El escritor y embajador Abel Posse relata en un nuevo libro sus seis años de cónsul en Venecia, en los años 70, en tiempos decisivos para el país y el mundo.
Desde el asesinato de Aldo Moro -sobre el cual dice una verdad que pocos enuncian– hasta la intención del gobierno actual de vender sedes de embajadas, pasando por el Nobel a Bob Dylan, la declinación de la cultura occidental y el temor del actual gobierno a las elecciones del año próximo: en el diálogo con este escritor-diplomático todos los temas están vertebrados por los grandes sueños y las grandes frustraciones que la Argentina suele despertar en quienes la aman con pasión.
Vivir Venecia es la crónica de "una rebanada de vida" en una ciudad mágica y atractiva, por la cual circularon en aquellos años muchos intelectuales y artistas de Argentina y del mundo entero. Hay anécdotas de encuentros con Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Abelardo Arias, Manuel Mujica Láinez, Alejo Carpentier, Andy Warhol… Para conocerlas, habrá que leer el libro de Abel Posse, ya que aquí la charla versó más bien sobre política y diplomacia.
Diplomático de carrera, Posse vivió también en París, Moscú, Praga, Tel Aviv y Madrid, entre otros. Por su libro Los perros del paraíso, obtuvo el premio Rómulo Gallegos (1987), el máximo galardón de la literatura latinoamericana.
— Usted habitualmente escribe o novelas o ensayos. Este libro, ¿cómo lo clasificamos?
— Es una crónica. Quise contar todo, desde mi amistad con un gato hasta…
— Sobre sus seis años de cónsul en Venecia.
—Es lo que los franceses llaman une tranche de vie, una rebanada de vida, de momentos. Todas las cosas que más o menos iban pasando. Venían los escritores…
— Muchos: Sábato, Borges…
— Muchos. Y artistas, el libro está dedicado a Rómulo Macció porque él pintó en esa época allá. Venecia va atrayendo, no hay quien no vaya en peregrinaje.
— Como París. Pero con más magia.
— Por la magia y porque es un desafío: ¿cómo se le ocurrió a alguien, en los siglos XIV y XV, edificar palacios sobre troncos puestos a pique en el fango de la laguna? Y el coraje de haber creado un imperio marítimo. En la batalla de Lepanto son ellos los que pelean contra los otomanos. Tenemos a la ciudad como algo meramente turístico. Pero uno cuando anda por ahí se da cuenta de la importancia que tuvo. Fue el poder marítimo más grande que hubo en el mundo europeo. Llegaron a construir una galera artillada por día. Sólo Estados Unidos en la guerra hizo un barco por día.
— Ahora, cuando se visita Venecia da la impresión de que nadie vive ahí, que es como un museo….
— Hay una Venecia secreta, está tapada por el turismo y no tiene otra salida por ahora que el turismo. O sea, la cultura y el orgullo de Venecia permanece en un reducto de los venecianos que ahora son 60 mil personas. Cuando yo viví allá eran 70 u 80 mil; va decreciendo notablemente. En una época, digamos hasta el año 80, tenía un gran juego financiero todavía; fueron los primeros grandes banqueros del mundo.
Se está produciendo una especie de subculturización profunda de la sociedad occidental
—El libro entonces recoge anécdotas de esos años….
— Todas fueron reales, como la historia de esa niñera a la que llevamos para cuidar a mi hijo, que no tenía siquiera documentos, y allá hizo todos sus estudios y casi llega a ser médica. Una inteligencia oculta, una chica de Misiones con una infancia pobrísima que hizo todo ese periplo… Después está la aventura de (Joseph) Brodsky, el poeta ruso que la KGB expulsó duramente con 22 años de Leningrado y cuando llega a Venecia lo va a buscar una señora de la izquierda caviar, maravillosa, una aristócrata veneciana descendiente de (Andrea) Doria; él se enamora perdidamente… Hay una sospecha de que Estados Unidos lo benefició mucho para llegar al Nobel, le crearon una imagen de héroe de la cultura exiliada soviética.
— Se ha politizado mucho el Nobel de Literatura.
— Bueno, estuvo el caso de Solyenitzin. Igual Solyenitzin era un enorme escritor, era grande. El juego político no daña a los grandes.
— A propósito, ¿qué le parece lo del Nobel a Bob Dylan?
— A mí me parece mal, me parece que no era necesario darle esa espectacularidad a un poeta, bueno, pero… Hasta ahora, la literatura, en todo el mundo pero en Occidente también, era un reducto de algo que aspiraba a buscar lo alto en la condición humana, en particular en la poesía. Si alguien piensa que este es el siglo de Hermann Broch, de (Robert) Musil, de Thomas Mann…. Se está produciendo una subculturización profunda de la sociedad occidental que estamos viviendo.
