"Ser un dirigente en 1816 no era nada sencillo: se jugaban la vida"

En “1816. La trama de la Independencia”, el historiador Gabriel Di Meglio reconstruye todos los acontecimientos de aquel año bisagra, de un modo que permite medir “lo dramático de la situación”

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El libro de Gabriel Di Meglio está en las antípodas de ciertos manuales tradicionales que, de tanto segmentar los acontecimientos, vuelven nebulosa la trama de la historia. En un admirable trabajo de síntesis, Di Meglio abarca todo lo que pasaba hace 200 años en el escenario del antiguo virreinato del Río de la Plata, con eje en la entonces pequeña ciudad de Tucumán, pero sin perder de vista los otros cuadros del tablero que influían en aquel Congreso cuyo primer desafío, dice, fue reunirse. Es que no sólo había que vencer enormes distancias geográficas con medios tan precarios como bueyes y carretas, sino también la heterogeneidad social y política de las llamadas Provincias Unidas, las divisiones dentro del campo patriota y la amenaza externa que se traducía en expediciones realistas y aislamiento internacional.

Di Meglio es un exponente de un nuevo tipo de historia de divulgación que busca saldar la brecha entre la academia y el ensayo científico por un lado, y la historia narrada, contada, que tanto interesa al público argentino. Este historiador tiene un pie en cada orilla: es doctor en Historia (UBA), docente e investigador del Conicet, pero también condujo varios ciclos para el Canal Encuentro. Desde 2015 dirige el Museo del Cabildo.

"Me interesa rescatar 1816 como algo colectivo", dice en referencia a la presencia en su libro de muchos personajes "secundarios", olvidados, pero que en aquella coyuntura tuvieron mucho peso.

–¿Puede decirse que el Congreso de Tucumán tuvo menos prensa o mala con respecto de la Revolución de Mayo? Tener dos fiestas nacionales es una peculiaridad argentina, pero las tenemos y son importantes, aunque pareciera que el Congreso de Tucumán fue…

–Relegado.

–No así la fecha, el 9 de julio, que está consagrada, sino al Congreso en sí.

–Sí, no creo que tenga tanto mala como menos prensa. Es decir, la Revolución de Mayo siempre concitó mucha más atención, sobre todo a nivel de los historiadores. Explicar sus causas, qué pasó. Y la Independencia en general quedó muy ligada a 1810, entonces generalmente se la estudió poco por separado.

–¿A qué se debe eso?

–La Revolución tuvo más impacto por el hecho de ser el inicio. A nivel escolar, es bastante parejo, pero a nivel investigación, llama mucho más la atención el comienzo del proceso, las razones del estallido revolucionario, que todo lo que pasa después. Que también tiene atención pero siempre un poco subordinado a 1810. Algunos dirán también que el hecho de que lo del 25 de mayo haya sido en Buenos Aires y el 9 de julio en Tucumán. Y sobre todo porque la fiesta que se hace en 1910 para el Centenario en Buenos Aires fue enorme en comparación con 1916. Pero en general, a nivel colectivo, las dos fechas se ven como algo bastante parejo.

–Es un Congreso que tiene más peso del interior que la Revolución de Mayo, muy porteña. Este Congreso fue más "nacional", aunque no existía la nación todavía.

–Sí. Pero claramente hay una intención de crear una Nación. En realidad el primer intento fue la Asamblea del Año XIII, que también tuvo representación de diputados del interior pero que estuvo muy dominada por la delegación porteña. También la delegación porteña, que era más numerosa por tener más población, fue fundamental en Tucumán, pero el hecho de que las provincias se hubieran opuesto con éxito a que se hiciese en Buenos Aires ya le dio otra connotación al Congreso.

–Tenemos dos fiestas nacionales y hay quienes quieren agregar una primera independencia, en 1815. ¿Comparte esa tesis?

