Cuando Matías Torres se sacó el casco estaba llorando. Había girado dos vueltas. Tenía hasta entonces 17 años de momentos menores. Había vivido, según él, la experiencia más grande de su vida. Sus ojos estaban rojos, brillantes, síntomas del caudal de lágrimas derramadas. "Desde que me subí hasta que me bajé: completamente emocionado. Lloré durante todo el recorrido. Cuando estábamos entrando a la parte de boxes, me dijo: '¿Te gustó el paseito?'. Es un genio, tiene una humildad de oro", esbozó. Matías se abrazó a su mamá, que lo consolaba en llanto sin saber qué lágrimas secar primero. Su hijo se había embarcado en el viaje del Black Minion, el primer Pagani Zonda Revolution que rodó en el país.
Fue una de las doscientas personas que ovacionó a Pablo Pérez Companc en el mítico Autódromo Oscar y Juan Gálvez de Buenos Aires. "Le temblaban las manos cuando se subió. El fanatismo que contagia Pagani por sus autos es tremendo", describió el conductor. "Pasa que el tipo crea autos perfectos", definió el acompañante. Para ambos Horacio Pagani es el "uno". Constructor, emprendedor, fabricante, diseñador de los deportivos más salvajes y exóticos de la industria automotriz, ideólogo y creador de Pagani Automobili, nacido en Casilda, Santa Fe, su argentinidad vive en el "bebé mimado" del piloto y coleccionista de autos.
El Black Minion monta un motor Mercedes-AMG V12 6.0, con 800 caballos de potencia y 730 Nm de torque. La balanza denuncia 1.070 kilos de peso
El estreno del deportivo que cuesta 2,3 millones de euros y tiene apenas otros cuatro ejemplares distribuidos por el mundo tuvo ribetes de épica. La lluvia filtró a los seguidores de los fanáticos: entrada libre y gratuita bajo gotas tenues y persistentes. La cita fue gloriosa aún en condiciones adversas: "Tenía que venir, con lluvia o con tornado, no podía faltar. Tenía un compromiso con la gente: lo quería girar en el Gálvez. El auto se portó muy bien, la gente también. Pensé que iban a venir diez, veinte personas y terminaron viniendo un montón. Si fuera un espectador y lloviera, ni en pedo vendría. Me sorprendió la cantidad de seguidores que se acercaron. Estoy feliz por todo, por estar en Argentina, por estar en mi patria. Y esperando a los otros circuitos para poder seguir girando y mostrarles un poco más de 'la bestia'".
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El Black Minion -"la bestia"- montó un show. La gente se agolpaba, lo acorralaba, lo rastreaba. El público era una novia enamorada. El ruido era puro estímulo. La estela de agua que lo perseguía simulaba un paisaje. Por donde el Zonda pasaba, la lluvia cambiaba: las gotas iba de abajo hacia arriba. Los charcos de agua que se formaban minaron el espectáculo y a su vez lo vistieron de epopeya. La leyenda dirá: el día que el Black Minion giró por primera vez en el país llovía.
La pista mojada condicionó el rendimiento del vehículo y restringió la expectativa del piloto: "Todas las vueltas sentía que el auto se me iba. Venía muy atento y bastante nervioso. Si hubiera estado solo, sin gente, tal vez hubiera dado dos o tres vueltas y lo guardaba. Lo quería hacer girar pero no así. Igual pude disfrutar del cariño de la gente. Porque al auto, en realidad, no lo pude acelerar mucho. El mayor porcentaje que tenía en el acelerador era del 35% en la recta, lo que es prácticamente nada. Los filtros ya estaban sucios, mojados, y ya se estaba empastando un poco el auto".
Fueron cuatro horas interrumpidas de giros al autódromo, solo o acompañado por entusiastas que gestionaron el privilegio de acompañarlo en la travesía. Voló a 240 kilómetros por hora -su velocidad punta alcanza los 370- en la recta principal, bien cerca de la pared de boxes, donde los fanáticos intuían el rastro que dejaba el Pagani, donde el ruido era ensordecedor y sublime. No podía acelerarlo más: "Tenía un poco de miedo de que pasara algo porque era un jabón la pista. Sobretodo porque no teníamos cubiertas de lluvia, de carrera; teníamos cubiertas normales, de calle". Por eso, la última vuelta fue de celebración: "Entré a los boxes de la última tanda disfrutando porque al fin el auto terminó entero y pude cumplir con la gente".
Pablo Pérez Companc alternó giros en la pista con secuencias fotográficas. El público orquestaba, decidía. Los fanáticos pudieron circular libremente por el autódromo: invadieron boxes, curvas, tribunas. La estrella era el Black Minion, como lo fue en el Salón del Automóvil de Buenos Aires. Su dueño fue apenas la conexión, el acceso, el facilitador para que el Zonda conociera a los enfermos con fiebre de tuerca de la parte sur del mundo. Fueron tres turnos de vueltas: cada salida y recibida estaba secundada por un mar de celulares. Cuando no era la foto, Pablo hacía de fotógrafo desde su butaca. Atendió a cada uno de los curiosos que lo saludó, que le pidió referencias del Pagani. Había algo de gratitud, de responsabilidad, de empatía en su comportamiento.
La lluvia no pudo contener la fiebre por el Black Minion ni el entusiasmo por debutar en su tierra autóctona: ni el piloto ni la tradición del deportivo carece de argentinidad. Está en los genes, en la sangre. La pasión de Horacio Pagani es la misma de las doscientas personas que en un día incómodo, de fría y lluvia, fueron a conocer al primer Zonda Revolution que aceleró en el país. La tarde no terminó ahí: "Ahora lo tengo que llamar a Horacio. Él estaba preocupado por el tema de la lluvia. Siempre me dice que trate de no ir tan rápido, de no pegarle tanto a los pianos. Hoy manejé como a él le gusta: piano a piano".
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