Aunque admitió haber trabajado para "la Firma", el servicio secreto exterior británico, o MI6, El Intruso. Mi vida en clave de intriga (Penguin Random House, 2016) no es el racconto de su trayectoria como espía, ni siquiera incluye información sobre cómo fue reclutado -sólo hay un relato sucinto de un par de operaciones en las que participó- sino que, aplicando eso que él mismo dice de que "la mejor tapadera es ninguna" sino la verdad, Forsyth se concentra en cómo su deseo de viajar y conocer el mundo despertó en él la vocación por el periodismo de guerra y cómo el aprieto financiero lo llevó a convertirse en escritor.
Pese a haber trabajado para su gobierno, o tal vez por eso mismo, Forsyth no hace en absoluto un panegírico de la política exterior británica. Y, en torno a la sangrienta guerra de Biafra (1967-70), destroza a las autoridades de su país y a la BBC.
Aunque con cierto alarde del hecho de haberse codeado con grandes protagonistas del siglo y haber estado en muchos sitios interesantes en momentos más que interesantes, Forsyth admite que muchas veces lo decisivo en su trayectoria fue la suerte, que en ocasiones lo salvó del peligro y en otras lo encaminó hacia el éxito.
Escrito con la misma agilidad de sus atrapantes novelas, podemos sintetizar en cinco títulos las muchas razones para no perderse este libro.
Testigo de su siglo
Esa vieja inclinación inglesa por viajar -los británicos se superan a sí mismos en el género libro de viajes- está muy presente en Frederick Forsyth y fue la motivación que lo llevó al periodismo y a la corresponsalía en el exterior. Esto lo convirtió en un testigo privilegiado de muchos acontecimientos y etapas de su siglo que inspiraron otras tantas de sus novelas: de la Francia de Charles De Gaulle y la descolonización de Argelia a la Sudáfrica de los tiempos finales del apartheid, pasando por la guerra de Biafra, el Israel post guerra de los Seis Días, la Irlanda del IRA y la vida gris en el Berlín oriental, el Berlín comunista [de paso, un buen recordatorio de lo que eran esos regímenes colectivistas cuando las reacciones a la muerte de Fidel Castro nos muestran que todavía hay quienes los añoran o idealizan].
Un solo detalle basta: aunque cuesta creerlo hoy, desde la actual sociedad hiperconectada, los aparatos de radio que se vendían en Berlín oriental estaban modificados para que no fuese posible sintonizar programas emitidos desde el otro lado del muro que separaba el capitalismo del comunismo…
Forsyth llega a París a comienzos de los 60, en tiempos en que los enemigos del presidente Charles De Gaulle se la tenían jurada por lo que consideraban una traición: el haber concedido la independencia a Argelia. Será testigo de varios intentos infructuosos de asesinarlo, el más grave fue una emboscada en la que le balearon el auto oficial. Luego, un francotirador planeó hacerlo desde lo alto de la Ecole Militaire donde De Gaulle presidiría un desfile, pero la policía lo supo por una infidencia y lo arrestó antes de que pudiera hacerlo. Estos episodios le inspiraron su primera novela, El día del Chacal, escrita en poco más de un mes en 1971 como salida a una situación de aprieto financiero. Se convirtió de inmediato en bestseller y fue llevada al cine en 1973.
Forsyth, cuya tarea en la corresponsalía de Reuters en París, era seguir a De Gaulle por todas partes -como otro enjambre de periodistas que tenían la orden de no perderse el atentado que todos esperaban- también fue testigo de la desesperación de los custodios del General que tenía una costumbre que hoy creemos novedosa: "De pronto se inclinaba hacia delante, daba un toque en el hombro a su chofer y le ordenaba parar. Luego se apeaba e iba directo hacia el gentío, estrechaba manos y se mostraba amistoso con la gente de a pie. Hoy en día se denomina 'rozar la piel'. Él lo llamaba bain de foule, baño de multitudes."
