Las chicas estaban nerviosas, estaban expectantes también: no es cosa de todos los días poder estar cerca de un autor al que uno acaba de leer. Menos usual es tener la posibilidad de entrevistarlo, pero todo eso estaba por ocurrir en la Librería del Fondo de la calle Costa Rica, en el marco de una de las primeras actividades del año del FILBA. Ocurre que las chicas -mujeres grandes que se reúnen desde hace dos años el primer lunes de cada mes para compartir experiencias de lectura- fueron seleccionadas para iniciar el ciclo de encuentro entre Clubes de lectura y escritores que organiza el festival. Y ahí estaban, apurando su café sobre el final de la tarde cuando llegó Pedro Mairal (1970), dispuesto a hablar con ellas sobre su novela Salvatierra, recientemente reeditada, pero también sobre La uruguaya, en ambos casos libros que las "entrevistadoras" leyeron.
Sentadas en círculo alrededor del autor, durante una hora y media Mairal (autor de Una noche con Sabrina Love, El año del desierto y El gran surubí, entre otros libros) les respondió con humor, respeto y una gran capacidad reflexiva a preguntas de todo tipo, algunas más ligadas a cuestiones técnicas de las novelas, otras vinculadas a su carrera como escritor y otras relacionadas con su biografía. Lejos de toda arrogancia, Mairal contestó cada una de las preguntas e inquietudes con el mismo interés e idéntico rigor: quedó claro que para él no existen las preguntas menores y sobre el final agradeció el interés por sus novelas, en un ida y vuelta extraordinario entre la tarea del narrador y la de sus lectores. Contó también que sus comienzos con la experiencia literaria fueron a través de canciones que componía, un oficio que abandonó pero que sin embargo, en estos días, mientras prepara junto con Hernán Casciari el guión cinematográfico de La uruguaya, eligió retomar. Con absoluto pudor contó que, incluso, está grabando por primera vez sus canciones. La intimidad y lo personal estuvieron presentes durante toda la charla. Aquí van algunos de los tramos de esta entrevista particular e intensa.
"Siempre me acuerdo de que mi mamá tenía la foto de Camus en la mesa de luz. Estaba enamorada de Camus, un Camus imaginado por ella desde el mayo del 68, un Camus existencialista… un Camus muy diferente al mío. Quiero decir: uno inventa al autor, hay un costado chusma de uno como lector que me parece válido, uno quiere saber. Uno lee un libro y se dice "esto le habrá pasado", "esto no"; sabés cosas de su biografía o proyectás cosas tuyas. Por eso mi espero que mi presencia acá no les arruine el Pedro Mairal que se imaginaban", dijo entre risas.
"Una psicopateada que le hice a mis viejos fue cuando se destapó la olla de que yo no estaba yendo a la facultad a estudiar medicina, una mentira que duró bastante hasta que estalló. Yo quería estudiar Letras pero imaginaba que en casa (padre abogado de empresas, hermana abogada, madre que estudiaba Arquitectura) no me iban a dejar. No había en mi familia un modelo de artista, había cosas que se dejaban para el hobby, uno de mis abuelos pintaba, pero pintaba solo los domingos. La cosa estaba mal, hasta preparé todo para irme, pero luego me quedé de polizón en mi propia casa. Y justo era la época de La sociedad de los poetas muertos, donde ese chico se suicida porque no lo dejan estudiar lo que quería. Y les dije a mis padres: para mí es muy importante que vayan a ver esa película. Y me los acuerdo todavía en la puerta del cuarto, mamá con la carterita acá (risas) y diciendo: vos tenés que estudiar lo que vos quieras. Fue una psicopateada, sí, pero funcionó bien."
"En La uruguaya hay muchas cosas mías, eso ya lo dije. Pero subrayar esas cosas que me pasaron con resaltador fosforescente sería como matar el libro. Usé muchas cosas personales pero por lo que vi después como reacción en los lectores es que son cosas que nos pasan a todos. La convivencia es difícil, tóxica y provoca ganas de rajar, ¿no? Mi novela es eso"
"Salvatierra también tiene un montón de cosas que conozco y quiero. Entre Ríos es una especie de segunda patria; empecé a ir a los 9 o 10 años, yo era como un chico de departamento y mi viejo compró con un socio un campo que nunca fue negocio, en realidad, un campo cuya mitad se inunda cuando crece el río Gualeguay, pero mi vieja se enamoró de ese lugar y me llevaba a mí. El paisaje entrerriano no es espectacular, no son las cataratas ni los glaciares del sur; es una belleza humilde, con rincones, como se ve en la poesía de Juan L. Ortiz. Yo paso del colegio inglés y del departamento a ese lugar, me empiezo a enamorar del lugar, iba de diciembre a marzo, a veces me quedaba solo con los empleados de ahí. Me empecé a vincular con los ciclos de muerte y nacimiento de la naturaleza. En la ciudad solo se mueren las mascotas y las personas. Ahí empecé a relacionarme con el paisaje, con los caballos, aprendí a pescar. El río ese es un río que parece tranquilo pero si te ponés a nadar contra la corriente…es un río de velocidades muy lentas pero implacables, te podés ahogar. Todo eso es muy fuerte para mí y está todo en la novela. Como dice Juan L.. "me atravesaba un río". Es un paisaje estilo Faulkner en Las palmeras salvajes."
"Mucho de todo eso usé en Salvatierra. Un poco lo que viví, un poco lo que me contaron, con todo eso uno hace un Frankenstein".
"La literatura todo el tiempo está saliéndose de la literatura en sí, de lo culturoso, yendo muchas veces hacia temas íntimos, problemáticas personales; el arte es así, todo el tiempo te está interpelando".
"La palabra comenzó a ser una especie de casa para mí, un lugar donde pude empezar a ser. La literatura me fue como moldeando pero no como un corsé, era un lugar donde yo podía ejercer distintas voces".
"Los cambios en mi prosa tienen una explicación. Durante diez años ensayé cosas distintas, como escribir en blogs. Me resultaba atractivo como la gente en internet bajaba un cambio con la pretensión literaria, escribían episodios cotidianos que ganaban en naturalidad, con un lenguaje más cercano al habla. Eso lo ensayé, busqué ese tono, incluso ahí en el blog yo escribía como mujer, era una participante de mi blog y me escribían los tipos, me querían conocer, nadie sabía que era yo. Eso fue ensayar voces y este tono más inmediato sin abandonar el tono lírico, coloquial pero con precisión verbal, sin vulgarizar el lenguaje pero buscando la fuerza del lenguaje hablado. Traté muy concientemente de lograr un lenguaje más vivo, las columnas en Perfil me dieron entrenamiento para el tono confesional, una especie de antihéroe y observador de los pensamientos de época. En La uruguaya hay mucho de eso, confluyeron esos tonos, ahí hay pequeños ensayitos que surgieron con las columnas".
Sobre el final, la noche, que sacude desde la plaza ubicada frente a la librería. Una despedida cálida con el autor y, ya afuera, los comentarios de las lectoras-entrevistadoras: pese a los temores iniciales de Mairal, no hubo decepción de ningún tipo y la charla fue una experiencia generosa, riquísima. Una postal para recordar.
LEA MÁS:
___________
Vea más notas de Cultura