La Fórmula 1 está en etapa de reconversión. La tradición, el romanticismo, el purismo, la esencia son interpelados por las teorías de la evolución. La dinámica de los tiempos modernos exige adaptación, reconstrucción, actualización, factores que combaten la naturaleza ancestral o mitológica del "motorsport". El polémico halo, la rivalidad incipiente de la Fórmula E, la regulación de la asistencia tecnológica al piloto para devolverle espectacularidad y priorizar la destreza de los pilotos: la F1 está discutiendo sus formas, su fondo. Ante este escenario de cambio, la introducción de un vehículo autónomo en la competición madre del automovilismo alimenta la controversia.
Los autos sin conductores no reemplazarán a los legendarios monoplazas. No es la propuesta de Marcin Budkowski, delegado técnico de la Federación Internacional del Automóvil -FIA-. Su idea comulga con el redireccionamiento de la competición hacia un sentido más plural, dispuesto, abierto a absorber nuevas ideas y tecnologías, huyendo del claustro donde conservó su carácter conservador. Quiere que los autos de seguridad -los populares "safety cars"- sean movidos por la inteligencia artificial.
"Hemos hablado de un auto de seguridad sin conductor. Promocionaría una tecnología sobre la que hay un poco de escepticismo y, en cambio, se demostraría que puede funcionar y ser eficiente. Utilizar las plataformas de los deportes de motor para aplicar estas nuevas innovaciones pueden ser muy buenas para acercárselas al público y explorar el potencial de estas soluciones", reveló en declaraciones al medio especializado en F1 Motorsport.
Su función es básica: irrumpir en la pista cuando la dirección de la carrera así lo exigiera para suspender el sobrepaso, liderar el pelotón de autos hasta que el peligro se haya disipado. Actualmente, el trabajo está a cargo de un Mercedes AMG GT S que dispone un motor V8 biturbo de cuatro litros, 510 CV de potencia y una capacidad de aceleración que traspasa la barrera de los 300 kilómetros por hora. El alemán Bern Maylander es el experimentado piloto que conduce el "safety-car" y es quien interviene también en la decisión de retomar la sesión o anularla. Aunque tal vez los pilotos celebrarían el cambio porque ya han cuestionado la discreta velocidad a la que viaja el vehículo de seguridad en bandera amarilla.
El jefe de desarrollo técnico del deporte descartó la intromisión de la conducción autónoma en los monoplazas de competición. "No nos sentimos atraídos por carreras de máquinas sin pilotos. Es algo que amarían los ingenieros, pero no los aficionados", afirmó. Ese virtuosismo tecnológico ya lo encarna Roborace, la categoría soporte de la Fórmula E, una serie de bólidos que parecen robots que parecen grandes autos de juguete. La llegada de los vehículos sin conductores divide la convención de un certamen histórico y contemporáneo. ¿Sacrilegio o modernización?
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