En los recientes Premios Oscar se premió a "O.J.: Made in America", un notable documental sobre el juicio a O.J. Simpson, una polémica circunstancia que marcó hondamente a la sociedad norteamericana y que a lo largo de los años transcurridos ha dado y sigue dando tema a denuncias y cuestionamientos, pero también a programas televisivos o radiales, canciones y hasta monólogos de stand up, que suelen enfocarlo desde un punto de vista satírico que toma en solfa un dictamen -el de su inocencia- que a todas luces pareció errado.
Había visto salteados algunos capítulos de la premiada "American Crime Story", basada en el libro "The Run of His Life: The people vs. O.J. Simpson" de Jeffrey Toobin, estrenada en USA en febrero del año pasado. Pero ahora, gracias a las vacaciones y a Netflix, pude ver completa esta serie que ficcionaliza el juicio a O.J. Simpson, aquel que dejó a la mayoría de la población mundial (porque fue seguido con avidez en todo el mundo, también en Argentina) con la convicción de que se había declarado inocente a un evidente culpable del asesinato de su esposa Nicole y de su posible amante Ron.
Enriquecida por grandes actuaciones, es apasionante ver como el "dream team" (así se lo llamó) de abogados carísimos y avezados contratados por O.J., aprovechando los intersticios de una Justicia permeable a la fama, a la riqueza, a las influencias, a la opinión pública, logró torcer un juicio en que las evidencias condenaban aparentemente sin escape al reo (Cuba Gooding Jr.) que derivó en un debate sobre la segregación racial y el maltrato policial a los afroamericanos por parte de la policía norteamericana, en especial la de Los Ángeles.
Sus hábiles defensores lograron que O.J. se transformase en un símbolo del "negro" víctima de conspiraciones urdidas para castigarlo por el color de su piel. Aunque, a pesar de la fortuna y el poder ganados como rutilante figura del fútbol americano, con una fama sólo comparable a la de Jim Brown, nunca hubiera demostrado algún interés en defender o apoyar a ese sector de la población norteamericana. Por el contrario vivía en Brentwood, un barrio de blancos ricos y se había casado con una blanca, jugaba al golf con blancos y hasta su mejor amigo era un blanco (interpretado por David Schwimmer, tan mal actor como en "Friends")
La serie es muy aleccionadora en momentos en que en nuestra Argentina se han desatado juicios de muy distinta índole y en que el funcionamiento de la Justicia está a la vista suspicaz de todos. Así es notable la astucia del jefe de los defensores Johnny Cochran (Coutney Vance), quien logra que la mayoría del jurado esté compuesta por afroamericanos, aprovechando que un error de la fiscalía, sin anticipar había dónde derivaría la marcha del juicio, aceptó que éste se desarrollara en Los Ángeles, ciudad con una elevada población afroamericana.
En la serie no aparece el tema corrupción -quizás por prevención de consecuencias legales para la productora-, aunque en su momento fue muy comentada la posibilidad de soborno de algunos de los jurados. Se evidencian muy visibles los flancos del sistema por jurados, muy promocionado hoy entre nosotros. Por ejemplo, la ingenuidad de suponer que éstos se mantendrán aislados e incontaminados durante la marcha del juicio.
Pero algo que grita su ausencia en el juicio real y también en la serie ajustada a una irreprochable fidelidad histórica es la no utilización del argumento del femicidio por parte de la acusación, ya que el crimen a interminables cuchillazos fue la consecuencia de una larga y violenta serie de agresiones de O. J. hacia Nicole Brown, quien inútilmente hizo varias denuncias ante la policía por malos tratos. Prueba, no solo de otro error de la bienintencionada y desamparada fiscal Marcia Clark (Sarah Paulson, magnífica), sino que dicho argumento no estaba en el aire de entonces, señal también de cómo ha avanzado en los últimos años, en algunos países como la Argentina, la conciencia del horrible delito que el femicidio significa gracias a movilizaciones como las de "Ni una menos", que han logrado cambiar el código penal, aunque todavía resta conseguir su estrica aplicación y cumplimiento.
¿Qué hubiera pasado si en un juicio tan emocional como aquel, en el que el tema de la discriminación racial, aunque astutamente traído de los pelos, primó sobre la contundencia de las evidencias, se hubiera contrapuesto otro argumento tanto o más emocional, en este caso incontrovertible, de la violencia doméstica y el femicidio? ¿Las afroamericanas que integraron el jurado y que votaron todas ellas por la inocencia hubieran vacilado o cambiado su voto? ¿Las manifestaciones callejeras en favor del forzado símbolo de los derechos de los afroamericanos hubieran tenido lugar si pasaba a primer plano la certeza de haber degollado O.J. a su esposa por celos?
Cae en el campo de la psicología la circunstancia de que pocos años después O.J. Simpson fuese condenado por otro delito, secuestro y robo, a treinta y tres años de prisión, como si su conciencia no hubiera tenido un "dream team" d abogados inescrupulosos para oponerse.