Palabras para Alberto

Por Vera Fogwill

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Este texto, hermoso y emocionante, escribió en su Facebook la actriz, guionista  y directora Vera Fogwill, hija del recordado autor de "Los Pichiciegos", quien también formó parte de la familia del director teatral que murió esta semana.

Alberto Ure
Alberto Ure

Este jueves a la madrugada se fue Alberto Ure. Me dejó un hermano y un montón de hermanas hermosas, sobrinas y sobrinos, hasta sobrinos nietos. Al teatro le dejó algo duro, la copia. Muchos creen hacer cosas innovadoras o tener métodos propios y son el legado de Ure. El público se renueva, es cierto, y entonces se sorprende sin saber que eso ya se había hecho mucho antes. Ure rompió las reglas establecidas e hizo las cosas más desopilantes e impensadas hasta su llegada. Fue un enorme maestro brutal que por lo bueno y lo malo dejó marcas en quiénes estudiaron o trabajaron con él. Nadie que lo haya podido conocer podrá olvidarse de él. Tampoco el espectador que haya visto alguna de sus tantas obras.

Yo le agradezco desde cada pañal que me cambió, cada exceso que me enseñó a disfrutar, el amor a lo picante en todos los sentidos, la risa en los momentos indebidos, las siestas que se dormía cuando íbamos al teatro (le gustaba dormir ahí porque el teatro era aburrido si no lo hacía él), San Jorge y los ángeles y todo lo que me enseñó de la vida. Los textos que me inculcó desde muy pequeña, dándome libros para leer, luego evaluando mi lectura y después de darme los comentarios pertinentes pasar al siguiente y al próximo, formarme, la enseñanza del trabajo artesanal y carnal del actor, de la mirada crítica y aguda para con todo y, una cosa fundamental, el riesgo, "correr siempre riesgos". No tener miedo a los papelones, no tener miedo o sí, entender que donde lo hay, está pasando algo importante porque la vergüenza es ese lugar donde nadie quiere entrar y en el arte, es donde está la verdad. Como el blanco en escena, el gran momento artístico de una obra, donde ni el actor, ni el elenco, ni el público saben que pasará. Por eso, seguía interviniendo sus obras en mitad de las funciones. Buscando el desconcierto, que nada se muera, que todo esté vivo. El momento vital, ese que se parece a la vida, donde nadie sabe lo que pasará. En el teatro oficial, incluso en el comercial, con los contratos de oficinistas que tienen los artistas, ¿qué riesgo se corre?…

Fue el primero que me explicó que actuar era establecer una relación de guerra con la muerte. Porque en el momento que uno está actuando se olvida de la suya propia. Y hoy quizás, quien sabe, por eso tantas vidas públicas se convirtieron en actuaciones (en personajes) y tantas buenas y talentosas actrices en objetos de deseo, actuando, simulando, una vida fabulosa.

Ya no quedaran muchas actrices para encarnar mujeres trabajadoras, luchadoras, con las manos arrugadas de lavar platos, para hasta las sin dientes tendrán actrices que las interpreten con el blancamiento y el comedor recién hecho. Las gorditas siempre interpretadas por flacas con lipos o tildadas siempre para roles de gorditas, y todas con la expresión borrada del botox. Actrices en foto fija, sin emociones ni acercamiento a la muerte (envejecer). Y no pasarán. Continuará la estirpe de las actrices lindas (que bien Stanislavsky repudiaba, cuando decía que "un actor que toma su trabajo para publicidad propia debería ser exiliado de los escenarios para siempre" (¿qué hubiera dicho de las que usan instagram? ¿A dónde las expulsaría? ¿a la nube, al cielo, a la muerte del arte del sentir?). No me detendré en esas reflexiones que son más largas y que son propias. La cantidad de recuerdos y de historias, no son posibles de escribir ahora.

Pensé que no podría escribir nada, pero me especialicé en crónicas fúnebres hace un tiempo largo, mi seres queridos se van, uno tras otro, mis padres, ellos dos. Fran Ure, una de mis hermanas menores siguió su camino, y con qué garra (capa). Le dije ayer en medio de un abrazo y casi en joda "no podemos hacer cagadas, ahora" (me refería a un teatro distante, conformista) y Cata, una de sus nietas, muy parecida a mi, dijo "nooo, al contrario quiere que hagan papelones, que manden todo a cagar". Nos reímos todas, almorzando en frente del cementerio…

Estos casi veinte años que estuvo enfermo, (se cumplirían justo en diciembre) no había perdido la necesidad de hacer obras. Me mandaba a llamar, "Verita vení" y yo iba ,"anotá ya, tenemos que hacer Hamlet, llamálo a Darín (ni idea tenía que Darín se había consagrado también en el cine) y conseguí el estadio de Boca, para hacerla ahí" (eso en el 2001). Ok le decía yo, esta misma tarde lo consigo todo. O "Llamálo a Jorge Mayor y a Arturo Maly que vengan. Hay que ponerse a ensayar"… (el año pasado). Yo no le dije nunca quiénes se fueron antes que él y me pasé estos años mandándole cariños de muchos que no están más y de otros que él quería y no aparecieron. Nunca se olvidó de sus puestas, hace poco me contó varias temporadas en Mar del Plata, o yo le preguntaba de alguna obra y la recordaba tal cual, hasta los pormenores. A veces le leí textos que le gustaban y él hacía interrupciones con comentarios espectaculares.

En lo personal, mi distancia con el teatro fue inminente. Si él no hacía teatro, yo menos. Hubo intentos, pero la decepción fue grande, añoraba su cabeza, sentía ganas de vomitar de la banalidad. Otras no pude, cosas sí interesantes como las propuestas de Lola Arias, u otros como ella a a los que sí respeto, admiro y mucho pero los momentos no eran compatibles. Es que Alberto me enseñó también que uno siempre actuaba para alguien (generalmente creía que era para la mamá o el papá). A las actrices les solía impedir la presencia de sus madres en los estrenos. Y yo seguramente actuaba para él, para seguir siendo querida por él, por ese papá que la vida me dio extra… Y que yo elegí y él me eligió, ese que se puede perder, pero que jamás se quizo perder. Y si él no podía ir al teatro a verme, a mi actuar no me hacía expulsar sangre.

Mi teatro había prendido la luz, porque si se hubiera apagado hubiese comenzado la función. No es tan así, pero algo así. Más largo. Otro día. Pero lo que sí uno actuaba para una persona sola, no para ser querido por el público, al público era necesario despertarlo, sacudirlo, arruinarle el confort.

Los días que estaba bien, o en algunos horarios del día, recordaba todo lo que pasó antes, pero muy poco de lo que pasaba ahora. Ahora son esos veinte años enfermo. Hace unos siete u ocho años, estaba en su casa, sacarlo en la silla de ruedas era muy difícil, pesaba y se caía, había que atarlo y el ascensor del edificio era pequeño para la silla. Una odisea. Un día dije lo saco a dar una vuelta. Complicadísimo. No salía hace mucho, yo quería sol para él, porque la habitación tenía un gran ventanal pero el sol no daba porque los otros edificios se lo robaban. Lo logré, bajamos y el encargado del edificio y Elisa ayudaron. Y al abrir la puerta le pegó el sol y grito, "auxilio". Su pánico fue tan grande que tuve que entrar de nuevo. Fue una sorpresa, a veces no valoramos las cosas tan sencillas que tenemos. El pensó que era la luz que se lo venía a llevar y no quería irse.

Alberto Ure
Alberto Ure

Si tuvimos la posibilidad de tener a Alberto veinte años más vivo, para escuchar y sentir su dolor y también su alegría, porque era dulce, muy dulce y muy cariñoso, es gracias a alguien que juro no conocer a nadie igual, Elisa Carnelli, su mujer y madre de dos divinas Ures. Lo que Elisa hizo, lo que peleó por él, lo que padeció por él, es el motivo por el que ayer la convertimos en Santa. Todo lo hizo en silencio. Todos, se lo agradecimos siempre pero ayer se lo reiteramos, uno a uno con todo nuestro amor.

Para contar alguna anécdota, hace un año y pico, Elu me llama, el geriátrico garca donde estaba (que debimos denunciar pero que nadie tenía ya fuerza para más trámites) pasaba de un día para el otro de cobrar 22.000 pesos a cobrar 50.000 (sí si, es legal que te avisen y lo hagan). Todo lo que daba PAMI y otros ingresos de Alberto (premios y derechos de autor, etc.) no llegaban nunca a lo que valían los geriátricos, ni a cubrir todos los gastos de su enfermedad, pero eso ya era un delirio para la familia. Había que encontrar otro urgente y en precio, que tuviera cama para hombre (siempre difícil con respuestas "si se muere el que está te aviso") con cuarto compartido (si alcanzaba) y los cuidados especiales que Alberto precisaba en 24 hs. De esas hubo un millón y medio. Y todas eran cosas urgentes que no podían esperar.

Elisa estuvo siempre, comandando cada cosa, peleándose con las enfermeras que no entendían lo que debía hacerse y cómo, controlando si le estaban dando la medicación como correspondía. Sin hablar de todos los años que lo tuvo en su casa, bajo su cuidado, a expensas de su propia salud física y mental. Gracias Elu por ese amor incondicional que en estas épocas no abunda. Por supuesto toda la familia estuvo como pudo y siempre. No fue fácil. Geriátricos que se incendiaban, fallecidos y Alberto ileso con quemadura en la pierna y al hospital otra vez. Y así. Cambiarlo a otro lugar. Esperando ambulancias, que lleguen, que lo lleven, pedirlas con tiempo… Y el certificado de invalidez que se vencía una y otra vez, trámites y trámites.

Hay mucha gente a la que agradecer. Yo, a mi mamá que se enamoró del gordo por los años 70 y así conformamos una familia. Y mucha que prestó ayuda en tantos difíciles momentos. Agradezco a las personas que le dieron cuidados de todo tipo, enfermeras, médicos de distintas ramas. Gracias, no puedo a mencionar a todos, porque han sido muchos. También a los que han colaborado con la problemática como Catón (Diego Sigalevich) que me acercó varios años atrás a Federico Escribal (ex Director Nacional de Derechos Culturales y Diversidad Cultural) que junto a Juan Richards y con Guillermo Parodi ( ex Director del Instituto Nacional de Teatro) ayudaron a otorgarle el Premio tan merecido a la Trayectoria entregado en Venado Tuerto. Y a Cris Banegas, parte de esta familia Ure, que con su trabajo todos estos años recopiló material de sus clases, textos, análisis y ensayos de teatro que fueron editados y así hoy tenemos joyas que estaban perdidas y clases magistrales. (…) Gracias a sus amigos, a los actores y colegas que fueron a despedirlo. Gracias a quien más que a Alberto, te vamos a extrañar mucho. Ya te extrañábamos en las salas y ahora acá … darte abrazos y comer tortas (siempre un bocado más)… Es que para Alberto todo siempre fue poco. Él iba por más. Aplausos.

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