–¿El Congreso de Oriente? No, no estoy de acuerdo. Es decir, me parece que está muy bien recuperar para la historia argentina la experiencia de la Liga de los Pueblos Libres que dirigía Artigas, liga que no era ni uruguaya ni argentina, sino otra cosa, y que efectivamente para las historiografías nacionales siempre fue muy difícil de encajar porque no entraba en ningún modelo. Es cierto que desde que se forma la Liga de los Pueblos Libres, éstos parecen declararse independientes de hecho, sin declaración formal. Pero la propuesta que se hizo el año pasado de que en junio de 1815 se declaró la independencia no tiene ninguna evidencia. En Historia tenemos que tener, aunque sea, una prueba. Artigas le escribe a Pueyrredón: "Nosotros hace más de un año que nos declaramos independientes". Pero es muy posible que se estuviera refiriendo a la independencia de la provincia Oriental, no respecto de España, sino de Buenos Aires. Ninguno de los diputados que asistieron, tampoco Artigas, menciona eso. No se la hizo jurar en ningún lado. Me inclino porque eso no ocurrió.

–¿Fue un error de Artigas no haber ido al Congreso de Tucumán?

–Lo que pasa es que tanto Artigas como las provincias que lo seguían tenían mucha desconfianza de Buenos Aires que fue con el Litoral mucho más duro que con el interior porque lo consideraba parte propia. En 1815, ante la inminencia de una invasión española, que finalmente se desvía hacia Venezuela, hacen otro intento de unión que vuelve a fracasar; Buenos Aires no está dispuesta a aceptar una Confederación y la Liga de los Pueblos Libres rechaza volver a un sistema centralista. Entonces, si bien ambos pensaban al otro como una parte -nunca se pensaron por separado sino por entero-, para la Liga de los Pueblos Libres no había garantías. Hubo un miembro del Congreso, Miguel del Corro, que intentó negociaciones para atraerlos. Pero ya en agosto hay una invasión portuguesa que Artigas cree planeada en conjunto con Buenos Aires y ahí se rompe toda negociación.

–En este aniversario se va a hablar mucho de ese Congreso. ¿Qué cosas sería interesante que quedaran en la imagen colectiva de ese 9 de Julio?

–Me parece importante pensar que es un momento muy crítico. Las crisis son momentos muy difíciles de vivir pero muy interesantes de pensar después. Y 1816, más que esa foto escolar feliz de todos celebrando, es un momento de una crisis feroz. Y cuando uno trata, como trato en este libro, de meterse en la cabeza de los protagonistas, se ve lo complicadísimo de la situación. Es decir, cuán difícil es tomar decisiones, cuán difícil acordar algunos puntos básicos para salir adelante en ese contexto tan adverso. De hecho la independencia es uno de los resultados. Me parece que recuperar lo dramático de la situación es algo necesario.

–Para valorar más lo que pasó.

–Sí, y quitar solemnidad. Era realmente una situación compleja. También es interesante pensar que lo que se independiza no es la Argentina sino las Provincias Unidas en Sudamérica, que no es lo mismo, porque hubo provincias argentinas que no fueron, otras que todavía eran territorios indígenas y otras que hoy son bolivianas que sí participaron. Y que aunque ese proyecto se desmoronó, todos los proyectos nacionales posteriores tomaron tanto el 25 de Mayo como el 9 de Julio como su origen. Entonces, desde ese momento dejaron un legado indeleble: nunca más se puede pensar la Argentina sin esta fecha, por lo tanto es el "cumpleaños". Algo que te marca para siempre.

–Otra constante es la vocación de unidad. Se habla de americano, no se habla de Argentina.

–Todavía Argentina no existía como tal. Ahí empieza el proceso. Lo que había es esta idea de "los que estamos luchando por esta causa, los rioplatenses, los sudamericanos". Con límites poco claros, pero se va construyendo, de a poquito. Empieza la construcción de algo intermedio entre ser americano o hispanoamericano y el lugar en que naciste, es decir porteño, salteño, mendocino, cordobés. Es la época en que la guerra hace pelear junta a gente de distintos lugares y eso va generando lazos nuevos sobre los cuales después se va a montar esta idea de la Argentina.

