MADRID. Cuando la escritora Siri Hustvedt (Minnesota, 1955) llega al hotel de la entrevista, la gente se da vuelta para observarla. Es una mujer delgada, muy alta, con esa mirada que tienen los miopes, que van como enfocando lo que les interesa. Tiene unos ojos de un azul intenso que impresionan, una voz dulce y modulada y un hablar pausado pero a la vez maneja unos argumentos tan bien estructurados, que convencen. Hustvedt es novelista (El verano sin hombres, Todo lo que amé), ensayista y conferenciante habitual sobre arte, feminismo, neurología y psiquiatría. Hace ya unos años que esta escritora estadounidense de padres noruegos ha conseguido que se la respete y admire en el mundo literario por su trabajo y no por ser la mujer del escritor Paul Auster y, aunque resulte absurdo aclararlo, le ha llevado su tiempo. Ahora regresa al panorama editorial con la recopilación de unos ensayos sobre sus disciplinas favoritas: arte, ciencia y análisis literario.
La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres (Seix Barral) nace de su interés por la ciencia y por el cerebro. "Saber sobre ciencia ha dado flexibilidad a mi cerebro y es algo que está al alcance de todo el mundo. Sólo hace falta un pequeño esfuerzo y ganas de aprender. Tampoco podemos olvidar que las ciencias tienen una conexión con la filosofía y que también necesitan de las humanidades". Husvedt escribió este conjunto de once ensayos entre los años 2011 y 2015. Divididos en dos partes, en la primera la autora se centra en los textos dedicados a artes visuales y literatura, mientras que en la segunda parte incluye conferencias que ha pronunciado en numerosos países. Siri reflexiona, entre otras muchas cosas, sobre las razones del desprecio que sienten gran parte de los hombres por la literatura escrita por mujeres. Son más de 400 páginas donde caben desde las diferencias artísticas sobre sexo entre Mapplethorpe y Almodóvar a Kierkegaard y las verdades de la ficción, pasando por la representación de la mujer en la pintura de De Kooning, Beckmann o Picasso.
-¿Cree que la sociedad se va dando cuenta de que humanidades y ciencias no pueden entenderse de la misma manera si no las observamos en conjunto?
-Está claro que la ciencia necesita de la filosofía y la filosofía de la ciencia y si fusionamos ambos discursos todo es mucho más rico, tenemos una aproximación mucho mejor de lo que significa vivir de verdad y tendremos una mirada mucho más completa de las cosas.
-Usted ha hablado acerca de cómo Internet puede crear una sociedad más pobre intelectualmente.
-En muchas ocasiones puede ocurrir. Además homogeneiza demasiado el pensamiento. La gente sabe más y más sobre menos y menos cosas y el conocimiento compartido es prácticamente inexistente. En algunos espacios puedes citar argumentos filosóficos muy importantes y nadie sabe de qué estás hablando.
-En sus ensayos consigue a través de su capacidad dialéctica conducir al lector de lo particular a los grandes temas de la vida. ¿Cómo se hace?
-Bueno, ¡gracias! Eso es lo que intento y no siempre es fácil porque algunos temas de los que hablo podrían parecer difíciles o sólo aptos para los conocedores de las ciencias pero que me diga que mis textos pueden llegar a todo el público es decirme que he conseguido mi objetivo. Para entender la condición humana, debe hacerse desde diferentes prismas.
-En uno de sus ensayos habla sobre un tema tan espinoso como el suicidio.
-Me pidieron que diera una conferencia sobre el suicidio y realmente les dije la verdad, que no sabía tanto, pero tuve bastante tiempo para prepararla. Invertí un año y medio en prepararla y leí absolutamente todo sobre el tema. La mayoría de los textos que leí sobre el tema eran discursos éticos y yo quería darle otro enfoque. La clave está en alejar la mirada y examinar los prejuicios que todos tenemos.
-¿Las mujeres han sido siempre más consideradas objeto de estudio que fuentes de estudio?
-Las mujeres han sido siempre objeto de estudio, y pocas veces han puesto ellas la mirada. De ahí el título de esta colección de ensayos. Uno de los primeros ejemplos que narro en el libro es cuando hablo de una obra de Picasso, Mujer que llora. El pintor estaba obsesionado con sus modelos, pero las terminaba diseccionando con un dolor y una agonía ambiguos, no precisamente feministas. Picasso, para mí, es un innovador estilístico, pero sus sujetos son siempre muy tradicionales, muy clásicos, aunque luego los deconstruyera. Lo comenté con un especialista en Picasso: para él, las mujeres eran objetos sexuales y simbólicos. Pero no hay que olvidar que el hecho de que no sea feminista no devalúa en nada su obra, y se puede admirar igualmente. En contraposición, estaría la sensibilidad de Almodóvar, y su compleja visión de las mujeres. En Hollywood cuesta encontrar papeles femeninos que no sean simplistas.
-Nunca ha ocultado sus migrañas y cómo la llevaron a que se interesara por la neurociencia. A su vez, ha trabajado el psicoanálisis. ¿Cómo ve ambas disciplinas?