Para escribir su libro Los perros de la guerra, otro éxito de ventas y luego de taquilla (con Christopher Walken como protagonista principal), partió de la observación de una realidad africana: "Inmediatamente después de la era colonial, había varias repúblicas independientes en ese continente tan pequeñas, tan caóticas, tan mal gobernadas y defendidas que podría ser derrocadas y conquistadas por un grupo reducido de soldados profesionales con el armamento adecuado y unas decenas de reclutas leales".
A partir de ese primer éxito que fue El día del Chacal, Forsyth escribió una novela sobre casi cada uno de esos notables acontecimientos de su siglo: En El Expediente Odessa, revela por primera vez la trama de organizaciones que protegían a los ex cuadros nazis, en La alternativa del diablo, el escenario es Rusia y una carencia de cereales, en El cuarto protocolo, la amenaza del terrorismo en Inglaterra, en El puño de Dios, la primera guerra del Golfo, en El afgano, el tema es la infiltración de un agente británico en Al Qaida, y en La Lista, se basa, en sus propias palabras, "en un documento denominado The Kill List, que existe de veras y en el que figuran los nombres, continuamente actualizados, de todos los terroristas con los que Estados Unidos tiene intención de acabar sin preocuparse por las formalidades".
Desmitificación del periodismo en general y de los corresponsales de guerra en especial
Forsyth denuncia el hecho de que el grueso de los corresponsales de guerra cubre los conflictos desde el lobby de un hotel donde su única fuente son los funcionarios al mando y su única verdad la oficial. Un dato que debería llevar a muchos a reflexionar sobre la credibilidad que se les da a las informaciones que provienen de zonas de conflicto…
Pero "el Intruso", que trabajó en la BBC y llegó a ser corresponsal de Reuters -quizá lo más que puede ambicionar un reportero británico-, rescata sus comienzos en un diario local del interior profundo de su país: "Los periodistas de un medio nacional, por no hablar de una agencia de noticias, nunca conocen a sus lectores. En un periódico regional o local, uno los tiene justo delante de la puerta y acuden en persona a quejarse de informaciones inexactas".
El capítulo se llama Un error en la BBC, y el error, para Forsyth, es haber ingresado a la cadena pública británica: "De haber sabido hasta qué nivel llegaba la incompetencia del Ministerio De Relaciones con la Commonwealth y el vinculado Ministerio de Asuntos Exteriores, y hasta dónde llegaba el servilismo del pequeño imperio de las noticias internacionales de la BBC en la Casa de la Radiodifusión ante ambos ministerios, habría dimitido al punto, o ya de entrada no habría solicitado el puesto. Pero me di cuenta demasiado tarde."
Cuenta entonces que en esos ministerios había sesiones informativas matinales para los periodistas: "No recuerdo ni una sola pregunta incisiva o un atisbo de desacuerdo con lo que se nos decía. Se tomaba nota obedientemente de lo que se nos informaba y luego se transmitía tal cual al púbico".
El colmo de las cosas llegará cuando le toque cubrir la guerra de Biafra (o Guerra civil de Nigeria, como también se la conoce, que duró de julio de 1967 a enero de 1970 y cuyo saldo principal fue la muerte de un millón de niños por desnutrición). Los informes que envió desde el frente de guerra le valieron una convocatoria inmediata para volver a Londres y no precisamente para ser felicitado. "No me había dado cuenta de que, cuando informa en nombre del Estado, un corresponsal en el extranjero nunca debe decir aquello que Londres no desea oír".
Desde entonces, recuerda Forsyth, la BBC se limitó a emitir propaganda del régimen nigeriano, que contaba con el respaldo de Londres. Cuando él quiso volver a Biafra, la respuesta fue: "Tienes que entender que no cubrimos esta guerra".
"Me pareció extraño -escribe Forsyth-. Día tras día se informaba de manera extensa sobre los horrores de Vietnam, y eso que se trataba de un lío estadounidense". En cambio, en Biafra, según la prensa británica, no pasaba nada.