–Aclaremos qué era ese "contexto adverso": existía la amenaza concreta de que España recuperase las colonias, ya que había recuperado varias; a esta gente que se había jugado en la Revolución, ¿qué le podía pasar en este caso?

–Literalmente se jugaban la vida. Por un lado hay una restauración realista en toda América, el único foco insurgente que no cae es el de las Provincias Unidas. Por otro lado, en Europa, la caída de Napoleón Bonaparte en 1815 hizo que se reuniera el Congreso de Viena y decretara que cualquier gobierno surgido de una revolución debía ser destruido, porque ellos quieren volver a 1789, antes de la Revolución Francesa. Con lo cual para los revolucionarios locales la situación no era muy halagüeña: la economía estaba destruida por la guerra, habían pasado seis años muy duros. Además, los revolucionarios están divididos entre artiguistas y centralistas y dentro de cada bloque había otro montón de problemas. Con lo cual, ser un dirigente en ese momento no era nada sencillo.

–Uno de los mandatos del Congreso de Tucumán era establecer la forma de gobierno. No lo pudieron hacer, ¿cuántos años más pasaron?

–Y, hasta la Constitución del '53. Bastante. En realidad, el Congreso termina mudándose a Buenos Aires y sancionando una Constitución, pero ya nadie la respetó y además ese Estado no tenía ninguna fuerza para imponerla. Pero sí, costó muchísimo, sobre ese legado de independencia, construir una unión. Por eso las conflictivas décadas del siglo XIX, incluso más allá de 1853: los conflictos van a terminar hacia 1880.

–¿Por qué en un libro sobre el Congreso de Tucumán, aparecen Mariquita Sánchez de Thompson, un esclavo, un soldado desertor?

–Una cosa que a mí me parece fascinante de ese año es que por un lado están las figuras muy famosas, Belgrano, San Martín, Güemes, Artigas, Pueyrredón, Juana Azurduy, Andresito, todos jugando a la vez. Pero también me parecía interesante rescatar la experiencia de gente común. Bueno, Mariquita Sánchez es muy famosa pero también devuelve el lugar femenino que era políticamente activo pero no podía, por ejemplo, ir al Congreso. Por otro lado, hay casos que uno trabajó tomándolos de juicios o de otro tipo de documentos: esa gente que no tiene calles con su nombre, que aparecen efímeramente en algún lado y luego se les pierde el rastro porque no sabían escribir. Me interesa rescatar 1816 como algo colectivo, en donde también están implicados muchos otros sectores además de estos diputados que pertenecían a un grupo social muy pequeño. También trato de destacar a algunas figuras que en ese momento fueron muy importantes y luego son recordadas con alguna calle: Castro Barros, Sánchez de Loria…

 

–Es verdad, hay una tendencia a concentrarse en quienes obviamente fueron los pilares en ese momento, como Belgrano, Güemes y San Martín pero es verdad que en el Congreso había mucha otra gente que movilizó las cosas. Los nombres nos suenan un poco…

–… por las calles, Thames, Malabia, Uriarte.

–Todo Palermo. Nos suenan familiares, pero a veces ni sabemos de dónde. No conocemos quiénes eran. Muchos eran sacerdotes, eso es algo curioso.

–Hay una gran importancia del clero en ese Congreso. Y hay figuras que no estuvieron en el Congreso pero que en ese año jugaron un papel central. Por ejemplo, el gobernador cordobés José Javier Díaz, que es decisivo porque en 1815 Córdoba, en oposición a Buenos Aires, se pasa al bando artiguista. Y después vuelve y la apuesta de Córdoba por el Congreso de Tucumán permite que éste funcione porque sin Córdoba ya era mucho más complicada esa unión. Luego, Díaz cae del gobierno y pasa casi efímeramente por la historia. Pero en ese momento puntual, si uno se para en 1816, es uno de esos políticos fundamentales. Y así pasa con varias de estas figuras. Antonio Sáenz es el gran armador político del Congreso, un "operador", diríamos hoy. Fue central en ese Congreso, pero está bastante olvidado.

