Cesáreo Cardozo, murió en un atentado. Lo mató Ana María González, una militante montonera de veinte años de edad. Era la compañera de estudios de la hija del general, y se valió de esa confianza para colocar una bomba debajo de la cama de uno de los planificadores del golpe del 24 de marzo.

A partir de ese hecho, Ana María se transformó en una de las personas más buscadas de la Argentina. Durante la cacería, los militares asesinaron en represalia a muchos de sus compañeros y a detenidos–desaparecidos secuestrados meses antes. Esas muertes se confundieron con las decenas que la represión producía entonces, y con las matanzas que siguieron a otro atentado montonero, la bomba en Coordinación Federal.

Nunca la pudieron encontrar. Ana María vivió en la clandestinidad hasta que seis meses después quedó malherida en un tiroteo con el Ejército, durante el que también murió un soldado. Roberto Santi, la pareja de Ana, logró llevarla a una posta sanitaria de Montoneros, pero allí murió. Santi y un compañero quemaron la casa con el cadáver de la joven. Había sido su última voluntad: que su cuerpo no fuera un trofeo para la represión. Unos pocos meses después, Santi también se transformó en uno de los miles de desaparecidos. Lo secuestró una patota de la ESMA junto con su madre y al poco tiempo fue asesinado en uno de los "traslados".

La corta vida de Ana María González es una metáfora extrema de los años setenta. Siempre la pensé de esa manera. Pero abordar su biografía es un proceso complejo. Sucede que desde el atentado, Ana María González ya no se perteneció. Se había transformado en un símbolo: para sus compañeros, para la represión y para la sociedad argentina. De la entrega y de la traición, de la audacia y de la perfidia; de la necesidad de orden y de la entrega revolucionaria. Encarnó todo lo que un militante debía ser. Pero simbolizó también todo lo que la dictadura se proponía destruir. Por ser joven y bella, encarnó todos los estereotipos de la propaganda misógina antisubversiva.

Derrotada la guerrilla, los únicos que hablaron sobre Ana fueron sus enemigos. Y eso agregaba un desafío más a la tentación de escribir sobre una vida difícil. La magnitud de lo que hizo borró su historia previa y posterior. Le quitó toda su historia y la congeló en el momento del atentado. ¿Quién fue Ana María González? ¿Qué quiso ser? ¿Cómo llegó al día que la instaló en la Historia? ¿Qué sucedió con ella después? A medida que la investigación avanzó, su historia dejó de ser plana y pude responder esas preguntas. Apareció Anita: una joven de clase media de la zona Norte del Conurbano que comenzó a militar en los barrios. Participó, como muchos miles, en ese vertiginoso laboratorio social que fueron las unidades básicas del "engorde", donde convivían mujeres y hombres de los sectores y con las trayectorias más dispares. Aparecieron la represión y la Triple A, la militarización de Montoneros, el golpe militar, y la decisión de informar –como la militante que era- que compartía curso con la hija de una de las figuras más importantes del gobierno golpista.

El atentado muestra el lugar al que tanto la represión como sus propias decisiones habían llevado a Montoneros en 1976. La eficacia y el salvajismo crecientes del terrorismo de Estado potenciaron la militarización de la guerrilla, y la alejaron aún más de sus bases de apoyo.

Anita, una militante de superficie –una perejila– se transformó en la pieza clave de la estrategia montonera, que consistió en "golpear los centros de gravedad del enemigo". Buscaban desanimar a los militares al mostrarles que no estarían seguros en ningún lugar: pero en realidad le dieron cohesión y fortalecieron a los sectores más sanguinarios. Mientras algunos atentados espectaculares lograban romper de manera efímera el cerco informativo, las estructuras de las distintas organizaciones revolucionarias fueron diezmadas.

La impactante noticia del atentado en los medios de la época
La impactante noticia del atentado en los medios de la época

Anita fue secuestrada unos quince días antes del atentado. Los documentos muestran que fue torturada junto con su novio, y cómo logró que se detuvieran al mencionar su amistad con la hija del general. Tras ser liberada, la realización del atentado no se suspendió. Se abre una pregunta: ¿cómo puede ser que, informado de ese hecho, Cardozo no tomara precauciones? ¿Le avisaron a tiempo? ¿Había alguna interna entre las fuerzas de seguridad en 1976?

No se puede explicar a Anita sin su época. No se puede pensar a los actores fuera de su contexto. Sintetizan las ideas fuerza de su tiempo, las actúan de una u otra manera, se mueven por los límites de lo conocido en su tiempo histórico. En ocasiones, algunos de ellos, como Anita, van más allá: los fuerzan, los retrotraen al momento primero de los tabúes fundantes. Ana María González fue una hija de su época. En esos años, la violencia era parte del repertorio político. Una vida humana podía ser tomada, como arriesgada la propia, en función de determinados objetivos considerados válidos y superadores. Hoy también lo es, solo que no la pensamos en esos términos. Cuando miramos extrañados hacia ese pasado, pensando con alivio acerca de la barbarie que dejamos atrás, también deberíamos ver los horrores con los que convivimos hoy.

En el proceso de escritura de Cenizas que te rodearon al caer, la biografía de Ana, me encontré con muchas suspicacias, desconfianzas y prevenciones. ¿Por qué tomaba un tema tan denso como ese? ¿Para quién trabajaba? ¿A quién se le ocurría reivindicar a una terrorista? O, en el otro extremo, ¿para qué darle argumentos a los negacionistas? En rigor de verdad, esto último es lo único que no me interesa hacer. Por eso la vida de Anita es la historia de una época, la constatación de que no podemos saber más sobre esos años es por la decisión de quienes desataron, desde el estado, una represión clandestina e ilegal, basada en la violación sistemática de los derechos humanos. Y que aún me seguía molestando, cuando conocí su historia, que sobre ella, equivocada o no, solamente hablaran sus enemigos, los mismos que se propusieron borrar hasta el recuerdo de miles de sus compatriotas.

 

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