Cero autocomplacencia con el rol de su país en el mundo
En torno a este mismo conflicto de Biafra -el primero en el cual el mundo fue testigo de los horrores que una guerra causa en los civiles, la primera vez que se difundieron imágenes de los estragos que la falta de proteínas causa en los niños- Forsyth traza la mayor requisitoria contra el gobierno de su país. Aunque, vale decirlo, también acusa a los funcionarios del ministerio de Relaciones Exteriores de un antisemitismo "evidente" y de mostrar siempre "preferencia por los árabes y el islam". Por caso, señala que "había tres focos de influencia en Inglaterra que no estaban tan entusiasmados [con la victoria israelí en la guerra de los Seis Días] la prensa de izquierdas, la BBC y el Ministerio de Asuntos Exteriores".
Volviendo a Biafra, Forsyth describe en torno a esa guerra los males de la descolonización, como la creación de Estados artificiales, y también, como vimos, la prueba palpable de que en las guerras la primera derrotada es la verdad.
"El problema de Nigeria era que históricamente no había sido nunca un país sino dos", decribe. La conquista británica no la había homogeneizado. Al norte, musulmanes y animistas, gobernados por emires y sultanes "con el beneplácito inglés". En el sur cristianizado, la etnia igbo era, según Forsyth, apasionada del conocimiento y por lo tanto "se empapó de educación y se convirtió en el motor efectivo del país". En razón de su mejor formación, los igbos ocupaban no sólo cargos públicos, sino los más elementales oficios en una sociedad, por ejemplo, mecánicos, choferes, telefonistas, oficinistas…
"Londres decidió que Nigeria tenía que ser independiente en cuestión de una década y tenía que ser una Nigeria unida -escribe Frosyth-. Los emires y sultanes se opusieron con firmeza a la democracia hasta que se señaló que, puesto que contaban con una mayoría numérica, podían formar un único partido político, ganar las elecciones y gobernar el país entero"
La independencia fue declarada el 1º de octubre de 1960. Para fines de mayo de 1967, los igbos, sometidos a la mayoría del norte y excluidos del gobierno, deciden la secesión de su región para crear un país independiente: la República de Biafra.
A esta decisión le seguirá una larga guerra civil en la cual, sin decirlo abiertamente, Londres se alineará del lado de los "malos", contra los secesionistas, pese a ser éstos más avanzados y culturalmente más cercanos.
Al llegar a África, Forsyth descubre que el coronel Odumegwu Ojukwu -líder de la secesión de Biafra, no sólo no era el monstruo que describían la prensa y las autoridades de su país, sino un hombre cultivado, y que el conflicto no terminaría en pocos días como aseguraba Londres, porque las fuerzas de Biafra estaban mucho mejor organizadas y conducidas que las de Nigeria.
Pero sucedió entonces algo que luego se repetirá con frecuencia en la historia y hasta nuestros días: se generó más guerra con tal de no reconocer el error. La de Biafra, denuncia el autor, fue una guerra que se prolongó, entre otras cosas, porque Whitehall necesitaba tapar un error y el precio del orgullo británico fue un millón de niños muertos. "Nadie había pensado que la guerra duraría tanto tiempo. Sin la intervención del gobierno de Wilson, no lo habría hecho", sentencia.
Fue el bloqueo al que Nigeria sometió a Biafra -que incluía los alimentos- lo que generó la desnutrición, en niños que por meses no consumieron proteínas sino sólo carbohidratos.
"En lo más profundo del país -se lee en El Intruso-, las madres veían cómo las extremidades de sus hijos se consumían hasta quedar como ramas. Las cabezas de ojos vidriosos se mecían sobre los músculos debilitados del cuello, los vientres se hinchaba hasta parecer grandes tambores, pero no contenían más que aire. Pensando que los niños tenían hambre, (les) suministraban más carbohidratos. No sería hasta mayo cuando salieron a mostrar sus hijos a los misioneros que sí que sabrían lo que tenían ante sus ojos."
