Correr en el Gálvez con un Pagani: la "experiencia Black Minion" en primera persona

Una cámara sobre el casco de Pablo Pérez Companc documentó lo que pasó cuando el Pagani Zonda Revolution rodó por primera vez en el país. Los giros del salvaje deportivo al circuito del Autódromo de Buenos Aires, desde la visión del piloto

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Es una hormona segregada por las glándulas suprarrenales y un neurotransmisor del sistema nervioso simpático. Es la respuesta fisiológica inmediata del organismo a diferentes estímulos que altera la naturaleza de todo el cuerpo: aumenta el ritmo cardíaco, la presión sanguínea y arterial, incrementa la oxigenación de los músculos y el cerebro, se dispara la glucosa en la sangre, se dilatan los bronquios. Las definiciones académicas y científicas deberían conceder experiencias personales. Porque la adrenalina es también subirse al Black Minion de Pablo Pérez Companc en el Autódromo Oscar y Juan Gálvez de Buenos Aires.

El deportivo no está homologado para circular en calle ni construido según órdenes y lineamientos de alguna categoría. Está preparado para la competición. Su interior no se absorbe tendencias modernas de diseño: no hay minimalismo, no hay acabados presumidos, no hay lujo. Hay devoción por la velocidad. Es salvaje, radical, exótico, visceral y exclusivo: sólo hay otros cuatro modelos dispersos por el mundo del Pagani Zonda Revolution, cuyo valor asciende a 2,3 millones de euros.

El “Zonda Revo” en acción. Cerca de 200 personas se acercaron al Autódromo de Buenos Aires para ver correr al Pagani
El “Zonda Revo” en acción. Cerca de 200 personas se acercaron al Autódromo de Buenos Aires para ver correr al Pagani

Para entrar hay que agacharse. Su despeje del piso se mide en centímetros. La gente, agolpada, nubla la visión perimetral. El ruido hacia fuera es ensordecedor. Hacia adentro no. Es una especie de trance. El Black Minion acelera y la turba de celulares queda lejos. La primera curva llega rápido. El piloto reduce la velocidad. Más de la cuenta. Algo estaba mal. No era nada mecánico ni relativo a la carrocería. La botella de plástico que había tomado para hidratarse se le había mezclado entre las piernas y los pedales. Un descuido apenas.

Llueve y el parabrisas es un teatro. Las gotas parecen escaparse. Dejan de ser circulares, de ser un punto más en el cielo. Se transforman en cuerpos lineales, transversales. Se esparcen por toda la visual en dos direcciones y hacia un único espacio: afuera. Se mueven como si bailaran. Impactan y se difuminan. El aire las disuelve y expulsa. El aire no: la velocidad.

“Tenía que venir, con lluvia o con tornado, no podía faltar. Tenía un compromiso con la gente: lo quería girar en el Gálvez”, dijo Pablo Pérez Companc
“Tenía que venir, con lluvia o con tornado, no podía faltar. Tenía un compromiso con la gente: lo quería girar en el Gálvez”, dijo Pablo Pérez Companc

Llueve y la pista es un jabón. El Pagani Zonda Revolution tiene cubiertas de calle, más duras y resistentes. No tiene neumáticos diseñados para circular en un circuito mojado. La precipitación fue siempre tenue y constante. Una lluvia débil pero obstinada a entorpecer el rendimiento del deportivo de cuña italiana e inspiración argentina. Pablo Pérez Companc, piloto avezado, vivió en una disyuntiva: rodar pero rodar para cumplir, sin acelerar, domando a la bestia.

"El mayor porcentaje que tenía en el acelerador era del 35% en la recta, lo que es prácticamente nada. Los filtros ya estaban sucios, mojados, y ya se estaba empastando un poco el auto", dijo el conductor. "Y los 800 caballos de potencia no te esperan, quieren salir", advirtió Ignacio Belatti, su ingeniero mecánico personal. Visiblemente el piloto estaba fastidioso. Las maniobras de redireccionamiento del auto eran crónicas. "Todas las vueltas sentía que el auto se me iba. Venía muy atento y bastante nervioso", reconoció.

Así como no pudo pisar el acelerador más del 35% de sus capacidades, no logró superar los 240 kilómetros por hora para un deportivo que ha sabido traspasar el umbral de los 300 kilómetros por hora. "Lo máximo que lo pude poner fue a 310, 315 pero porque no me alcanzaba la pista, pero por la relación de caja debe ir a unos 360, 370", había dicho cuando el hypercar fue presentado en el Salón del Automóvil de Buenos Aires. En el mítico Gálvez, las condiciones climáticas le recortaron su potencial. Aunque bastó para que los fanáticos deliraran y los privilegiados que fueron copilotos salieran desvirtuados, conmocionados por la "experiencia Black Minion".

Algunos lloraban, otros se agarraban la cabeza. Su comportamiento ante el estímulo fue personal. No así su respuesta fisiológica: a todos se les elevó el ritmo cardíaco, la presión sanguínea y arterial, les aumentó la oxigenación de los músculos y el cerebro, se les disparó la glucosa en la sangre, se les dilataron los bronquios. Era la adrenalina. O el concepto de lo que reza una de las barras de contención del habitáculo: "Ride or die", el lema de Pablo Pérez Companc.

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