El Nobel a Dylan es un episodio más de esta especie de degradación de la cultura
— Pasa en la escuela: actualmente en los programas de literatura mezclan registros; o sea, da lo mismo leer el Cid Campeador que un rap, o un texto publicitario o el instructivo de un electrodoméstico…
— Ese es el tema. Este premio Nobel es un episodio más de esta especie de degradación: de la sacralidad del arte y la cultura hemos pasado a otro extremo que es la subculturización total. El culebrón sustituyó a Dostoievski y a Dickens. Los rusos leían a Tolstoi en las casas. Pero bueno, este es el destino. Y se nota, yo vivo mucho en Europa; toda mi vida diplomática fue allá y voy todos los años. Lo que siento es la caída progresiva y visible. Por primera vez en Francia ahorraron en cultura. Y la están perdiendo, mientras que los chinos la conservan, los rusos la conservan, Occidente cae.
— Bueno, hasta han renegado de sus orígenes cristianos, como algo vergonzante.
— Sí, la Constitución europea. A Giscard D'Estaing, a quien conocí, le tocó redactar una parte. Y él contó cómo se anuló lo que iba a ser un gran preámbulo que recogía las corrientes grecolatinas, la corriente cristiana, las corrientes migratorias. No pudo hacerlo. Es rarísimo porque mientras las otras dos religiones monoteístas, el judaísmo y el mundo árabe, tienen una genealogía indemne, en Francia y en Europa el catolicismo recibió un impacto muy grande con la laicidad. Se les sacó a los chicos la materia religiosa como si fuera algo marginal, un adorno cultural o un pecado, una pornografía teológica. No se entiende.
— Esos años en Venecia, de 1972 a 1979, fueron de muchos acontecimientos importantes en Europa. Usted habla de una declinación de la vocación de protagonismo, de liderazgo europeo. Esa tendencia se mantiene…
— Sí, yo digo en el libro que el último episodio notable para Europa e Italia fue el acuerdo entre Enrico Berlinguer, jefe del comunismo italiano, el partido comunista más grande del mundo aparte del PC soviético, y Aldo Moro, demócrata cristiano. Ambos protagonizan esa entente para irse de su dominación: uno de la Unión Soviética y el otro de Estados Unidos, y crear una Europa auténtica en lo suyo. El asesinato de Moro es una cosa que estuvo muy vinculada a eso; y (Henry) Kissinger está vinculado con todo eso. Justamente en las elecciones del año 1975 el Partido Comunista llegó al 37 por ciento de los votos.
La alianza entre Berlinguer y Moro era como hacer renacer a De Gaulle
— Sí, y era un partido antisoviético. Eurocomunista.
— Sí, y de la misma manera, del otro lado, a la democracia cristiana, que ya estaba metida en el sistema liberal occidental, Moro quiso llevarla a una posición europea, de autonomía, junto con Berlinguer. Esa alianza era como hacer renacer a De Gaulle, iba a tener un efecto de autonomía que los norteamericanos no podían soportar en ese momento; estaban todavía en plena Guerra Fría.
— En esto es frecuente el uso de un extremo político ideológico por el otro, porque se apeló o se atribuyó a las brigadas rojas un crimen que en realidad beneficiaba a otros…
— Sí, y aunque eso se ocultó con celo sagrado, al final salió. Hubo una amenaza personal de Kissinger a Moro, que la cuenta su mujer, su viuda. Tremendo: hasta ese punto se llegó. Cuando hicieron la maniobra, del secuestro se encargaban aparentemente las Brigadas Rojas. Pero eran solamente los falsos brigadas rojas. Para darle color auténtico. Y después de eso inmediatamente se hacen cargo ellos hasta llevarlo a la muerte. Y no lo defiende nadie, porque el partido demócrata cristiano no se jugó; sabían que había ahí una confrontación que no podían superar.
La nuestra era una de las cancillerías más informadas del mundo. Ahora eso se quebró
— Nuestros diplomáticos, ¿saben estas cosas, tienen idea de cómo funciona realmente el mundo?
— Sí, la diplomacia sí. Pero estamos todos afuera.
— ¿Se refiere a los de carrera?
— Sí, estamos todos afuera. Pero no porque seamos viejos. Dos gobiernos seguidos -el actual también- han caído en esto de creer que el conocimiento no es muy necesario. La nuestra era la Cancillería más informada, junto con Itamaraty, o más que Itamaraty. Teníamos gente muy informada en cuestiones técnicas. Tuvimos relaciones diplomáticas con Rusia antes que nadie. Y con China, un año antes que Estados Unidos.
— ¿Y ahora?
— Ahora eso se rompió, se quebró, porque en todos los rangos empezaron a poner gente. En la Cancillería siempre había una masa de funcionarios de carrera, unos 700, para temas político-diplomáticos, y unos 300 del área económica. Ahora se llegó a 5.400 en pocos años, en 10 años. Ahogaron a los que había. Es la gente que por ejemplo trabajó hasta conseguir resoluciones como la de Malvinas en los 60.
— Cada vez que hay un problema serio, como cuando embargaron la Fragata Libertad, es a esa gente que hay que apelar.
— Sí, fueron dos expertos y les dijeron dónde había que negociar. Ellos habían mandado un importante jefe de seguridad, que no nombro, con plata…
— ¿Para…?
