La historia de la industria automotriz es vasta y florida. Secunda y apuntala la evolución de la humanidad, de las ciudades, de las tecnologías. Ejemplifica, a su paso, el progreso de los hombres, interesados en aplicar sus nuevos conocimientos y descubrimientos en estos instrumentos de movilidad enquistados en la vanguardia de las cosas. Su historia, entonces, vasta y florida, esconde en sus páginas pretéritas el relato de un auto transparente, un auto fantasma.
Al Pontiac Deluxe Six también lo bautizaron "the ghost car". Cuando lo presentaron mereció la aposición del "primer auto de tamaño completo transparente hecho en Estados Unidos". Fue exhibido en el pabellón "Autopistas y Horizontes" de la Feria Mundial de Nueva York de 1940 junto a vidrios que se doblaban y linternas que hablaban. Era el único de su clase: un automóvil de época con carrocería transparente, fabricada en plexiglás.
Sucede que los autos son piezas enmarcadas en su cuadro histórico, obedecen a la coyuntura de entonces, creaciones acordes a su espacio-tiempo. El Pontiac Deluxe Six está intervenido por el plexiglás, un plástico acrílico patentado por Otto Rohm en 1933. El plexiglás es la denominación comercial del polimetilmetacrilato, una resina sintética flexible e incolora, resultado de la polimerización del metacrilato de metilo. También conocida como vidrio orgánico, transformó al Pontiac en un vehículo fantasma, una pieza de culto, una obra de arte.
Pontiac Deluxe Six adoptó la silueta del Pontiac Sedan Touring de cuatro puertas con accesorios de finas capas cromadas, un baño de cobre y la pureza del blanco para neumáticos marca US Royal y molduras de goma. El material transparente sustituyó de manera exacta la carrocería del modelo: la réplica era fiel e innovadora. Su diseño develaba los secretos de la mecánica automotriz. Su piel traslúcida descubría los componentes mejor conservados de los automóviles: el motor -seis cilindros en líneas asociados a una caja de tres velocidades-, las suspensiones, el esqueleto metálico. Su presentación acaparó la atención y sentó precedentes. Las ferias modernas de automovilismo emularon su consigna para revelar la magia del funcionamiento de un automóvil.
Un one-off fruto de la comunión comercial de la poderosa automotriz General Motors y la compañía química Rohm & Haas. Aunque su desarrollo significó una nueva interpretación de los automóviles, cuando aún representaban un símbolo de estatus social, su fabricación masiva era inviable. Su costo de producción había sido exorbitante. En 1939 "the ghost car" demandó una inversión de construcción de 25 mil dólares, un desembolso sideral para la época.
El plexiglás podía ser resistente, ligero, benévolo y pintoresco pero carecía de una condición innegociable en la industria automotriz moderna: el aislamiento. El calor provocado por el motor se expandía sin control a todo el habitáculo. El Pontiac Deluxe Six recorrió apenas 134 kilómetros. Finalizada la Feria Mundial de Nueva York, el clásico fantasma ilustró cada concesionario de la Costa Este de los Estados Unidos. Pieza de exhibición, permaneció en el Smithsonian Institution de Washington hasta 1947. Su naturaleza de obra de arte movible le esperaba un extenso derrotero en subastas.
La compañía automotriz se lo vendió al multimillonario Don Barlup en 1973, quien lo vendió al coleccionista Leo Gephart en 1979, cuyos descendientes lo conservaron inmaculado hasta 2012, cuando decidieron subastarlo con una cifra de salida de 475 mil dólares en la casa de subastas RM Auctions. Oculto entre los relatos acumulados de una industria próspera, autora de una historia vasta y florida, la anécdota de un auto transparente, de un auto fantasma.
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