-Pertenezco a un grupo de neuropsicoanálisis desde hace algo más de diecisiete años. Una de las premisas es que muchas de las tesis de Freud han sido confirmadas por la neurociencia. Freud estudió neurología y era un científico. Escribió un libro interesantísimo sobre la afasia. Hay psicoanalistas poco receptivos a la idea de una unión con la neurociencia, mientras que los neurocientíficos suelen estar más abiertos a esta idea porque han sido declarados los jefes de la cultura. Se pueden permitir ser benevolentes con los psicoanalistas, que han sido marginados durante mucho tiempo y tienen una posición mucho más difícil. En cierto sentido he llegado a la conclusión de que el psicoanálisis tiene mucho que ver con el arte, con el hecho de crear. Funciona de forma intuitiva, como ocurre en el arte, y lo que se crea es a la persona que se psicoanaliza. Se la crea a partir del diálogo. Como en el arte, hay un yo creador y un yo imaginario. Cuando escribo mis novelas siempre tengo la sensación de que desentierro recuerdos, y eso es un poco lo que haces en la sesión.
-¿Cómo conviven sus facetas de novelista y ensayista?
-Sin grandes problemas. Ahora mismo estoy con una nueva novela de la que todavía no puedo contar nada y a la vez estoy escribiendo textos científicos. Para mí, ficción y no ficción son vasos comunicantes. Mi trabajo como investigadora siempre alimenta mi tarea de novelista y viceversa. Lo bueno de la novela es que es un organismo maleable, que logra absorber todo tipo de cosas. No debes ceñirte a un argumento y puedes introducir en ella ideas contradictorias. Se trata de un formato mucho más libre que el ensayo. He intentado introducir esa flexibilidad y ambigüedad de planteo en mis obras de no ficción, pero no funciona tan bien como en una novela.
-Hablando de Estados Unidos, su país, ¿cómo está viviendo los primeros meses de Donald Trump en el poder?
-Nuestro país ha votado a un hombre cuyas opiniones y comentarios son los de un misógino y un racista. La misoginia ha ayudado a que Trump fuera elegido presidente. Del resto, de sus creencias políticas no tengo ni idea. En unos pocos meses ha demostrado su incompetencia porque gran parte de la burocracia política está vacía. Lo único que me consuela es que nuestro sistema legal está demostrando una gran independencia. Pero Trump da miedo. Mucho miedo. Lo que estamos viendo en Estados Unidos y en Europa, es el ascenso de la derecha populista de raza blanca. Hombres y mujeres que por el color de su piel se creen con derecho a ciertos privilegios. En Estados Unidos, sienten que han perdido sus derechos por el cambio demográfico y a ello se suma que en los últimos ocho años hemos tenido a un hombre negro, con estudios en Harvard y muy elegante como presidente. El miedo de esa parte de la población que ha votado a Trump no es tanto a perder sus privilegios como el sentimiento, terrible, de sentirse avergonzado por esa pérdida. Yo crecí en Minnesota, en el Medio Oeste, y sé cómo es y cómo siente esa gente. Suelen pensar que los inmigrantes les van a quitar privilegios, puestos de trabajo y hasta sienten una especie de vergüenza por sentirse así. Trump ha llegado para transformar esa vergüenza y humillación en orgullo, en ira y en rabia, que hace que se sientan bien de nuevo. Es fácil que cale el discurso populista.
Las artes se consideran espacios femeninos y la ciencia, masculina, dice Husvedt
-¿Le hubiera gustado una mujer en el gobierno?
-¡Claro que sí! Pero Hillary Clinton no habría podido ganar nunca, izquierda y derecha tuvieron un trato mezquino con ella, acusándola de demasiado fría, cerebral e intelectual y pagó la misoginia del país. Los hombres no quieren compartir ciertos espacios que creen que las mujeres están invadiendo. Como si el hecho de que los invadieran significara que desaparecieran. La sensación que tengo es que temen perder su autonomía. No quieren volver a sentirse niños. Para ellos, un lugar ocupado por una mujer es un lugar en el que sentirse pequeños, dependientes. A las mujeres esto no nos ocurre.
-¿Cuánto hemos avanzado en materia de respeto hacia la creación artística de las mujeres?
-Creo que muy poco. Existen miles de ejemplos que demuestran que existe un realce de lo masculino en todas las artes. Si vinculas el nombre de un hombre a cualquier obra, será ensalzada. Si lo haces al de una mujer, será menospreciada por el sistema. A estas alturas, me parece innegable. Las artes se consideran espacios femeninos y la ciencia, masculina. Lo masculino se sigue asociando al intelecto y a la cultura; lo femenino, al cuerpo y a la naturaleza. Hay que ver este debate en términos históricos. En Estados Unidos, las mujeres no pudieron votar hasta 1920. Me suele pasar que los hombres leen mis libros de no ficción y las mujeres, mis novelas. Incluso cuando las mujeres crean personajes, inmediatamente son percibidas como el personaje de sus novelas. Toda novela escrita por una mujer, parece que se percibe como autobiográfica. Me resulta muy confuso que se reduzca todo a la autobiografía. Mi conclusión es que el hecho de que la mujer tenga imaginación sigue siendo percibido como algo problemático.
-¿Por qué, todavía hoy, considerarse feminista suele estar visto con reticencia? ¿Es usted feminista?
-Por supuesto, me considero feminista. Me cuesta trabajo imaginar que alguien no sea feminista. ¿El feminismo no es, simplemente, una declaración de la libertad humana? Y ante cualquier crítica a eso, lo mejor es usar el humor. Sin humor, lo habremos perdido todo.
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