Una vez más, fueron las iglesias las que salieron al rescate: misioneros católicos irlandeses, Caritas y el Consejo Mundial de Iglesias organizaron un puente aéreo de alimentos para salvar a los niños de Biafra.
La conclusión del autor es lapidaria: "Uno de los bulos que [los funcionarios de Relaciones Exteriores] llegaron a plantear a los representantes de los medios en Londres fue que en realidad no había niños hambrientos en el enclave rebelde salvo un grupo al que mantenían como esqueletos vivientes con objetivos propagandísticos. (…) Por eso creo que esa camarilla de mandarines vanidosos y políticos cobardes manchó el honor de mi país para siempre y no los perdonaré jamás."
Una educación de otros tiempos
"La década de los cincuenta fue una época buena y despreocupada para los adolescentes -recuerda Forsyth-, antes de las drogas, los quebraderos de cabeza y la corrección política. Desde el punto de vista material teníamos infinitamente menos que los jóvenes de hoy en día, pero creo que éramos más felices".
Frederick Forsyth, nacido en 1938, fue el hijo único de un hombre de clase media que tenía una pequeña tienda y que no había hecho estudios universitarios. Pero le dio a su hijo una formación cosmopolita de entrada: lo enviaba a Francia a pasar los veranos con una familia francesa lo que le permitió aprender el idioma y le abrió la puerta de aquella corresponsalía en París que cambió su vida; lo envió también a Alemania y a España, con el mismo fin. Y lo alentó a seguir su vocación, tanto la de ser piloto de la RAF como la del periodismo.
Del internado inglés no tiene el mejor recuerdo pero rescata sí la excelencia educativa, la exigencia, algo que hoy es casi una mala palabra.
"Se ha escrito mucho en detrimento del servicio militar -dice Forsyth-, pero cumplía tres funciones que nada más lograba. Jóvenes de todas las partes del país se reunían y compartían alojamiento, viajes, aventuras y camaradería, muchachos [que] de otro modo no se hubieran conocido. Les permitía formar lazos de amistad y contribuía a unir la nación. En segundo lugar, juntaba a jóvenes de todos los orígenes y grupos sociales y ampliaba muchos horizontes. Enseñaba a los más privilegiados a no mirar nunca a nadie por encima del hombro. Y (tercero) alejaba a millones de chicos que nunca habían salido del domicilio familiar (…) de las faldas de mamá para ubicarlos en un entorno exclusivamente masculino donde cada cual tenía que valerse por sí mismo".
Pequeñas enseñanzas
A lo largo del libro, el autor va dejando algunas reflexiones sobre sus experiencias que son otras tantas enseñanzas útiles.
Como cuando, tras entrevistarse con Ben Gurion, dice: "Había luchado toda su vida por su sueño y, sin embargo, parecía no odiar a nadie".
O cuando, a propósito de la presencia de nazis en los servicios secretos de Alemania oriental, dice: "Los de la policía secreta son así: sirven a cualquiera. (…) Años después de Berlín, la despiadada DINA, la policía secreta del no tan santo Salvador Allende, de Chile, fue transferida sin la menor incidencia al servicio del general Pinochet."
Otra lección interesante surge de la cooperación que en materia de inteligencia obtenía Londres de Pekín, por el sencillo hecho de que, para los chinos, el enemigo principal eran los rusos, la KGB. "Así que nos mantienen al tanto de todo lo que hacen los soviéticos", le dice el jefe de la delegación del MI6 en Hong Kong. Y él reflexiona entonces: "Me percaté [de que] los lectores de la prensa occidental llevaban años tragándose las sandeces más absolutas".
Y para concluir una reflexión que sonará familiar entre nosotros: "Los políticos tienden a despreciarlo (al servicio secreto) cuando están en la oposición pero babean de placer cuando, una vez en el poder los llevan a un despacho discreto para explicarles lo que ocurre en realidad en lugar de lo que ellos creían que estaba ocurriendo".