"Gracias por tu mirada federal", me dice Amalia Eizayaga cada vez que le digo que me gusta el Pabellón Ocre de la Feria del Libro, que es mi pabellón favorito. Amalia es periodista también; se enamoró de Jujuy, y se fue a vivir allá y no volvió nunca más a Buenos Aires, salvo para visitar a los amigos.
Pero cómo no voy a tener una mirada federal. Es cierto que parte de mi familia bajó de los barcos, como tantos en la Argentina. Mis abuelos maternos eran una vasca y un asturiano, una combinación definitivamente española. Pero por el lado de mi padre, América Latina, la Patria Grande, está presente: mi abuelo paraguayo, Wenceslao, y mi abuela, Isidora Muñoz de Melgarejo, criolla puntana con cinco generaciones clavadas en la tierra sanluiseña.
¿Por qué me gusta tanto el Pabellón Ocre finalmente? Cuando la Feria estaba en el predio de Figueroa Alcorta y Pueyrredón, todo estaba demasiado entremezclado –libros, lectores y puestos de comida-, tanto que no se distinguían los stands de las provincias como ahora, que la Feria lleva varios años en La Rural. Entonces, ya sea que se entre por Plaza Italia, directamente, o sea porque se llegue hasta él después de haber recorrido el resto de los pabellones de los otros colores, lo cierto que el Ocre es una especie de raro oasis para una vieja frecuentadora de este maravilloso, inigualable, encuentro anual.
No fue al principio un amor a primera vista, lo cual lo hace aún más interesante. Fue una relación gradual y hasta interesada. En 2011, yo buscaba un libro para mi columna Línea directa en el diario La Nación, dedicada a temas de lenguaje y consultas sobre dudas lingüísticas de los lectores. Así fue que en el stand 3053 del Ente Regional del Nordeste, conformado por las provincias de Misiones, Corrientes, Formosa y Chaco, descubrí el libro Los tobas. Historia, lucha y costumbres del pueblo qom , del profesor Maximiliano Molocznik (Editorial Instituto de Cultura, Chaco todas las culturas, 2011). Después escribí en la columna titulada "Patrimonios dignos de ser atendidos", que la lectura de ese libro permitía "entender mejor a un sector importante de compatriotas cuya cultura y lengua también forman parte del patrimonio cultural argentino ("La lengua toba pertenece a la familia lingüística guaykurú. Sus hablantes, al igual que los del pilagá y del mocoví, se denominan a sí mismos qom, de allí el nombre de su lengua: qom l'aqtaqa, 'el idioma qom. El término toba es de origen guaraní y fue impuesto por los chiriguanos para identificar a los hoy conocidos como tobas del Bermejo", Pág. 54)".
El definitivo coup de foudre llegó después, en otros años, cuando yo ya había constituido la costumbre y los stands de las provincias empezaron a mejorar notablemente sus diseños y a competir en belleza y creatividad. Imposible olvidar uno de Jujuy en donde había una torre monumental de libros de cuentos en cartapesta, que sobrepasaba los tres metros de altura: simulaban estar apilados como los dejaría alguien que consultó de prisa y desordenadamente. Era la cita de honor de los visitantes, que todavía no se sacaban selfies, pero sí fotos de familia saludando a unos desconocidos parientes que los esperarían quizás del otro lado de la cámara, a muchos kilómetros de la gran ciudad, en su bellísimo, y desconocido para mí, lugar natal.
Mis visitas a la Feria de los últimos años se han vuelto muy acotadas: voy específicamente a aquellos lugares y en aquellas fechas en donde hay o un acto o un libro que me interesan particularmente. Van dos años seguidos en que prácticamente no he pisado el Pabellón Azul, por ejemplo. Pero nunca, nunca dejo de visitar el Pabellón Ocre y de sacar fotos de los distintos stands para subir luego a Facebook y hacerles a los amigos de mi muro un paseo virtual con glosas a mi cargo (son muy festejadas, debo aclarar). Incluso disfruto de presenciar algún acto, como los tradicionales homenajes de la provincia de Salta, y de asistir a conferencias en las muy lindas salas que allí hay, que suelen tener tantos o más asistentes que las de las otras áreas.
Muchas más cosas hay para descubrir, pero hasta aquí llegué. Les dejo a los lectores curiosos que hagan su propio camino y que después, si quieren, les cuenten a los amigos por qué nunca hay que irse de la Feria del Libro de Buenos Aires sin adentrarse en el Pabellón Ocre, al principio o al final de la visita.
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