Piazzolla: el artista cachorro que buscaba impresionar a las leyendas

Resistido por los tangueros ortodoxos, Piazzolla se hizo un lugar a fuerza de talento y creatividad. “En Argentina todo se puede cambiar menos el tango”, decía

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Con Aníbal Troilo, Pichuco, maestro
Con Aníbal Troilo, Pichuco, maestro y mentor

Como sabemos, Carlos Gardel murió en un accidente aéreo el 24 de junio de 1935. Lo que no es tan conocido es que en ese avión también tendría que haber viajado Ástor Piazzolla: el mundo habría sido un poco más triste y "Balada para un loco", "Adiós Nonino", "Libertango" se habrían perdido irremediablemente. Se habían conocido un año antes en Nueva York: los Piazzolla vivían en Manhattan cuando Gardel viajó para dar recitales en la NBC y filmar Cuesta abajo, El tango en Broadway y El día que me quieras —en esta última, Piazzolla, a pedido de Gardel, hace de canillita. Cuentan que cuando Gardel lo escuchó tocar el bandoneón le dijo "El fuelle lo tocás bárbaro, pero al tango lo tocás como un gallego". Así y todo, lo invitó a participar en su gira. Pero don Vicente, su padre, no lo dejó: el chico tenía sólo 13 años.

Cinco años después, ya en Buenos Aires, Ástor tendría la oportunidad de probarse en una gran orquesta: nada menos que en la de Aníbal Troilo. Pichuco tocaba en un café de Corrientes y Suipacha. Piazzolla lo iba a ver todas las tardes y, con un oído prodigioso y un ímpetu genial, en poco tiempo se aprendió todo el repertorio de memoria. Troilo no lo quería en el escenario porque consideraba que era muy chico, pero un día faltó uno de los bandoneonistas y, ante el apuro, le ofreció reemplazarlo. Piazzolla fue corriendo a su casa a buscar el bandoneón y brilló como nunca. "Pibe", le dijo Troilo cuando terminaron, "nosotros tocamos con pilcha azul". Había sido aceptado como miembro.

(Recuerdo los domingos en casa de mi abuela. Papá ponía los cassettes mientras se hacía el asado: Angelito Vargas, Edmundo Rivero, Roberto Goyeneche. A veces yo colaba algún disco de Piazzolla —mi preferido era El exilio de Gardel—, pero duraba muy poco: "¿Qué pusiste, Pink Floyd?", me decía mi viejo. "Sacá eso").

Ástor Piazzolla fue muy resistido entre los tangueros ortodoxos, pero, como señalan Diego Fischerman y Abel Gilbert en Piazzolla. El mal entendido (Edhasa), no siempre fue así. En sus comienzos era una figura muy respetada. Y no sólo por Gardel y Troilo: la orquesta de Osvaldo Pugliese, por ejemplo, tocaba sus arreglos. "Piazzolla era un músico requerido", explicaba Fischerman. "Original, por supuesto, incluso ya en esos primeros años, pero no un iconoclasta".

Con la orquesta de Troilo.
Con la orquesta de Troilo. Piazzolla es el segundo, desde la derecha.

Entonces comenzó a experimentar con otros géneros, levantaba puentes con la música clásica y el jazz — más tarde con la electrónica— y, de repente, se convirtió en el loco, en el enemigo. En una entrevista de 1984 para Televisa, Piazzolla decía que el problema era "que en Argentina todo se puede cambiar menos el tango. El día que se me ocurrió cambiar fue una especie de revolución. El tango es considerado casi una religión, es como una secta". Piazzolla era un tanguero distinto. Tenía una concepción universal de la música. Por eso era capaz de comparar a Osvaldo Pugliese con Count Basie y a sí mismo con Miles Davis.

Hoy en día hay casi 200 versiones registradas de Adiós, Nonino. En Spotify la lista de intérpretes de Piazzolla es inagotable: desde Al Di Meola hasta Yo-Yo Ma, pasando por Tomatito, Cacho Tirao, Grace Jones, Gotán Project, muchísimas filarmónicas.

Todo eso ya estaba, sin dudas, en el artista cachorro que trataba de impresionar a las leyendas. Piazzolla escribía arreglos para tocar con Troilo y Troilo se los borraba: "Estos firuletes no van", le decía, "la gente quiere bailar". En esas tachaduras está puesta en tensión toda la historia del tango.

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