Íncipit es el nombre en latín (incipio=empezar) de esas primeras palabras o primera frase de un texto y cuya función es seducir al lector, cautivarlo, intrigarlo, interpelarlo, e incluso provocarlo. Es eso que en retórica se llama captatio benevolentiae, un recurso por la cual el orador busca ganarse la atención y la buena predisposición del oyente.
Existen incipit célebres y existe quien los colecciona y clasifica. Pero no existe una única fórmula para captar la atención desde las primeras líneas. Corto o largo, explícito o misterioso, clásico u original, la variedad es inmensa.
Muchas novelas clásicas se abren con una recreación de la tradicional fórmula "había una vez", como Crimen y castigo de Fedor Dostoievski: "Una tarde extremadamente calurosa de principios de julio, un joven salió de la reducida habitación que tenía alquilada en la callejuela de S… y, con paso lento e indeciso, se dirigió al puente K…".
Pero también hay versiones más despojadas: "Era un día luminoso y frío de abril y los relojes daban las trece" (1984, de George Orwell).
Están los de la poesía, que conocemos de memoria, como los primeros Versos sencillos del cubano José Martí (Yo soy un hombre sincero/ de donde crece la palma, / y antes de morirme quiero / echar mis versos del alma) o la primera estrofa del Martín Fierro de José Hernández (Aquí me pongo a cantar / al compás de la vigüela, / que el hombre que lo desvela / una pena extraordinaria….). O los primeros versos de la Divina Comedia de Dante: "En medio del camino de la vida / me encontré en una selva oscura / porque la recta vía había perdido."
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Clásico de clásicos, el primer versículo del Génesis con el que empieza la Biblia y, para muchos, con el que todo empieza: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra…"
En el ranking de la American Book Review el primer puesto entre los cien mejores lo ocupa el "Call me Ishmael" (Llámenme Ismael) de Herman Melville. El escritor chileno Roberto Ampuero explicó una vez los motivos de su preferencia por ese incipit: "Primero, porque es la entrada a Moby Dick, una de mis novelas favoritas. Segundo, porque legitima de golpe el derecho a una narración en primera persona. Tercero, porque incorpora una dosis de ambigüedad e incertidumbre en el lector: la frase no garantiza que Ishmael sea Ishmael. ¿Qué más puedes alcanzar con tres palabras?".
Justamente, es el arte de decir mucho con pocas palabras. Informar, interesar y hasta anunciar el género y el tono de lo que está por venir. Un incipit tan austero y significativo como el de Melville es el "Hoy ha muerto mamá" con el que se abre El Extranjero del francés Albert Camus, premio Nobel de Literatura 1957. Cuatro palabras que nos anuncian el relato en primera persona pero también desde el principio la mirada despojada, distante, con la cual el personaje contempla el mundo -y su absurdo-. Lo que sigue es igualmente escueto: "Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé". Así subraya Camus la condición de ajeno -de "extranjero"- del personaje en relación a acontecimientos de la vida que "normalmente" trastornan a sus congéneres.
En la novela negra, es frecuente que el lector se vea arrojado de lleno al medio de la trama, sin preámbulos, como lo hace uno de los maestros del género, James Hadley Chase, en Con las mujeres nunca se sabe: "La cueva de ratas que me habían alquilado como oficina estaba en el sexto piso de un destartalado edificio ubicado en un extremo de la playa San Luis".
Si el incipit es bueno, con poco nos dirá o insinuará mucho. Como el ya citado de La Condición Humana de André Malraux: "¿Intentaría Chen levantar el mosquitero?" (Quienes la hayan leído sabrán que así se inicia una escena de alta tensión). O el de Las Ruinas Circulares de Borges: "Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche". O el de La Metamorfosis de Kafka: "Esa mañana, después de una noche de sueños intranquilos, Gregorio Samsa comprendió que se había convertido en un enorme insecto".
Todas invitaciones a leer más. Como el de Gabriel García Márquez en sus Cien años de soledad: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo".
La brevedad acentúa la contundencia y si además crea intriga, el objeto estará logrado. Pero el incipit no necesariamente debe ser breve. Pensemos en el memorable y muy original de la novela El señor presidente del guatemalteco Miguel Ángel Asturias: una suerte de conjuro que busca crear clima con la repetición cacofónica de una palabra: "¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre! Como zumbido de oídos persistía el rumor de las campanas a la oración, maldoblestar de la luz en la sombra, de la sombra en la luz. ¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre, sobre la podredumbre! ¡Alumbra, lumbre de alumbre, sobre la podredumbre, Luzbel de piedralumbre! ¡Alumbra, alumbra, lumbre de alumbre…, alumbre…, alumbra…, alumbra, lumbre de alumbre…, alumbre…, alumbra…, alumbra, lumbre de alumbre…, alumbra, alumbre…!"
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Otro íncipit que juega con la sonoridad de las palabras es el de Vladimir Nabokov en Lolita, aunque la traducción traiciona en parte la musicalidad del original: "Lolita, light of my life, fire of my loins. My sin, my soul. Lo-lee-ta: the tip of the tongue taking a trip of three steps down the palate to tap, at three, on the teeth. Lo.Lee. Ta." ("Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta.").
Un comienzo cautivante, infalible sobre todo si se tienen 20 abriles, es el de Paul Nizan en Aden Arabia: "Yo tenía veinte años; no permitiré a nadie decir que es la edad más bella de la vida." Un cross a la mandíbula, diría Roberto Arlt.
También hay incipit de fuerte mensaje, como de Scott Fitzgerald en El gran Gatsby: "En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas. Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien -me dijo- ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas".
Y un ejemplo de síntesis, equilibrio y profundidad: "Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación" (Historia de dos ciudades, de Charles Dickens).
O el de León Tolstoi, en Anna Karenina: "Las familias felices son todas iguales; las infelices lo son cada una a su manera."
"Platero es pequeño, peludo, suave"(de la novela Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez), es un íncipit clásico; y por su sencillez, modelo para el análisis sintáctico.
La inocencia de este comienzo contrasta con la invocación que abre el Facundo de Domingo F. Sarmiento: "¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo!"
Y qué decir del siniestro íncipit del cuento de Horacio Quiroga, El almohadón de plumas: "Su luna de miel fue un largo escalofrío".
No sólo en la novela o el cuento es importante el incipit. También en el ensayo. Como ése de Gilles Deleuze y Félix Guattari en Mil mesetas que tiene reminiscencias bíblicas ("mi nombre es Legión porque somos varios") y que dice así: "El Anti-Edipo lo escribimos a dúo. Como cada uno de nosotros era varios, en total ya éramos muchos". O el del padre de la antropología moderna, Claude Lévy Strauss, que empieza su Tristes Trópicos declarando: "Odio a los viajeros y a los exploradores". O el más célebre aún y mil veces parafraseado del Manifiesto Comunista de Marx y Engels (1848): "Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo".