¿Qué puede un libro? En el mundo hay historias maravillosas donde la literatura aparece como un elemento redentor -Michael Phelps contó que tras leer un libro del pastor pastor Rick Warren decidió no suicidarse- sin embargo el asunto pasa también por lo cotidiano. Abrir puertas, ofrecer perspectivas, ejercitar el pensamiento crítico, salirse de uno mismo. Esperando a Mister Bojangles (que vendió más de 300 mil ejemplares y se tradujo a varias lenguas) es un libro apto para todo público; no sólo en el sentido de su narración generosa y atrapante, sino también porque camina al costado de la razón. "Hola ¿qué tal? Esas son las únicas palabras que sé en español, ¿necesito más?", comienza diciendo Olivier Bourdeaut (1980) cuando aparece en el breakfast del hotel Pulitzer, luego de un cigarrillo matutino. Su look es atípico para la profesión que lo trajo al país: camisa celeste, pulóver azul, jean oscuro. Su pelo está bien cortado, su barba es como la de un mosquetero y sus ojos son verdes. Hay algo muy típicamente francés en su aspecto. Pregunta qué me pareció su libro, sonríe y empezamos a hablar de literatura.
– ¿Cómo llego la literatura a su vida?
– De manera muy natural. Pero al mismo tiempo no tuve mucha elección, por la simple razón de que no tenía tele en casa. Y cuando uno no tiene tele y es niño tiene que elegir entre dos cosas: el aburrimiento, que es excelente para el cerebro de los niños, y la lectura, que es aún mejor. Por ende empecé a leer muy temprano y mucho. Así es como llegó.
– ¿Y la escritura?
– En realidad las pocas veces que escribía siendo niño o adolescente era la actividad que la gente tenía la amabilidad de halagarme.
– ¿Qué le llevó a escribir una historia como la de Esperando a Mister Bojangles?
– En un primer momento tenía ganas de hacer lo contrario a mi primera novela (que permanece guardada en un cajón y nunca se publicó, aclara Bourdeaut), que era muy sombría, cínica, violenta y muy larga. Y en este caso quise escribir un texto corto. Quería hacer algo luminoso, y en lugar de hacer algo cínico tenía ganas de darle un matiz irónico, tiernamente irónico. Ese es el único punto de partida de esta novela: probarme que era capaz de hacer lo contrario a la anterior, y en ese momento tenía ganas de escribir algo en ese tono. Necesitaba en mi vida físicamente tener una ventana abierta sobre un rayo de sol. Fui a escribir esta novela a España, así que tenía la luz en mi ventana e intenté introducirla en el texto y entonces apareció la luz en mi estado de ánimo.
– Una posible lectura es la crítica irónica a la libertad, ¿lo ve así?
– La fantasía es el primer paso hacia a la libertad. Es el paso que damos al costado para salir de la norma. El problema de mi protagonista es que hace varios pasos al costado y la fantasía a menudo es el primer paso hacia una ligera locura.
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Un padre fabulador, una madre delirante, un niño astuto y una grulla como mascota. La familia que protagoniza Esperando a Mister Bojangles decide, casi sin meditarlo demasiado, ir en contra de las convenciones más racionales de la biopolítica mundial. Sacan a su hijo de la escuela, se vuelven autodidactas, viven de fiesta en fiesta, se dedican a ser felices. Con una prosa vistosa pero sin ambiciones eruditas, Bourdeaut narra de una manera tierna, infantil pero con mucha ironía. Las dos grandes influencias -cuenta su autor- son Desayuno en Tiffany's de Truman Capote, y la vida de Francis Scott Fitzgerald. Hay, además, una suerte de reivindicación del amor romántico y del amor familiar. También una serie de críticas sociales, imperceptibles, que se deslizan como por debajo de una puerta cerrada con doble vuelta.
– ¿Hay elementos autobiográficos en su novela? Se lo pregunto porque justamente hoy se escribe mucha de la llamada literatura del yo…
– Sí, demasiada. En el caso de mi libro no, sólo hay migajas de autobiografía. El niño no tiene televisión en su casa y no entiende nada en la escuela. Ese era mi caso.
– Y también hay una crítica, siempre en el sentido irónico, a la escuela.
– Sí, pero no es una crítica militante. Hablo únicamente de Francia: el nivel ha bajado considerablemente. Hay grandes problemas con la educación. Cada año se hace un test, se da un dictado a alumnos. La primera vez que se dio ese dictado fue en los años 60 a niños de 12 años. No tenían faltas de ortografía y estaban muy bien escritos. Ahora los chicos de 18 años tienen unas 20 faltas y están muy mal escritos. Hay un problema. No creo que los niños de hoy sean más estúpidos que los de antes, así que el tema es el modo en el que se aprenden las cosas. Esa es mi opinión. Y en cuanto a mi experiencia personal, salí de la escuela sin diploma, me echaron de cuatro establecimientos distintos. Inventaron los consejos de disciplina, los consejos de trabajo y pasé un mal momento. Hay profesores que después vinieron a verme. Hay uno del cual no me acordaba para nada, que en un anfiteatro se puso a hablar ante 250 personas en mi ciudad natal y dijo que en los consejos de clase se decía que Olivier era lindo pero un poco estúpido. Cuando uno piensa que hay profesores reunidos para decir que un alumno es lindo y estúpido creo que hay un problema. Y después, una de las maestras que decía esas cosas se quiso tomar una selfie conmigo. Mi vida es una broma (lo dice en español y entre risas).
