Reanudar una serie mítica después de veinticinco años parece un proyecto condenado de antemano al fracaso. Pero David Lynch hizo posible el milagro de esta resurrección inesperada, que podemos presenciar cómodamente en nuestras casas gracias a la magia discreta de Netflix. Muy al comienzo de esta tercera temporada de Twin Peaks (2017), los espectadores nos estremecemos una vez más al reencontrar a Laura Palmer hundiendo sus tacos en la alfombra del Cuarto Rojo: "Estoy muerta" –nos dice–; "sin embargo, estoy viva".
Todo comenzó con la serie para la televisión de principios de los años noventa. Fueron dos temporadas que Lynch comandó junto al guionista Mark Frost, a quien inevitablemente eclipsó, y una docena de directores delegados. La excusa argumental era simple y nítida –un crimen atroz en un pueblo imaginario del noroeste de los EEUU–, pero de inmediato el serial suscitó tanto el interés del gran público como el de los intelectuales: Serge Daney, entre otros, le dedicó un artículo en el número inaugural de la revista Trafic.
Lynch mostró que, en sus manos, todo se volvía extraño y fascinante. Desbarató la lógica clásica del policial de misterio y enrareció hasta lo indecible el folletín sentimental y costumbrista de pueblo chico. Nunca la televisión había conocido una puesta en escena tan resueltamente onírica. Fue Donna, la mejor amiga de Laura Palmer, quien encontró la expresión precisa en uno de los capítulos: –"Es como si tuviera el sueño más hermoso y la peor pesadilla al mismo tiempo".
En 1992 vino Twin Peaks: Fire Walks With Me, donde se contaba la prehistoria de la serie, los acontecimientos que preceden al asesinato de Laura. En esta película desconcertante, Lynch se apropió por completo de aquello que, en el culebrón televisivo, sólo le había pertenecido a medias. El resultado es un sueño continuo, una pesadilla suntuosa que elogió Jacques Rivette –el más misterioso de los cineastas de la Nouvelle vague–, que fue un fracaso de taquilla y que ahora es un film de culto. En 2014, Lynch decidió dar a conocer varios pasajes de la película que habían sido eliminados del montaje comercial. Twin Peaks: The Missing Pieces contiene varios episodios memorables y expande aún más los contornos de esta tenaz alucinación.
Después de veinticinco años, la nueva temporada de Twin Peaks retoma tanto la serie original como la película. Hay personajes que desaparecen, muchos otros que se retoman, también surgen personajes nuevos. Se otorga una notoria importancia a la cuestión del doble. Pero, sobre todo, hay una exacerbada continuidad estética. Asistido una vez más por la música de Angelo Badalamenti, Lynch nos sigue asombrando con su despliegue surrealista y, a esta altura, no hay quien le gane a la hora de concebir situaciones absurdas. La trama no tarda en volverse incomprensible, y hasta el agente Gordon –un personaje que interpreta el propio David Lynch– reconoce no entender en lo más mínimo qué es lo que sucede.
A lo largo de la historia de Twin Peaks, Lynch ha oscilado entre un movimiento de apropiación, repudio y reapropiación respecto de esta obra colectiva que lo excede. Es tal vez por eso que todos los episodios de esta nueva temporada van a estar bajo su exclusiva dirección. A contramano de lo que suele ocurrir en las series, donde la sinergia del trabajo conjunto prevalece sobre el poder visionario de los individuos, esta decisión supone una afirmación enfática de la marca autoral. Todo indica que, bajo el camuflaje de una serie, el retorno de Twin Peaks se dará bajo la forma de una gran película, un megafilm en dieciocho episodios. No debemos olvidar que Mulholland Drive (2001), el largometraje más perfecto de Lynch, había surgido originalmente del plan para una serie, que la cadena ABC rechazó por estrambótica.
Otro rasgo cinematográfico de esta nueva temporada de Twin Peaks es su desdén por los atajos argumentales y la ausencia de las típicas microescenas que abundan en la acelerada dramaturgia de las series. Por el contrario, los capítulos desarrollan secuencias muy largas que, como una droga que tarda en lograr su efecto, alcanzan un clímax al que sería difícil llegar por otros medios. Es perceptible cierto regodeo manierista: evitar toda concesión es un gesto de radicalidad estética, pero también una forma de la autocomplacencia. La rareza de los episodios tercero y cuarto tal vez ahuyenten a los no conversos, e incluso los convencidos debemos admitir que la magia de Lynch ha perdido algo de su encanto.
En cualquier caso, Twin Peaks continúa representando a la vez un delirio idiosincrásico y una pesadilla universal. Las ficciones de Lynch han funcionado como el reservorio pulsional del cine, primero, y poco después de la televisión. Ya es tiempo de que pasen a encarnar el inconsciente de la cultura audiovisual en la época digital.
*La nueva temporada de Twin Peaks (2017) puede verse en Netflix, donde al día de la fecha están disponibles cuatro capítulos.
**Los lectores interesados en la facetas anecdóticas de Twin Peaks pueden leer el capítulo séptimo de Lynch por Lynch, libro que reúne las conversaciones del cineasta con el crítico Chris Rodley, cuidadosamente editado en Buenos Aires por El cuenco de plata (traducción de Elena Arguedas González, 2017).
***Este año también pudo verse en algunas salas de Buenos Aires el documental David Lynch: The Art Life (dirigido por Olivia Neergaard-Holm, Jon Nguyen y Rick Barnes, 2016), que ahonda en aspectos biográficos y en la obra de Lynch como artista visual.
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