La historia a veces es cíclica: gira y se repite. Se alimenta del tamiz del paso del tiempo. La desmemoria, la acumulación de presentes y el polvo transforman en mitos y leyendas viejos acontecimientos; ayer indelebles, hoy imprecisos. El General Juan Domingo Perón compró en 1955 un Cadillac El Dorado II que nunca llegó a usar. Mauricio Macri quiso recuperarlo para su asunción en 2015, pero tampoco lo llegó a usar. Hoy luce, restaurado y a tono con la tradición, en el Pabellón Ocre de La Rural donde cada edición del Salón de Buenos Aires destina espacio para la exhibición de autos clásicos.
Su presencia es hipnótica. Allí, por donde ahora esta vez pasan cientos de miles de visitantes, antes estaba reservado para presidentes y autoridades. Aunque lo adquirió, Perón nunca lo tuvo. Al menos así lo acredita la leyenda del auto que sí está asociado a su nombre. Paradójicamente, el "Cadillac de Perón" nunca fue de Perón. La Revolución Libertadora interrumpió el 16 de septiembre de 1955 el proceso democrático en el país y privó el deseo del General de subirse al exótico modelo importado de Estados Unidos.
Sí lo utilizaron las autoridades que perpetraron el golpe de estado. Después desfiló por los consiguientes autoridades que decidieron el rumbo del país: Arturo Frondizi, Arturo Illia, Jorge Rafael Videla, Raúl Alfonsín -lo usó en su asunción- y hasta Hugo Chávez lo condujo en compañía de Julio De Vido por los jardines de Olivos en 2006. Perón ni siquiera se subió cuando recuperó el poder el 12 de octubre de 1973: celebró su regreso a bordo de un Rambler Ambassador fabricado por IKA. Antes, en 1951, el gobierno peronista había recibido un Cadillac 75 Limousine que el General sí utilizaba con frecuencia.
El Cadillac de Perón que Perón nunca usó tuvo después un derrotero por el cine nacional. Volvió a exhibir su costado histórico cuando fue expuesto en la edición de Autoclásica de 2012, la muestra de autos y motos vintage más grande de Sudamérica. Su estado era impecable. Al menos para un ente inerte que carece de movilidad. Cuando asumió el presidente Mauricio Macri, quiso desfilar sobre este descapotable de innegable estirpe estadounidense. No pudo: los mecánicos lo desaconsejaron.
El auto necesitaba un arduo trabajo de restauración y reparación. Luis Spadafora, coleccionista y director del Museo del Automóvil, se encargó de devolverle esencia y operatividad al mítico modelo norteamericano. El Cadillac era en su época un bien de lujo, un instrumento de movilidad sofisticado y exclusivo, pensado para millonarios. Para recuperar su imagen y mecánica de antaño, primero debieron imitar el color de la pintura: en una chapa ubicada en el motor hallaron el style 556267X -año de fabricación, 55; serie 62; modelo 67X-.
La patada del caballo de un Granadero había dejado su ira y su huella -su abolladura- en el capot. Una tranquera de la Sociedad Rural había dejado su firma -su raspón- sobre el costado de la carrocería. Detrás, el dominio figuraba en color blanco y números de época: 434676 y una placa de bronce con el escudo argentino se luce en una saga inmaculada.
El motor es un V8 de casi siete litros de cilindrada. Puede alcanzar 180 kilómetros por hora. Sólo recorrió poco más de 18 mil kilómetros. Mide de largo 6,8 metros. Tiene levantavidrios eléctricos y debajo de la óptica trasera izquierda se encuentra la boca para cargar combustible. Se reemplazaron los neumáticos, retazos del tapizado de cuero, el caño de escape, el tanque de nafta. Se sustituirá el sistema de motorización, frenos, dirección. Se mantuvieron intactos el tablero, las ópticas, los paragolpes, el chasis.
Inmaculado, hoy el Cadillac brilla en una exposición dotada de una amplia oferta de vehículos clásicos. Entre el Papamóvil de Juan Pablo II, dos Ambassador, un Phantom de 1920, varias joyas automotrices que remiten al dicho "todo tiempo pasado fue mejor", entre antiguos vehículos de competición y autos, motos y tanques de guerra, una reliquia: el Cadillac presidencial de Perón restaurado por Macri.
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