"Quisiera ser claro: la luz mala es un hombre, tiene cara y cuerpo de hombre. Tiene ojos, manos y piernas. Viste mal, su ropa es vieja y mugrienta. También usa una barba sucia y larga, una barba de pordiosero. La luz mala parece un linyera. Es un hombre. Pero no es un hombre. Si ustedes no ven la luz mala, es difícil de explicar. Uno simplemente sabe que está frente a la luz mala, y es frustrante y triste que los demás no puedan sentirlo. Por eso es que sufro tanto". Así narra el protagonista del cuento "Toda la luz mala", que abre el volumen de relatos de Mariano Quirós La luz mala dentro de mí, publicado por Factotum Ediciones y que recibió el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes con un jurado integrado por Fernanda García Lao, Félix Bruzzone y Elvio Gandolfo.
Los nueve cuentos que componen el libro de Mariano Quirós están cruzados por el mundo familiar, la mitología del nordeste argentino y, como dice el autor, la mirada urbana sobre los pequeños pueblos del interior de Chaco. El autor toma herramientas de diversos géneros para componer una voz propia con la que pinta escenarios y construye personajes complejos. En estas páginas el lector deambulará por el monte chaqueño, asistirá a una casa de tapires, se conmoverá con un par de hermanos alucinados por la literatura, se acercará al relato fantástico con una familia de lobizones enfrentados a la ciudad o se estremecerá con la mirada de un niño en una pelea de boxeo.
Quirós es chaqueño, nació en Resistencia en 1979 y desde hace poco más de un año es un nuevo vecino del porteño barrio de Parque Chas. A pesar de su juventud, ya tiene una trayectoria literaria que está respaldada en premios: Premio Bienal CFI, Festival Iberoamericano de Nueva Narrativa y Festival Azabache en la Semana Negra de Gijón, son algunos de los reconocimientos que recibieron sus libros. "Son importantes los premios en tanto y en cuanto a mí me sirvieron para ir publicando cada cosa que escribía. Por ahí uno es prejuicioso con los premios, le tiene cierta idea e incluso cierta reticencia, pero yo no me puedo quejar, tuve suerte en varios premios. Estoy contentísimo y agradecido más que nada", dice el autor en el estudio de Infobae.
—Quizás esa es la principal función de los premios: que ayuden a la publicación en una industria que se presenta cada vez más concentrada…
—Y a la vez, aunque sea en un porcentaje minúsculo, te da la sensación de que un premio te sirve para tener algún lector, como que puede haber algún lector que se interese en lo que uno escribe a partir de que le resulte atractivo un premio. Después uno se da cuenta de que no sirve para tanto, pero en el momento esa sensación no te la quita nadie. Sí, es una preciosura ganar un premio. En un momento se volvió una cosa obsesiva lo de los premios y el hecho de participar y de ver las bases de un concurso era algo que hasta me divertía, y me daba un espacio de descanso en la escritura. En un momento era algo divertido.
—Este libro en particular, más allá de haber sido premiado por el Fondo Nacional de las Artes, tuvo un jurado de lujo compuesto por tres de los grandes escritores argentinos provenientes de diferentes generaciones y estéticas: Elvio Gandolfo, Félix Bruzzone y Fernanda García Lao.
—Y de distintas miradas; los tenía leídos a los tres y los tres a su manera me habían cautivado. Elvio Gandolfo es como un referente que a mí me gustaba mucho por eso que tiene algo medio retorcido y a la vez tierno, que va entre una cosa melancólica y tierna junto con un desparpajo, como un tipo al que le interesa mucho la literatura y vive a través de la literatura. Siempre me gustó la obra de él. Después, el cimbronazo que significó Félix Bruzzone en su momento y tanto él como Fernanda García Lao son escritores que yo admiro. Que hayan leído el libro, que lo hayan elegido y que lo hayan debatido me llena de alegría.
Meterme en el Chaco con mirada urbana era lo que me interesaba
—Bruzzone dijo de su libro que es como una máquina demoledora y es atractiva esa definición, porque los cuentos tienen una potencia inusual en forma individual y que en su conjunto forman una unidad que, como él dice, construye un "universo propio".
—Una de las cuestiones que me interesaba, además de incluir cierta temática familiar que uniera los cuentos, era que tenía mucho interés en ubicarlos en el Chaco y en un paisaje del Chaco con el cual yo no estoy muy familiarizado, que es el del interior del Chaco. Tengo una mirada más urbana, incluso hasta porteña, porque eso es Resistencia en relación con el resto del Chaco. Involucrarme en el interior de Chaco, en ese paisaje que es, tal vez, menos amistoso, ya sea climáticamente e incluso a la vista, porque no es una provincia para cualquiera, no es país para débiles, diría Cormac McCarthy. Meterme en el Chaco con mirada urbana era lo que me interesaba, incluso sin haberme metido del todo en el Chaco, sino hacerlo con una mirada que ese paisaje se le fuera revelando al personaje de cada cuento.
—Es que sus cuentos tienen dos geografías: las del monte del interior del Chaco y las de las dos grandes ciudades, Resistencia y Corrientes.