— Para arreglar con ese "país de negros". Esa fue la idea y la frase que se dijo. Y se equivocaron. Se agravó el tema, entonces fueron de la Cancillería a Hamburgo, donde funciona el Tribunal del Mar, y se arregló enseguida. Pero el primer movimiento era por vía de la corrupción, de la improvisación…
La locura se impone en la Argentina
—¿Y esta decisión del gobierno actual de vender residencias de embajadores? Justamente eligen Estados Unidos y Brasil.
— Sí, es de locos. ¡Qué raro que una casa no pueda ser arreglable! Lo que pasa es que detrás de eso está lo que usted ya sabe; va a haber una comisión que se va a encargar de buscar la casa y todo lo demás…
— El país en cuestión lo puede tomar como un signo de la importancia que le damos. Eso es la diplomacia justamente.
— Todo es como si fuéramos un país enfermo que prefiere agredir, ¿no? Si puede, busca molestar. Cuando vendimos la embajada de Japón en 330 millones de dólares, en tiempos de Raúl Alfonsín, la idea era que con ese dinero se iba a fundar la nueva capital en Viedma. Era una locura. Pero la locura se impone en la Argentina. Era el palacio más importante que había frente al Palacio Imperial; era un honor que los japoneses habían concedido a la Argentina porque el gobierno de Roca, que ya tenía la sexta flota más importante del mundo, le dio a Japón en préstamo dos acorazados que intervinieron en la guerra de 1905 contra los rusos. Cada vez que llega un nuevo embajador argentino a Japón, hay una recepción especial de agradecimiento a nuestro país por ese episodio decisivo.
— Y por eso la embajada que tuvimos.
— Claro, nos concedieron ese palacio. Después lo dieron en propiedad.
Nuestros políticos son sombríos, no tienen dimensión poética alguna, no tienen grandeza creativa, no pueden imaginar
— O sea que vendimos algo que era un regalo.
— Claro, esas gentilezas nuestras… Hacemos cosas desde la improvisación… ¿Qué pasa? Que la clase política en general no tiene cultura. Se creó esta especie de provincialismo político argentino tan por debajo del nivel de los profesionales, de los artistas. Son sombríos, no tienen dimensión poética alguna, no tienen grandeza creativa. Y sobre todo fantasía, no pueden imaginar hacer cosas. Ni conocen lo que hubo ni imaginan lo que podría haber. Es muy sombrío el panorama.
— ¿Qué le pareció el acuerdo con Inglaterra?
— Un error, porque la soberanía todavía la tienen ellos. Es una soberanía para nosotros políticamente usurpada, que estamos reclamando. Entonces, aunque no hablemos de soberanía para conseguir otras cosas, lo que no se puede hacer es reconocerle que vamos a ser socios en la consolidación de su soberanía. Es un error gravísimo. Lo disimularon bien y lo lograron diluir. Pero siempre cometemos errores así, de cierta cobardía, no tenemos el gusto del coraje en la Argentina. Y yo creo que la gente seguiría mucho más a la política si el político invitase al coraje.
Estoy muy indignado de ver que la inteligencia argentina no se puede conjugar
— Desde Venecia en aquel tiempo habrá visto cómo se iba gestando la pesadilla del 76. Cómo cada sector profundizaba los errores. ¿No tiene hoy un sentimiento parecido al ver la forma en que los argentinos nos empeñamos en reiterar errores?
— Y sí. No salimos, porque hasta ahora todo está en un plano horizontal. Yo conozco por ejemplo la política alemana; en un determinado momento hicieron la gran coalición. No podían seguir teniendo a Willy Brandt y después a otro, y cambiar muchas cosas entre el socialismo del primero y la visión de la economía social de mercado, la de (Ludwig) Erhard, que era la de la democracia cristiana, y entonces inventaron algo extraordinario, una gran coalición que dé gobernabilidad. Acá en cambio están aterrorizados por las elecciones del año que viene, porque van a ser una prueba examen a un presidente que apenas puede poner pie. La situación es tan terrible que él está en un estado casi de indefensión ante esa elección. Es una especie de venganza del calendario. En lugar de solucionarlo con una coalición… Los italianos son unos maestros, gobernaron veintipico de años magistralmente Italia y la hicieron renacer.
— España también, ahora se agotó ese sistema, pero ¿cuánto tiempo de gobernabilidad le dieron los Pactos de la Moncloa?
— Ese es otro acuerdo semejante. Hay que tener coraje para hacer eso. Pero no hay imaginación para pasar de la horizontalidad de este choque: ahora voy yo, ahora vení vos, vos me ganás, te gano, son idioteces… Una política muy menor. Yo estoy muy indignado con la política, muchos lo estamos, al ver que la posibilidad argentina, la inteligencia argentina, no se puede conjugar.
[El libro de Abel Posse será presentado el 1º de diciembre a las 19 hs., en diálogo con Santiago Kovadloff y Antonio Requeni. CUDES, Vicente López 1950 – Ciudad de Buenos Aires – 48036041]