Históricamente desplazadas, relegadas en el orden sexista de la Humanidad, las mujeres cumplieron roles de reparto en la evolución de las cosas. Las razones a esgrimir de esta descalificación de género son políticas, religiosas y culturales: son los mismos derechos segregados que convocan cada 8 de marzo a la celebración del Día Internacional de la Mujer. Pero aunque los descubrimientos sean menores en valorización y consagración, la genialidad no discrimina sexo, sólo demanda creatividad, formación y libertad.
Bajo los estándares actuales, de acuerdo al criterio coyuntural, Margaret Wilcox y Mary Anderson serían dos activistas del feminismo. Aportaron a la industria automotriz, un escenario -mal o bien- siempre dominado por el hombre, dos innovaciones medulares. Son las páginas que el mundo de los autos le dedica con gloria y honor a la transgresión de época del género femenino. Nombres que escoltan la figura de Bertha Benz, esposa de Karl Benz, conductora del primer automóvil de la historia y semilla de una industria próspera. Margaret Wilcox y Mary Anderson inventaron el aire acondicionado y el limpiaparabrisas, hoy instrumentos adheridos a la identidad global de cada automóvil, ayer innovaciones rupturistas.
Margaret Wilcox patentó el primer sistema de calefacción para automóviles en 1893, mucho antes de que los investigadores de la historia le atribuyeran toda la gloria a Willis Haviland Carrier, padre del aire acondicionado moderno en 1902. Margaret en verdad no pensaba en concepto de revolución e innovación, apenas quería mitigar el frío de los pies de los aristócratas, únicos propietarios de los primeros automóviles. Diseñó una solución simple: comunicar la zona del motor con el habitáculo mediante una simple abertura para propagar el calor generado. En la práctica, el prototipo de calefacción era precario, dependiente e incontrolable. En la teoría, el invento significó un medular aporte de inspiración.
Mary Anderson inventó el limpiaparabrisas porque era una mujer inquieta, o ansiosa. Había nacido en 1866 en el Condado de Greene, en Alabama, Estados Unidos. En un viaje en tranvía hacia Nueva York experimentó cómo las condiciones climáticas perjudicaban la dinámica del transporte. El conductor debía bajarse para limpiar el parabrisas de la lluvia, la nieve y la suciedad. Decidió, entonces, diseñar un artefacto que cumpliera tal labor sin la obligación de que el vehículo se detuviera. Inventó un artilugio que limpiaba el campo de visión con una lámina conectada a un brazo metálico operable desde dentro de la máquina.
En 1903, tras modificaciones y reparaciones, patentó el innovador dispositivo a pesar de haber generado también una postura reaccionaria: muchos lo consideraban peligroso porque distraía al conductor. La innovación prosperó cuando Henry Ford lo incluyó en su modelo Ford T: una suerte de consagración para el invento de Mary Anderson. A partir de 1908, todos los Ford vendrían de fábrica con el limpiaparabrisas ideado por una mujer.
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