– En un escenario tan oscuro como el de Francia, donde frente a los atentados aparece una derecha xenófoba, esta novela tan luminosa parece una anomalía, ¿no le parece?
– Creo que esa es una de las razones del éxito. Yo necesitaba personalmente de optimismo, y mi sentimiento se reunió con el sentimiento de los franceses. Los lectores franceses necesitaban un poco de optimismo y yo también.
– ¿Cómo ve la situación de hoy en Francia?
– Desesperante. Tengo una opinión al respecto pero no quiero hablar de política. Me parece que los resultados son desesperantes como en todo el mundo.
– Es la primera vez que viene a la Argentina, ¿no? ¿Qué le pareció?
– Sí, la primera vez. Es la ciudad más grande que he visitado en mi vida, es gigantesca, los espacios son vertiginosos. Tengo la impresión de ser un pedacito de polvo. Estuve ayer en San Telmo, me pareció encantador. Estuve en el mercado, me encantó. La población me parece sumamente abierta y bien predispuesta. En mi grupo de amigos todos queríamos venir a Argentina. Forma parte de los países que nos atraían. En la gente, por lo menos alrededor de mí, tenemos una muy buena imagen de Argentina. El nombre Argentina nos parece muy poético, porque significa dinero y plata, el metal. Es una palabra muy linda y descubrí últimamente que es una palabra del vocabulario francés antiguo. Lo descubrí leyendo Lolita, de Nabokov, que habla de los ojos argentinos, como una tonalidad, así que esa palabra va a estar en mi próxima novela. Yo creo que hay palabras mágicas. No es el aspecto de dinero, es por el lado del color.
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Toda esa locura extasiada, toda esa carrera hacia la felicidad de una familia que decide vivir la vida sin ataduras de repente estalla. La locura de la mujer comienza a trastabillar, a volverse incontrolable. Entonces la trama gira hacia el sostén de una situación dolorosa. "Como todo lo que se hace de corazón, era soportable" se lee. Hay algo divertido en este escritor de 36 años y entonces uno tiende a unir obra y autor, porque también posee una mirada melancólica y explica, así parece resultarle, cómo sale de cada enredo con humor. "Trabajé en el sector inmobiliario. Era muy malo", comenta en su francés hipnótico para luego, en español, decir: "¡Una mierda!"
– Sabemos que tuvo muchos trabajos antes de ser escritor, ¿no es cierto?
– Tenía que vender departamentos y no vendía ninguno. Eso duró diez años. ¡Bastante! Y luego cuando decidí dedicar algunos años a la escritura porque quería perseverar pensé que iba a alternar entre trabajitos y la escritura, y fui factótum, un hombre multiuso. Respondí a ese anuncio porque me gusta mucho esa palabra. Las palabras, muy importantes (vuelve a pronunciar un español torpe y divertido). Y lo hice, me tomaron para ese trabajo: cuidaba de noche a una mujer muy rica que estaba perdiendo la cabeza. Recogí sal en las salinas (hace un gesto con su mano, como si escarbara con una cuchara). Cuando era más joven vaciaba los tachos de basura y limpiaba escaleras de edificio. El oficio más absurdo que hice en mi vida fue abrir canillas.
– ¿Cómo es eso?
– Era en un hospital y había arena en los depósitos, entonces tenía que abrir las canillas en los cuartos para que la arena cayera y luego cerrarlas. ¡Quince días, loco trabajo (otra vez en español)! Yo soy disléxico así que no tengo ningún sentido de la orientación, y todos los pasillos eran del mismo color, todas las habitaciones eran iguales, entonces daba vueltas, abría las canillas y cuando salía no me daba cuenta de si había hecho ya ese piso o no. Avanzaba de costado para saber si ya había abierto esas canillas.
– ¿Cómo se imagina desarrollando el oficio de escritor? ¿Escribiendo mucho, viajando por países, firmando libros?
– Lo espero con todo mi corazón. Con el éxito de este libro tengo la suerte de una libertad editorial y una libertad financiera así que espero realmente seguir escribiendo mucho tiempo más. Pero no tengo ganas de escribir un libro por año o cada dos años, no tengo ganas de ser regular. Quiero escribir cuando me guste, cuando tenga una historia y terminar un texto y poder entregarlo. Tengo ganas de escribir pero no tengo ganas de hacer carrera.
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