El autor de "La niña que miraba los trenes partir" cuenta el origen ¿casual? de este libro reciente, basado en una historia real de la Segunda Guerra
Para mí, cada novela es un apasionante viaje que dura varios años.
Éste comenzó al atardecer de un día cualquiera, con una charla casual en casa de una amiga que conocía desde hacía veinte años. O mejor dicho: creía que la conocía.
Fui el primero en llegar al cóctel. Mientras esperábamos a los demás invitados, Charlotte -la dueña de casa- y yo conversamos acerca del tiempo y sobre la hermosa vista desde la ventana de su departamento (todas esas cosas trascendentes que nos gusta comentar a los uruguayos…). De repente, a boca de jarro, le pregunté (¿por qué se me ocurrió hacerlo?, ¡vaya uno a saber!):
-¿Y tú dónde pasaste la guerra?
-Bueno… -Charlotte dudó, demoró en contestar, sin duda la tomé por sorpresa-. Yo soy de Lieja. Tenía ocho años cuando los nazis invadieron Bélgica. Mi padre consiguió papeles falsos, es probable que con la Resistencia Francesa, y nos escondimos. Y así pasamos, huyendo de un lado a otro, siempre escondidos, durante cuatro años.
-Pero escondidos, ¿dónde?
-Y, por ejemplo, en Lyon estuve casi un año viviendo adentro de un ropero.
Me sacudí. Sentí el impacto, se me puso la piel de gallina. Entonces sonó el timbre, arribaron los demás invitados, y el hechizo se desvaneció en un segundo.
Pero ya era tarde.
A los pocos días llamé a Charlotte: quería saber más. No solo eso, quería escribir la historia. Pero se negó. De esa historia había hablado muy poco con su esposo, y casi nada con su hijo y sus nietos. ¿Cómo es que ahora le iba a contar la historia a todo el mundo?
Dudó tres meses. Hasta que un día vi en el captor del celular su nombre. Era para darme el sí. Una tarde luminosa. A partir de ese día, durante dos años nos reunimos una vez cada mes. Mientras tanto, yo hurgué en bibliotecas y archivos, viajé a los sitios donde sucedieron la mayor parte de los hechos, y descubrí a otros impensados y cautivantes protagonistas.
Así, el devenir de esa niña de ocho años en medio de la devastación y los horrores de la guerra se convirtió en la columna vertebral de historias que se entrecruzan y que nos permiten ver –a través de los ojos de los protagonistas- la pavorosa realidad del conflicto bélico y el Holocausto.
Alter, su tío, obligado a desempeñar funciones en uno de los guetos donde Hitler ordenó confinar a los judíos –incluidos los padres del muchacho-, quien debe afrontar una extrema disyuntiva ética.
Dimitri Amilakvari, militar francés de origen georgiano, que desembarca en el norte de África al frente de la mítica Legión Extranjera, para enfrentar al mariscal alemán Rommel y su temido Afrika Korps. Domingo López Delgado, un soldado uruguayo, que se enrola como voluntario en las fuerzas de la Francia Libre y es destinado a la Legión Extranjera en Bir Hakeim, África del Norte, donde participa a las órdenes de Amilakvari en un combate legendario. En definitiva, historias de vida que se entrelazan y nos transportan a ese tiempo.
Así nació y cobró vida La niña que miraba los trenes partir, este relato inspirado en hechos reales, como advierto al comienzo del libro. Una novela que significó un antes y un después en mi vida. Todos conocemos –en mayor o menor medida- los grandes temas de la Segunda Guerra y sus personajes más notorios. Pero no conocemos los detalles. Y mucho menos en primera persona. En los detalles se esconde el diablo, dice un viejo refrán. Pero también es posible encontrar a Dios, completó Mies van der Rohe, también él un perseguido por el nazismo. Un solo ejemplo: al no tener juguetes ni libros para leer, la mamá de Charlotte le hace pequeños juegos con volantes recogidos en la calle y que –precisamente- exhortan a denunciar a los judíos escondidos. ¿Quién podría imaginar semejante ironía? De algún modo, el bien que logra derrotar al mal, aun en las circunstancias más adversas.
Marcos Aguinis, uno de los primeros lectores del manuscrito, me regaló una frase, que ha seguido al libro en sus andanzas: obra conmovedora, llena de luz. Es esa luz –la luz del amor que enfrenta al odio y que, desde el pasado, nos ilumina el presente-, que me ha acompañado desde que descubrí esta historia. Es lo que espero que también le suceda al lector.
*Ruperto Long es un político, escritor e ingeniero uruguayo, Ministro del Tribunal de Cuentas y un gestor de proyectos culturales
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