Recién llegada de Madrid, y a pesar de estar agotada por el vuelo, Almudena Grandes (1960) nos recibe con la mejor predisposición y con su voz aguardentosa ("Me encanta venir a América, Europa me amarga"). Los besos en el pan (Tusquets, 2017) es su nueva novela y allí relata las historias de la gente de su barrio, historias imaginadas sobre realidades concretas. La crisis mundial no es ajena a España, sino que especialmente viene afectando desde 2008 y la autora, desde un activismo de izquierda, no puede escapar y debe relatarlo: "El país entero se está descomponiendo", dirá en algún momento la autora de Las edades de Lulú y El corazón helado. Y esa voz de mujer fuerte se sostiene en cada palabra.
-¿Como se escribe una novela así?
-Yo he podido escribir esta novela porque he sido columnista por muchos años. Los columnistas estamos obligados a relatar la realidad. Los columnistas no informamos porque ya está la noticia previa, no analizamos porque ya hay analistas. ¿Qué hacemos? Pues debemos encontrar un punto de vista, una mirada oblicua, distinta sobre lo que está pasando, conectamos situaciones. En la medida en la que yo he vivido todo este proceso previo a la crisis, veo cómo se ha endurecido la realidad escribiendo dos columnas a la semana, una para el periódico (El País), la otra para la radio (la Cadena Ser), yo acabé teniendo una visión de la crisis. Me di cuenta de dos cosas: una, que no había sido tal, los culpables la llaman crisis pero esto ha sido una guerra. Y otra, que en algún despacho que no sabemos dónde está pero nos lo podemos imaginar, unos señores que no sabemos quiénes son pero nos los podemos imaginar se arman tras el "Joder, qué bien viven los europeos" y esto fue una especie de ofensiva. Las cosas no pasan por casualidad; yo creo que esto ocurrió justo en el momento que tenía que pasar.
-¿Cómo es eso?
-El siglo XX se terminó con que la historia se había muerto. Con Fukuyama. Ya no había izquierda ni derecha, decían, nadie ni nada va a cambiar, decían. El siglo XXI empezó con una campaña de descrédito total, al menos en España, de las agrupaciones sindicalistas. Y la izquierda se suicida, al menos en España, mientras en el resto de Europa, se diluye. En el 2012, 2o13, la gente empieza a decir "Volvamos a las trincheras de nuestros antepasados", ¡pero ya no quedaban trincheras! No había parapeto alguno, ningún lugar donde resguardarse. Fue una guerra cruel porque los dirigentes de mi país colaboraron con el enemigo. En el siglo XIX esto era traición y ahora se llama sentido de la responsabilidad, sentido del Estado, dicen. Esto tenía que contarlo, así que lo novelé y me lo tomé con lo que yo tenía más cerca. Esta es la historia de mi barrio, el bario donde vivo y de las cosa que pasan a mi alrededor.
-Creo que en uno de los libros Svetlana Aléxievich, que si bien son crónicas, se lee que los problemas de hoy son más cotidianos, como pagar las cuentas y así. Antes, en un estado de guerra constante, problema era conseguir el pan.
-Nos preocupamos hoy con las cosas cotidianas cuando antes el problema era conseguirse el pan. Hoy es no llegar a la hipoteca. Por eso le puse el título a la novela. Mis tías abuelas me enseñaron a besar el pan, mis padres ya no lo hacían. Cuando era pequeña creía que era algo folclórico como podía ser el "Quita los pies, que como te los barra, no te casas". Luego, de mayor, entendí que era un gesto más complejo; por un lado, como celebración del alimento que había y que antes no hubo, y un gesto por el bienestar y de dignidad. Por eso ataco desde el título, porque si bien quiero que sea como una novela, pretendo que sea una valoración de la cultura de la pobreza. Que siempre la tuvimos como españoles hasta que a fines del siglo pasado nos dijeron que éramos ricos como el resto de los europeos y perdimos el vínculo con nuestra tradición. Por eso los abuelos son tan importantes en el libro. Para ellos la pobreza no era una cuestión de culpa, ni vergüenza.
-¿Cómo transcurre el proceso de escritura?
-Para escribir suelo partir de imágenes y hay una en particular que me acompañó: una imagen tutelar que recordé de mi infancia, el de las muchachas de servir corriendo porque no tenían abrigo. Antes del cambio climático, los inviernos eran muy duros en Madrid, y estas chicas andaban sin chaqueta y sin medias corriendo de un lado a otro para entrar en calor. Lo que me di cuenta es que esa imagen no era triste porque ellas seguían aspirando a la felicidad. Y comparo esa realidad con la de ahora e imagino a la familia española media donde el niño vuelve de la escuela llorando porque su Iphone 5 ya es viejo y encima heredado del hermano mayor. Hoy el drama es eso, por eso digo que esas muchachas eran felices. Hoy, si no se consume, no se es feliz. Por eso pretendo que se recupere la cultura de la pobreza de nuestros abuelos.
-Siente un compromiso como activista de izquierda.
-Cuando se habla de compromiso siempre se comete un error porque se cree que es una elección, pero yo que soy muy antigua y aunque el marxismo esté pasado de moda (risas), creo que Lukács tenía razón cuando decía que si un libro era político había que defender al autor. Un libro siempre es un producto ideológico. Escribir es contar el mundo. Es un compromiso inherente al autor. A mí no me gusta el intelectual gurú que señala con el dedo qué hay que hacer. Si la sociedad se levanta hacia alguna dirección, yo, que tengo acceso a los medios, tengo que ir detrás de ella. Funciono como portavoz, no señalo con el dedo como en los viejos tiempos podía hacerlo Luis Aragón, o los stalinistas. Claro que la situación es otra.
-¿Qué relación ve entre la política y la literatura?
-Recuerdo que cuando empecé a escribir, Manuel Vázquez Montalbán me dijo que la relación entre los políticos y la literatura era fotogénica: se limitaban a sacase fotos con los escritores pero de escucharlos, ni puto caso. Yo soy activista de la memoria para entender porqué estos fantasmas que creíamos enterrados han resucitado con otras formas: un fascismo 3.0, un racismo 3.0, lo que supone la política de Trump, la nueva misoginia que no es el machismo de antes sino que viene solapada por una máscara progresista. Son nuevas versiones de los enemigos de siempre. El sistema colapsó: hay que refundar el Estado. En España me llamarían exagerada o terrorista. Mucha involución.
— ¿En qué anda en materia literaria?
— Terminé la cuarta de un proyecto de seis entregas, que saldrá en septiembre. Es sobre espías y está basada en un trama real de lo que fue una red de criminales nazis que actuó entre Madrid y Buenos Aires, es mi novela más porteña. Los pacientes del Dr. García tendrá un final muy Buenos Aires, tiene que ver con la caída de Perón. Estoy trabajando en este proyecto, que es muy grande de seis novelas y trata sobre los 25 años de la posguerra, desde la mirada de la resistencia. Porque mis personajes favoritos son los sobrevivientes. Lo más noble es sobrevivir, me gustan más los supervivientes que cualquier otro tipo de héroe. Siempre he escrito sobre eso. Lo hice con los que sobrevivieron a la dictadura y acá también son sobrevivientes de una crisis. La sociedad civil española ha ido mucho más adelante que la sociedad política. Eso quería contar en Los besos en el pan: una novela sobre la resistencia de a pie, de la gente corriente, y que fuera una novela política sin políticos.
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