–Pasó con casi todos los del Congreso…

–Sí, con excepción de Juan José Paso, que estaba en todas, era Droopy. Y con Pueyrredón que sale del Congreso como Director Supremo.

–Un tema del que se habló muy poco, casi tabú, que recién en los últimos años se está abordando más, es el del monarquismo. ¿Por qué se lo ocultó tanto?

–Porque en un país que después se vuelve republicano es un poco incómodo ver que muchos de los grandes héroes nacionales eran monárquicos. Tiene que ver con un contexto internacional. En 1815, el triunfo de las monarquías absolutistas que condena toda República genera que Belgrano, por ejemplo, que había sido un republicano, vuelva de Europa diciendo literalmente: "En Europa se acabó la moda de republicarlo todo, ahora es la moda de monarquizarlo todo". Entonces le busca la vuelta con un monarca incaico para darle un contenido americano. Tanto Güemes, como San Martín y la mayoría de los diputados están a favor de este proyecto monárquico.

–Es llamativo.

–A mí me llamaba la atención que algo pintoresco haya sido sin embargo un proyecto de bastante fuerza, que buscaba la aceptación europea, mantener una cuestión americana y lograr la adhesión indígena; suponían que hubiera permitido el triunfo revolucionario en el Alto Perú. Pero además creían que un rey, ante la anarquía generada por la revolución, podía dar un principio de unión. El proyecto se cae porque muchos revolucionarios no están de acuerdo con la monarquía y surge enseguida una oposición republicana que dice no queremos un rey inca, no queremos ningún rey: Dorrego, French y otros. Y uno puede leer en la prensa cómo se pelean fuertemente por ese proyecto…

–Es interesante que haya habido un debate en los diarios.

–Sí, muy grande en Buenos Aires, por entonces el único lugar donde había periódicos. Los argumentos son muy fuertes de un lado y del otro. Y, de hecho, no se resuelve ese año. Si bien la idea del Inca cae, queda hasta 1820 la posibilidad de un rey para el Río de la Plata.

–San Martín, cuando todavía está en Perú, sigue con ese proyecto.

–Absolutamente. San Martín tenía espanto de la disolución general que había visto en el Río de la Plata, y eso lo lleva a la idea de un monarca como factor de unión.

–Quizás quedó la idea de que el monarquismo implicaba una marcha atrás con la independencia cuando no era así.

–Claro, porque lo que ellos querían era una monarquía constitucional; el rey, más como símbolo que como gobernante efectivo. Nadie estaba en contra de la independencia. Ya para 1816 había un consenso prácticamente absoluto entre los dirigentes de que ese era el único camino. Es interesante también ver que ese hiato, esos 6 años, no son azarosos, sucede que el proyecto original no es independentista sino autonomista, que busca crear una especie de monarquía federal, como fue después la Commonwealth británica, donde cada territorio se gobernara a sí mismo y el rey fuera un gran factor de unión, un símbolo. Ese proyecto se cae en buena medida porque el rey de España no acepta negociar nada.

–Por la necedad de Fernando VII, que por querer todo perdió todo.

Perdió todo, y por eso es que la fuga de los revolucionarios, aún los de este grupo bastante conservador políticamente que es el del Congreso, es hacia adelante, porque no les queda más alternativa que independizarse y ganar la guerra. Y por eso apuestan a San Martín y la campaña de los Andes. Pero este proyecto de Mayo quedó también medio oculto porque, visto retrospectivamente, parecía que sólo podían querer ser independientes. Se pone el resultado al principio y eso en Historia a veces lleva a perder de vista una realidad mucho más complicada con un montón de alternativas. Para mí es muy importante rescatar esta tensión entre autonomistas e independentistas tan presente desde 1810 a 1816 y que ya en 1816 comienza a desmoronarse.

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