—Sí, y usarlas a las dos como territorios y espacios de encontronazos.
—¿Encontronazos violentos?
—Tiene que ver también con las características de ciertos narradores de los cuentos que tienen en una mirada en apariencia candorosa, tal vez ingenua, y que llegan a un lugar, sea la ciudad o un pueblo, con una mirada muy armada, y eso les va provocando encontronazos y más bien sopapeándose con la realidad o de un lugar o del otro. Como esa mirada del viajero que viene con alguna novedad y de repente se encuentra con que la novedad está en el otro lado donde él cree.
—Eso también ocurre en los micromundos que narra dentro de esas geografías, como un partido de fútbol o una pelea de box, en ambos casos contados por chicos. ¿Ahí también hay choque?
—Es esa mirada de la infancia, de la niñez, esa mirada candorosa a la que de pronto se le va revelando un tipo de violencia que, en el caso del boxeo, está más bien explícita, pero en realidad la violencia que percibe el personaje es la violencia de las gradas, del mundo alrededor. La violencia no está en el ring, sino más bien en lo que te da lástima, que son esos dos boxeadores que el chico confunde con un superhéroe.
—Uno de los elementos con los que trabajó son los mitos de su zona: la luz mala, el pombero, el lobizón. ¿Por qué tomó ese aspecto?
—No sé bien por qué. Lo de la luz mala a mí me lo contó varias veces un escritor chaqueño que se llamaba Miguel Ángel Moreira. Una vez me contó su encuentro con la luz mala; él era maestro rural y se topó con la luz mala yendo de su casa a la escuela. Uno cree o no cree, pero mientras él me lo contaba, a mí me erizó los pelos de los brazos y sentía la presencia de la luz mala en el relato. Lo que importa es el sentimiento que te provoca. Me dejó tan impactado y, por otra parte, no entendía que no escribiera su encuentro con la luz mala, y se me ocurrió a mí narrar un posible encuentro con una luz mala y pensar qué puede ser.
—Y también narró a una familia de lobizones y en primera persona.
—Otra manera de retorcer el mito del lobizón, eso sí que no me lo contó nunca nadie, simplemente fue una idea que se me ocurrió y que se me ocurría que tenía múltiples lecturas. Una familia de lobizones que se va a la ciudad después de vivir entre criaturas del monte y se encuentra con una ciudad hostil y violenta para un lobizón de un monte agradable y armonioso y, por eso mismo, mentiroso.
Tengo una familia que permanentemente te está ofreciendo historias para contar
—¿Por qué decidió que el hilo que hilvana todos los cuentos fuera el mundo familiar?
—La familia es un territorio literario de por sí. A mí se me hace difícil salirme del ámbito familiar para narrar una historia, además yo mismo tengo una familia que permanentemente te está ofreciendo historias para contar que uno después las va deformando, las va extralimitando. Hay muchos autores que dicen que lo peor que uno puede hacer es empezar a escribir a partir de la familia; a mí me parece al revés: uno empieza a escribir desde adentro hacia afuera, por eso también se ve mucho en el libro el hecho de que los personajes salen de la familia y a la vez salen del territorio geográfico, entonces todo el tiempo estás en permanente conflicto.
—¿Creció escuchando historias?
—Escuchándolas y viviéndolas, en algún punto. Es una familia, más que de historias intensas, de sentimientos intensos, esa sensibilidad permanente es sólo cuestión de captarla y de narrarla. Me da esa sensación, no lo tengo del todo desarrollado pero si me pongo a pensar, creo que es eso: la idea de toda una familia, que es además de un estallido de tan grande y amplia que es más que historias; tengo la sensación de que cada parte de mi familia tiene mucha sensibilidad a partir de la cual uno le puede deformar la vida como quiera.
—El libro se abre con una hermosa cita de Luciano Lamberti y creo que no es casual que lo haya elegido porque a usted y a él, junto con otros autores, los une el narrar la vida contemporánea desde las provincias. ¿Es así?
—Creo que también tiene que ver con el hecho de…, y esto no lo digo yo sino que lo leí en algún momento de alguien que no recuerdo y con lo que coincido, y es que uno se sitúa en un lugar geográfico, territorial, humano y desde ahí establece relaciones con el resto del mundo. Soy sumamente chaqueño, o resistenciano más que chaqueño, y escribo con una mirada de resistenciano hacia el mundo, o intento meter en Resistencia o en el monte chaqueño todo el escándalo del mundo o leerlo desde ahí y retorcer esa idea vieja del color local, de lo pueblerino.
—Ahí está el mérito de ustedes como generación.
—Creo que, en mi caso y además me resulta atractivo y es lo que disfruto, ver ese contraste, poder meter el mundo descabellado en una ciudad como Resistencia, que es también una ciudad escandalosa y una ciudad en algún punto explosiva, tanto o más que Buenos Aires, porque tiene una condensación de elementos de todo tipo, ya sea en la población como geográficamente, que da la sensación de que es una ciudad en riesgo, por eso es tan linda también.