Detrás del portón doble sobre un callejón sin salida en Beccar, partido de San Isidro, hay un pedazo de mundo que bien podría servir para rodar una película de ciencia ficción, o hacer una fiesta preapocalíptica o que un enfermo terminal pase sus últimos días de vida. La gigantesca residencia de Villa Ocampo es un lugar que, envuelto por un jardín que parece existir sólo en los sueños de una princesa de Disney, tiene las puertas abiertas a la comunidad. Allí vivió Victoria Ocampo hasta sus últimas días, hasta el momento de su muerte -cuando Borges escribió: "estoy agradecido como argentino por todo lo que hizo por la Argentina"- haciendo de ese espacio un oasis de ebullición cultural. La visitaron Rabindranath Tagore, Graham Greene, Albert Camus, Aldous Huxley, Le Corbusier, Octavio Paz, Gabriela Mistral, Waldo Frank, Indira Gandhi, Antoine de Saint-Exupéry, Pablo Neruda e Igor Stravinsky, entre tantos otros. Su deseo fue, al morir, donar la villa a la UNESCO para que haga de ese lugar, no un museo frío y acartonado, sino una cápsula que "sirva en un espíritu vivo y creador", capaz de debatir ideas y ejercer el pensamiento crítico. Entrar hoy y recorrer las enormes habitaciones, mirar las bibliotecas, caminar por el parque es como olfatear los vestigios de un siglo XX que quiere involucrarse en el siglo XXI, con nuevas muestras artísticas e instalaciones.
Si algún dios decidiera hacer crecer una exótica planta que represente cabalmente el árbol genealógico de Victoria Ocampo, de seguro le llevaría mucho trabajo. Quizás lo haría con ramas duras como el acero, hojas palmatífidas, flores coloridas de pétalos impares… porque el linaje ecléctico que tiñó de aristocrática su identidad va desde el colonizador español Domingo Martínez de Irala hasta un financista de la Revolución de Mayo, desde Prilidiano Pueyrredón y José Hernández hasta un paje de Isabel la Católica, desde el femicida de Felicitas Guerrero hasta generales guaraníes. Herencia y descendencia. Todo su pasado (y las riquezas consiguientes) terminó opacando de alguna manera el rol fundamental que ocupó en la historia intelectual y literaria de la Argentina del siglo XX. Por momentos se la ninguneaba, y aún hoy se oye, como "una señora rica y aburrida". Como si la riqueza y el aburrimiento pudieran tanto.
Pero si es como dice Eric Hoffer, que cuando las personas se aburren es principalmente de ellas mismas, ¿cómo iba a ser, en un mundo tan inquietante y extraño, una mujer aburrida Victoria Ocampo, con tantas ideas en su cabeza, tantos encuentros, tantas ganas, tantos proyectos como Sur, la emblemática revista literaria que duró 62 años? Entonces, ¿quién fue esta escritora, traductora, editora, mecenas, activista por los derechos de la mujer? Quizás basta con empezar diciendo que tuvo una buena vida. Quizás también con repetir aquello que decía José Ortega y Gasset, que "la cosecha de Memorias en cada país depende de la alegría de vivir que sienta". A lo que se refería este pensador español, que fue amigo de Victoria, es a la cantidad de textos que han producido los franceses sobre su historia, por eso -sostenía- era un país mucho más alegre que, por ejemplo, España. En este sentido, Victoria fue igual, sus diez Testimonios y seis Biografías dan cuenta de su crianza, y del repaso por su vida, como vivirla dos veces: las institutrices que la criaron en la casa de Viamonte 482 le enseñaron el francés como su primer idioma. De allí, su peculiar forma de mirar su pasado.
Además de sus viajes a Europa donde logró beber ese jugo intelectual que primaba en el viejo continente, Villa Ocampo fue la casa de verano que su padre, el ingeniero Manuel Ocampo, construyó para la familia en 1891. La heredó finalmente en 1930 y la usó de forma esporádica hasta que en 1942 se instaló definitivamente. ¿Cómo hacer de una mansión un lugar de vanguardia? La transformó, le quitó las telas de las paredes, la llenó de cuadras modernos, de artefactos, de colores, de libros. Victoria siempre supo cómo hacer esa metamorfosis, que esa aburrida casa de alta alcurnia sea un hito novedoso y chispeante; de hecho, en sus memorias escribió: "me pareció que había encontrado una manera de pagarles a los escritores y artistas las alegrías que les debía". Los invitaba a su mansión, los alojaba durante largas estadías y hacía de ese encuentro un fructífero intercambio de ideas.
En la sala principal, dos cuadros en lo alto, enfrentados, uno en cada pared, tiene a los abuelos de Victoria Ocampo, que posaban para el pincel de Prilidiano Pueyrredón, con gestos duros e imponentes. Una chimenea con el fuego prendido atraviesa la casa como una Excálibur. Alrededor, las salas se predisponen a las visitas. La de piano, con un Figari con Victoria retratada mirando al río; la de trabajo, con la máquina de escribir que la escritora usaba para teclear sus textos cargados de citas; las habitaciones, con camas pequeñas pero repletas de libros (en inglés, en francés, en español) acomodados en bibliotecas que tocan el techo; y las más pequeñas, que guardan colecciones, fotos y objetos exóticos, como un globo terráqueo que tiene pintados calamares, unicornios y dragones. Cuando el arquitecto italiano Renzo Piano dijo que "un museo es un lugar para perder la cabeza" se refería a exactamente en lo que allí sucede: la interpelación del lugar, que no es un lugar más al que se entra y se sale, sobre los asistentes. Más aún, cuando a la Villa se ingresa a recorrerla, pero también a cenar, beber y contemplar las muestras artísticas que allí se hacen.
Su trascendencia como escritora está clara, sin embargo la verdadera potencia de su figura está en lo que hoy se conoce como gestor cultural: alguien que hace de su inteligencia una telaraña de relaciones que facilitan y promueven la aparición de nuevos productos culturales. Dirigir la revista Sur era justamente eso, ensanchar las rutas para que los pensamientos avancen. Así fue como en un texto titulado La trastienda de la historia de 1971 escribió: "en cuanto al control de la natalidad y el aborto (…) afirmo que algo que concierne vitalmente a la mujer, su cuerpo, ha de depender principalmente de ella, la protagonista". ¿Quién se animaba a hablar de temas que hoy aún causan resquemor en las clases dirigentes como lo hacia ella, y con tanta claridad conceptual? Desde luego, haber conocido y dialogado con exponentes del siglo XX -Charles Chaplin, Jacques Lacan, Sergéi Eisenstein, Lawrence de Arabia, sólo por nombrar otros- trae sus ventajas, sobre todo si estaba atenta y no se dejaba llevar por el opio del cholulaje.
Hoy, en la Villa que le dejó a la UNESCO para que las ideas no dejen nunca de dar vueltas por los aires, el espíritu de Victoria Ocampo, lleno de curiosidad y crítica, sigue presente, impregnando a a cada visitante que guarde al menos, en lo más profundo de sí, un gramo de curiosidad. Será el rol de todos los que habitamos este nuevo siglo no volverlo a matar. Hay espíritus que nunca se apagan.
* Villa Ocampo puede visitarse de viernes a domingos y feriados de 12:30 a 19 horas. Ubicada en Elortondo 1837 (Beccar – San Isidro – Provincia de Buenos Aires) se cobra un bono contribución de $70 con excepción de estudiantes y docentes ($40) y jubilados, menores de 12 años y personas con discapacidad (sin cargo). El teléfono para reservas es (011) 4732-4988.
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